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UN AUTOR PARA VARIAS GENERACIONES DE MÚSICOS

El maestro de la contemporaneidad

Con la muerte de Olivier Messiaen (Avignon, 10 de diciembre de 1908) desaparece algo más que un gran maestro, algo más que creador de excepción, algo más que un gran organista, todavía más que un filósofo, un teólogo, un descubridor o un ornitólogo.Messiaen ha sido, durante décadas, el maestro de la contemporaneidad y sus discípulos sucesivos se llaman Pierre Boulez, Karl Heinz, Stockhausen, lannis Xenakis, Jean Barraqué, Marius Constant, Gilbert Amy, Paul Mefano, Tristán Murail y así hasta el británico George Benjamin, acaso la última llama encendida en el escenario musical de nuestro tiempo.

Por magisterio directo en el conservatorio parisiense de la calle de Madrid, en los cursos dictados por doquier o a través de sus magníficos textos pedagógicos (Lecciones de armonía, 1939; Técnica de mi lenguaje musical, 1942, sobre todo) la influencia de Olivier Messiaen en los procesos creadores de la música de nuestro tiempo carece de antecedentes.

Analista por convicción, necesidad y placer, talento particularmente lúcido, nunca trató Messiaen de imponer a cuantos se le acercaban sus gustos y tendencias puesto como subraya Claude Samuel y estudia con mayor detalle Harry Halbreich, el hecho de que sus discípulos estén dispersos por los cuatro rincones del mundo y no exista el messiaenismo, es signo claro de una enseñanza universalista, crítica y tolerante.

Las dotes fabulosas de Messiaen habían sido detectadas con entusiasmo y precisión por sus maestros de los que Messiaen especifica la huella que dejaron en su personalidad: Dupré avivó su inclinación innata hacia lo improvisatorio; Emmanuel le guió por los secretos de la métrica griega; Dukas le mostró cómo "desarrollar, orquestar y establecer la historia del lenguaje musical en un espíritu de humildad e imparcialidad".

Junto a tales presiones, estaban los amores permanentes de Messiaen: Debussy, de quien a los 18 años descubrió Pelleas; Mozart, o la exigencia de la perfección; Albéniz, que estimuló desde Iberia, su gusto por la disonancia. Desde el punto de vista de la renovación del lenguaje Los modos de valores e intensidades, 1949, extensión del serialismo a todos los parámetros sonoros, constituyeron una revelación y desde ellos, como apunta Rostand, el movimiento posweberniano conquistó la música a una y otra orilla del océano.

En realidad se trataba de un nuevo valor acumulado y acumulable a las anteriores y posteriores descubiertas de Messiaen, quien, por otra parte, nunca ensayó, sino que creó.

Desde un ángulo ideológico se ha entendido la obra messianesca impulsada por algunas fuerzas principales: la profunda fe religiosa, Tristán en función simbólica del sentimiento amoroso y la naturaleza, presente en el largo catálogo de aves y pájaros que desfila por los pentagramas del maestro aun sin sentido de exclusividad.

Habría que añadir una cierta imagen literario-poética evidente en los escritos y poemas de Olivier Messiaen y un interés estético y diseccional por la música extraeuropea. No menor significación adquiere el concepto de la música como lenguaje, como comunicación expresiva que determina el tratamiento de las ideas básicas.

Fascinante imaginación

Por encima de todo triunfa la fascinante imaginación de Messiaen en el color único de su orquesta, en el tono de su mística capaz de ampliar las herencias recibidas mediatas e inmediatas y, en suma, de aceptar para transformarla la carga histórica que pesa sobre el artista actual.

1 La música de Messiaen, que visitó Madrid en 1949 en unión de Ivonne Loriod, la que sería su mujer, espiritualiza su intimidad o se torna flamígera; mira al cosmos o a los entresijos del alma; adora al Niño Jesús o exalta con insólita fuerza plástica y gestual la vida y el espíritu de san Francisco de Asís.

Y al fin, en un momento siempre inesperado, el hombre desaparece o se transfigura, término más del gusto de Messiaen, para dejarnos la inmensa aureola de su obra, situada entre los Cantos de la tierra y el cielo, atenta a la llamada de los pájaros, oteadora en los mundos diversos de la Sinfonía turangalila (para cuyo estreno por la orquesta de Radiotelevisión Española, con Odón Alonso, volvió Messiaen a Madrid en 1974), reducidora a formas de cámara del fin de los tiempos. El de Messiaen no ha terminado aun después de morir el arquitecto que supo darle sentido y medida, espíritu y geometría.

La música de Messiaen va con nosotros, forma parte de nosotros. Por eso, al morir su autor, todos hemos muerto un poco. Nos queda el resplandor.

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