Hachazo a la serpiente
Nada mejor que los elementos del logotipo de ETA para simbolizar el hachazo de muerte a la serpiente terrorista que ha supuesto el golpe operativo contra su cabeza protagonizado por las autoridades francesas, y del que no se van a recuperar ni el ejército secreto ni su movimiento social. El primero, también llamado vanguardia por la terminología batasunera, lo forman los dirigentes y los comandos operativos de ETA, mientras que el segundo está engrosado por el resto de las organizaciones populares de masas, que sirven de comparsa y apoyo a los primeros, quienes desde KAS tienen perfectamente controlado todo lo que se mueve en ese conglomerado de unos miles de obedientes militantes que forman el llamado MLNV. No es decir nada nuevo constatar que, sociológica y políticamente, ETA, KAS y HB son la misma cosa, sin que tal afirmación tenga nada que ver con penalización o demonización alguna, pues no es éste un análisis penal o moral. Para aquellos que necesitasen alguna prueba, la patética reacción de HB tras la caída de la cúpula de ETA en Bidart y sus salidas al paso cada vez que se hace público un nuevo papel son el mejor aval de esta tesis. Por si fuera poco, esta trayectoria y su postrera reorganización demuestran, igualmente, que hace tiempo que HB ha renunciado a actuar políticamente, si es que alguna vez alguien lo ha intentado o, siquiera, pretendido. Herri Batasuna ha sido y es sólo una correa de transmisión en rueda de prensa permanente, dedicada a la agitación y la propaganda, sin fines y sin medios políticos propios y con una sola obsesión: que ETA gane. Su margen de maniobra ha sido siempre el que le han dejado las contradicciones y desaciertos de las diversas policías, las fuerzas políticas democráticas y los medios de comunicación. Llama la atención, por ejemplo, que alguien se sorprenda de la. lectura que ETA y HB hacen de la apoyatura política al actual Gobierno regionalista de Navarra, cuando es algo que ya había sucedido en el primer Gobierno nacionalista presidido por Garaikoetxea entre 1980 y 1984 o que puede estar ocurriendo con el Gobierno foral de Guipúzcoa y su tan traída y llevada autovía. De ahí que me atreva a aventurar una hipótesis, de la que ya parece se han percatado los menos torpes y obcecados de tal movimiento: el cercano fin operativo de ETA (ETA mata cuanto puede, donde puede y cuando puede y no siempre lo que quiere) puede ser seguido por la desbandada política de HB. El reto político para los demócratas es cómo responder con generosidad y firmeza, para que se supere el empecinamiento de los miles de frustrados por este fraude histórico, capitaneado por unos cientos de iluminados sin escrúpulos.Parece obvio que el problema de ETA y de la subcultura de la violencia administrada por HB atañe, fundamentalmente, a la sociedad vasca y, sobre todo, a la comunidad nacionalista, en la medida en que el discurso en el que se ampara para legitimar su continuidad y mantener activo su movimiento social tiene argumentos de carácter nacionalista exclusivamente. Es cierto que los vascos necesitamos en este trance la ayuda, la comprensión y la solidaridad de los otros pueblos, particularmente de las instituciones democráticas estatales, y no digamos nada del sentido de la responsabilidad de los me dios de comunicación. Pero también es verdad que poca autoridad moral y política nos puede asistir a los vascos si no actuamos, de una vez y colectivamente, desde una explícita lealtad constitucional. ETA y su movimiento son una negra herencia del franquismo, durante el cual contaron con la complacencia de muchos, aun que sus argumentos puedan tener raíces anteriores y su cantera actual no haya tenido en su socialización política ninguna experiencia directa de la dicta dura, pero cuya sobredramatización simbólica y ritual les sirve de alimento alucinógeno. Por tanto, el consenso y la lealtad democráticos son su mejor antídoto, a pesar de todos los déficit de legitimidad, eficacia y efectividad que puedan enfriar. nuestra confianza en la política.
El terrorismo vasco hace tiempo que ha sido derrotado políticamente, como lo atestigua la evolución de la opinión pública y la política vascas, y cabe esperar que esté cercana su definitiva derrota operativa. Al mismo tiempo, la subcultura política generada por él y que su movimiento social nutre y reproduce se muestra altamente resistente, pero no impermeable, a una estrategia de acción en su propio terreno: la movilización social y la opinión pública. Si sólo el 15% de la militancia de HB, según sus propios datos, se ha atrevido a discrepar de la estrategia violenta para conseguir objetivos políticos, sin embargo, más de la mitad de su electorado viene mostrándose abiertamente en contra de la misma. Por si esto fuera poco, una cuarta parte del mismo piensa que la violencia de ETA ha dejado de tener sentido, un tercio reconoce que está cometiendo errores y sólo un 16% se atreve a manifestar su apoyo incondicional. En 1979, un 60% de los electores de HB consideraban a los hombres de ETA patriotas, hoy se han reducido a la mitad, y hasta los propios presos y sus familiares se han hartado de seguir siendo sus rehenes.
Aunque la victoria operativa aún no se haya culminado, la derrota política del terrorismo es evidente, además, a la vista del fracaso de todos sus objetivos; en primer lugar, no han conseguido deslegitimar el sistema democrático con su estrategia desestabilizadora; en segundo lugar, tampoco han podido sustituir el liderazgo del nacionalismo moderado en el seno de la comunidad nacionalista, fracasando en sus intentos de radicalización; en tercer lugar, han tenido que ir poniendo sordina a la llamada alternativa KAS, renunciando a su imposición; en cuarto lugar, parece que pueden ir perdiendo la esperanza de desfilar con aires marciales por la Gran Vía bilbaína después de una negociación política exitosa con el Estado, y, finalmente, hasta han conseguido agotar la paciencia de la sociedad vasca que ya no, acepta una amnistía para los presos de ETA. En definitiva, los violentos han fracasado en su intento de raptar, como propias y exclusivas, demandas y aspiraciones políticas que pueden estar en los programas del resto de las fuerzas nacionalistas. Después de que los partidos políticos democráticos han rechazado al unísono cualquier negociación política con los terroristas, lo único aceptable para la mayoría de la sociedad vasca, según las encuestas, es que se puedan negociar medidas de reinserción para presos y refugiados sin delitos de sangre, lo cual no es pequeña generosidad.
Los responsables políticos democráticos han aprendido a no utilizar el terrorismo como elemento de batallas políticas; los nacionalistas se han percatado del error que consistía en vincular más autonomía a cambio de menos violencia; todos se han convencido de que las medidas policiales son inevitables y necesarias, y las autoridades estatales saben que el Estado no puede permitirse el lujo de cometer errores en el respeto de los derechos humanos que arriesguen la confianza que los ciudadanos vascos hemos ido depositando en el sistema democrático. La reacción de la opinión pública vasca y la movilización popular tras los pactos democráticos para la pacificación en Euskadi han dado frutos evidentes, pero la paz aún no se ha conseguido. Esta requiere dar pasos adelante, pero en modo alguno pueden suponer cesión política por parte de las instituciones democráticas. Es necesario transmitir confianza y serenidad a los ciudadanos, al tiempo que se les motiva para el compromiso activo con el sistema democrático en su integridad como la mejor forma de convivencia. La inmensa mayoría de los vascos somos conscientes de que esta violencia es hoy el principal obstáculo para nuestro progreso en todos los órdenes.
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