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Se cayeron todos

Domecq / Ortega, Rincón, Aparicio

Toros del Marqués de Domecq (6º, sobrero, en sustitución de un inválido absoluto): todos inválidos de principio a fin excepto 2º, que acabó embistiendo con casta. Ortega Cano: pinchazo, otro hondo y se acuesta el toro (silencio); estocada traserísima baja (palmas y saludos). César Rincón: estocada corta trasera baja; la presidencia le perdonó un aviso (silencio); estocada trasera (silencio). Julio Aparicio: pinchazo hondo; la presidencia le perdonó un aviso (silencio); bajonazo (silencio). Plaza de la Maestranza, 19 de abril. Primera corrida de feria. Lleno.

La Feria de Sevilla empezó como fue la Feria de Valencia entera: se cayeron todos los toros. Todos sin excepción. Incluso uno que salió de sobrero se cayó. Se cayeron para todos los gustos. Se cayeron de desmayarse y se cayeron de morirse. Se cayeron perdiendo patita, pegando volteretas o desplomándose fulminantemente, con barrigazo final y consecuente dolor agudo en el carné de identidad. Los hubo que, tras caerse, no embestían lo que se dice nada, y de éstos se puede tener como modelo al quinto. Sólo uno, tras caerse varias veces durante el primer tercio, llegado el último sacó vivaz y encastada embestida que requería toreo verdadero; es decir, torero de una pieza. Ese toro primero caedizo, luego enterizo, salió en segundo lugar.A César Rincón le correspondieron, por tanto, los dos toros contrapuestos y con los dos estuvo igual de mal. Sobre todo estuvo pesadísimo. La mayoría de los toreros confunden las faenas de muleta en plaza con las habituales en las tientas, y no ven nunca el momento de terminarlas. César Rincón es uno de ellos, o por lo menos así lo era ayer. En su primera faena no consiguió templar la encastada embestida del toro, además metía el pico, descargaba la suerte, utilizó una muleta que parecía la carpa del circo, y con semejantes trazas y artilugios no cuajó ni un pase de los que llaman redondos, vale decir arremataos. Y no es porque no lo intentara: primero con la derecha, luego con la izquierda, vuelta a la derecha, de nuevo la izquierda, y así hasta las tantas. Al quinto, que se amorcilló -quizá se le había cortado la respiración, del trastazo en el carné de identidad-, lo mismo, pero en posición de cite.

Ortega Cano pretendió torear por lo fino a sendos torillos tullidos y únicamente logró algún derechazo suelto de suave factura, porque uno de los torillos, sobre estar tullido, iba a morirse, y el otro bastante hacía, el pobre, con mantenerse en pie.

Julio Aparicio también intentó torear por lo fino a un cadáver. Se trataba de la faena necrológica. Consistió en que Julio Aparicio se ponía muy pinturero al citar y mientras embarcaba el viaje el toro hocicaba a sus plantas. Al embarcar, Aparicio se ponía codillero y ese era el fundamento de su finura. Un apunte sobre el codilleo, con perdón: hay toreros que para cerrar el círculo del muletazo mágico se ven forzados a codillear, y eso, naturalmente, no tiene la menor importancia. Al propio Belmonte le tacharon de codillero injustamente. Sin embargo hay toreros cuyo arte se fundamenta en aflamencar el tipo, meter codos, y sería preciso recordarles que los codos, en toreo, no pintan nada; los codos sólo sirven para preparar oposiciones a notarías. El sobrero, después de caerse unas cuantas veces, embistió noblecito y Aparicio lo trasteó movido, dando muestras de que no lo quería ni ver. Y no lo vio. De cerca, desde luego, no lo vio.

A eso que acaeció ayer le llaman corrida de toros. Tiene usía el asunto.

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