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Besos entre basura en la Autónoma

Javier Casqueiro

En la Universidad Autónoma los estudiantes se han acostumbrado a asistir a clase, a pasear por los pasillos, a jugar a las cartas en los bancos, a hacer fotocopias y a besarse entre basura. Los corredores de la mayoría de las facultades de la Autónoma parecen proveerse directamente del vertedero municipal.No así el edificio del rectorado, ni los departamentos, ni los despachos. El rectorado está mal, con algunos papeles y tiras de carteles por el suelo, pero no tanto como las facultades.

El vestíbulo de Económicas parece un estercolero. Las pancartas arrancadas, tanto las poéticas como las reivindicativas contra la ley Corcuera, forman línea junto a los paneles centrales que informan de las clases y los exámenes.

En los pasillos, los estudiantes discuten, cambian apuntes y, sobre todo, juegan a las cartas -incluso con dinero- sobre una improvisada alfombra de carteles y panfletos. Todos los urinarios están limpios, sin un solo resquicio de porquería en las baldosas.

En Derecho, el panorama se repite. Los estudiantes de segundo curso interrumpieron ayer con airadas protestas un momento de la clase de canónico cuando el fotógrafo se introdujo en el aula para plasmar el inesperado material orgánico que les acompaña desde hace más de dos semanas. Todas las papeleras están desbordadas.

La biblioteca está algo más limpia, porque la basura se concentra en las esquinas y alrededor de los cubos. El bibliotecario reconoce que los usuarios, en esta zona, se cuidan más de tirar en cualquier lado los desechos. Tres alumnas preparaban ayer un caso de romano rodeadas de latas de coca-cola y páginas usadas de periódico.

Los responsables de las cafeterías explican que sus recintos están bien atendidos: lo que se demuestra a la vista totalmente cierto, pero porque son sus propios empleados los que recogen las basuras y las sobras.

Un duro trabajo

Los estudiantes protestan, en general, porque no ven aparecer ni en pintura a las trabajadoras de la limpieza que cubren los servicios mínimos. En el pasillo central del pabellón de las facultades de Ciencias aparece Eugenia Puentes, de 61 años, con seis de antigüedad en el sector. Eugenia dice que gana 70.000 pesetas y que su trabajo es muy duro.

Eugenia reconoce que los pasillos "están temerosos". Esta trabajadora aclara que sólo se asean los despachos, los servicios, y se recogen los restos de comida de las papeleras.

En la Universidad Complutense la situación es algo menos preocupante. Biológicas y Geológicas mantienen su vestíbulo casi normal. El conserje especifica que en esta facultad las trabajadoras de los servicios mínimos no han dejado que, en estas más de dos semanas de paro, la acumulación de porquería adquiriera niveles importantes.

"Son las empresas las que distribuyen como quieren sus servicios mínimos", explica Enrique Martín, de CC OO.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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