Un intelectual ambulante
Vintila Horia pertenece a esa estirpe de intelectuales rumanos que los trágicos avatares de la Segunda Guerra Mundial convirtió en seres ambulantes por el mundo. La figura de este novelista, poeta y ensayista rumano posee todos los atributos del intelectual comprometido con causas filosóficas, literarias y humanas de difícil encaje en un patrón maniqueista. Llega a España, en 1953, en los duros años del franquismo, es decir, a un medio político y cultural cuya máxima intelectual se amparaba en la sospecha de toda actividad del intelecto. De ahí, si no se conoce al personaje, el poco lustre intelectual que Horia gozó entre la clase progresista. Eran esos años en que parecía que la España franquista sólo sabía importar futbolistas húngaros -Puskas y Kubala- y escritores que, como Jorge Uscatescu y el propio Hona, sólo podían acreditar un pasado de renegados ciudadanos de un país socialista. Y, sin embargo, Vintila Horia llegaba-a nuestro país con el drama personal, aparte de una vastísima cultura, de los que tuvieron que lidiar con una época de terribles contradicciones. Qué razones lo llevan a escoger España, cuando pudo escoger otros más atractivos en materia de libertades, es el interrogante de difícil y ahora innecesaria respuesta.Vintila Horia aprendió el francés desde muy pequeño. Esa fue su lengua de creación, aunque también escribió artículos en castellano. Sus patrones líricos fueron, desde muy temprano, Rimbaud y Baudelaire. Se licenció en Derecho. Fue agregado de prensa en Roma, hasta que el Gobierno de la Guardia de Hierro rumano lo destituye. Llegan los duros años de campos de concentración alemanes, la diáspora por distintos países, como Argentina, Italia, y por fin, la España de la posguerra, donde ofició desde empleado de hotel hasta de agente literario.
-En 1960 gana el Premio Goncourt con su novela Dios ha nacido en el exilio, en medio de una profunda polémica. El tema central de dicho libro no podía ser otro que el exilio. Los aciagos días que experimenté. El motivo que disfraza su reflexión sobre esta dolorosa situación es otro exilio: el de Ovidio en la Roma imperial. Y la forma literaria, un apócrifo diario, que bien podría ser el propio de Horia. Su literatura y sus ensayos -Poesía y libertad, Rebeldía de los escritores soviéticos, etcétera- lo sitúan, también en el terreno de una reflexión cercana a Ernst Jünger, en una profunda desconfianza en la lenta deshumanización a que un endiablado progreso nos destina. Tuvo tiempo de compaginar sus preocupaciones humanísticas, con la filosofía narrativa de moda en los años sesenta -el nouveau roman-, publicando, en 1968, Una mujer para el apocalipsis.
En sus años italianos fue amigo de Giovanni Papini. Debió de escuchar, tal vez, al escritor italiano repetir aquella sentencia tan ilustrativa de nuestro siglo: "El drama del hombre contemporaneo no es que le quiera vender su alma al diablo, sino que el diablo no se la quiere comprar".Vintila Horia no rehuyó, a lo largo de su vida, la responsabilidad de todo verdadero intelectual: no colaborar al irresponsable escándalo de las verdades definitivas.
Babelia
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