Que griten los poetas
Hoy se vuelve a debatir en Italia si el que fue el país de poetas y navegantes, y que está perdiendo su confianza en quienes lo gobiernan, no estará necesitando una nueva poesía política y social . Y se habla ya de nostalgia pasoliniana, al mismo tiempo que, como acaba de escribir Carlo Carena, "debería darnos miedo el silencio de los poetas". Por eso el escritor italiano ve con esperanza el que en la capital de Takiyistán, a orillas de Irán, la estatua de Lenin haya sido sustituida por la de Abul Oasin Hasan, el poeta autor de El libro de los reyes, y que en Cuba se haya despertado, de repente, el interés por la lectura de la Biblia, la gran epopeya poética judeo-cristiana.La escritora Dacia Maraini defiende que quizá haya llegado el momento de escribir poesía política, ya que nos hallamos, según ella, frente a un mundo "privado de sus catedrales y de sus instituciones, que crea un desierto generador de vértigo y desconfianza". Al lado opuesto, otro poeta, Giovanni Raboni, afirma que cuando, como hoy, "ya nadie cree ni en la sociedad", resultaría ridículo y patético escribir poesía comprometida.
¿Quién lleva razón? Probablemente ambos, si la verdadera poesía, sin etiquetas es, como hemos dicho, esa fuerza vital, capaz de anticipar los tiempos, de analizar lo invisible, de interpretar lo que está pasando y si es una intuición cósmica. Cuando el poeta lo es de verdad y sabe dar palabra a los sentimientos más ocultos de la humanidad, anticipar lo que aún sería posible, dar forma a lo informe que intuimos dentro de nosotros mismos, la poesía no necesita ser ni social ni política, necesita sólo traducir con su arte lo que todos llevamos más o menos dormido dentro.
De Pasolini se recuerda hoy su compromiso político y social. Pero yo no olvido que en su alma bullían muchas cosas más. Una tarde, en Asís nos confiaba a un puñado de amigos su amargura porque se iba a ir de este mundo, decía, "sin conocer lo más íntimo del alma femenina". Le atormentaba su diversidad y quiso que fuera su misma madre, símbolo de la mujer, un planeta para él más bien desconocido y lejano, quien representara en su película El evangelio de Mateo a la madre de Jesús.
Batalla campal
De la historia compleja y llena de tormento de Pasolini, de su muerte violenta aún sin descifrar (acaba de aparecer en Italia una obra que replantea la tesis del asesinato político) recuerdo especialmente una batalla campal, durante una manifestación entre universitarios y carabineros en la que acabaron heridos y hospitalizados casi un centenar de estos últimos. Eran los tiempos en que el partido comunista estaba en pleno auge en Italia. Pasolini era comunista. La noche de la batalla su poesía se hizo carne viva y a la mañana siguiente un diario nacional burgués publicó unos versos suyos en favor de los carabineros. Rompió todos los esquemas ideológicos al afirmar que, la de la noche anterior, no había sido una pelea entre jóvenes progresistas estudiantes y las fuerzas del orden represivas, sino más bien una lucha entre jóvenes burgueses, con el privilegio de poder estudiar sin trabajar, y jóvenes hijos de pobres labradores del Sur, los verdaderos proletarios, que para poder comer no les quedaba otro recurso que hacerse carabineros.
La poesía de Pasolini produjo una conmoción nacional en los medios de la intelectualidad progre italiana y más allá. No porque fuera social o política, sino porque dio forma, voz, arte, a algo que ya la sociedad intuía sin saber verbalizar. Pero le costó cara su intuición y provocación poética. No sólo fue expulsado del partido comunista, sino también dejado al margen por el mundo intelectual, que antes lo había ensalzado.
Pero Pasolini siguió profetizando y alertando sobre una Roma que acabaría siendo ciudad violenta. Nadie creyó entonces al poeta ya desprestigiado. Pero llevaba razón. A Roma llegaron, en efecto, el terrorismo rojo y negro y con ellos las leyes represivas. Se hizo ciudad difícil, se apagaron sus luces nocturnas, la gente se encerró en sus casas y Roma, la de los cafés animados donde escribían Fellini o Flaiano, ya nunca volvió a ser la misma. Las luces, aún hoy, siguen apagadas; la gente, como por inercia, sigue volviendo pronto a sus casas.
Sólo Pasolini continua vivo como una sombra que crea o engorro o nostalgia. Paradojicamente para devolver a Roma su encanto primitivo se evoca y se echa en falta hoy aquella poesía-poesía de Pasolini, anticipadora, provocatoria, veraz Quizá, afortunadamente se esté abriendo, camino la convicción de que sin poetas de raza los cementerios se demasiado a las ciudades, y que los vivos se alejarían de ellas sin esperanza y sin rumbo.
Lo importante es que los poetas no dejen de gritar desde cualquier rincón del mundo y de la historia. Su silencio, culpable, forzado o estratégico, suele anunciar, en efecto, sólo muerte y desamparo colectivo.
Silencio y agonía
El silencio de los poetas suele preceder la agonía de una sociedad, lo mismo que la explosión de la poesía es síntoma seguro de resurrección civil. La poesía suele ser la cenicienta de la literatura. Quizá por eso se publica tantas veces de puntillas, pagándose incluso la edición el autor, en libritos minúsculos, si se exceptúan las antologías póstumas, monumentos destinados sobre todo a las bibliotecas.
Y sin embargo, ha sido siempre la poesía la que ha movido las aguas de la historia, la que ha anunciado el alba de nuevas revoluciones o profetizado la caída de poderosos imperios. El poeta, como el zahorí, suele detectar las corrientes vitales que se deslizan invisibles en las profundidades de las conciencias colectivas, lo subliminal, lo que quizá ya ha nacido pero sigue siendo invisible. No hay profecía sin poesía y no hay verdadera poesía si no revuelve las entrañas, si no duele, si no escandaliza el alma individual o colectiva.
Todo lo demás es un montón de palabras hueras. ¿Pero cómo descubrir la poesía que remueve las aguas de la que deja las cosas inmutables? Sería fácil decir que sólo la poesía comprometida es auténtica, mientras la puramente artística es inocente e inocua. La poesía verdadera es la que, sobre todo y ante todo, es poesía, aunque parezca una perogrullada. Es como el arte, como la vida o la muerte, como todo lo que es de verdad, es decir, lo contrario a la apariencia.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.