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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Éxito de De Klerk

EL QUE siete de cada diez surafricanos blancos acaben de aprobar en referéndum la continuidad de las reformas que harán de la República un régimen homologable al resto de los sistemas democráticos es, probablemente, una de las mejores noticias del año. Con ello no sólo apoyan la política del presidente F. W. de Klerk: cierran también, y por amplia mayoría, una de las páginas más cruelmente racistas de la historia del hombre blanco.El proceso de destrucción del sistema racista de primacía blanca se había hecho irreversible desde que De Klerk había decidido la liberación de Nelson Mandela, el líder del Congreso Nacional Africano (ANC), en la primavera de 1990. A partir de entonces, las injustas leyes del apartheid fueron siendo repelidas, y, finalmente, en diciembre de 1991, pudo reunirse la primera sesión de la Convención para la Democratización de Suráfrica (Codesa). La pacificación del país no es una cuestión sencilla: la cifra de muertos de los últimos meses en enfrentamientos interétnicos es escalofriante, lo que incluye 14 negros asesinados el pasado martes, en pleno plebiscito. Tampoco contaba De Klerk con el entusiasmo o el apoyo irrestricto de la minoría blanca, especialmente de sus sectores más conservadores; ello incluía, con toda probabilidad, a gran parte del Ejército y de la policía.

Ciertamente, y como en todo envite de estas características, los riesgos que asumió De Klerk al convocar el referéndum -de haberlo perdido, su propia dimisión y la de su Gobierno hubieran sido sólo el primer paso de una inevitable guerra civil- parecen mucho más trascendentes que la anécdota que lo motivó: la pérdida el mes pasado de un diputado del Partido Nacional a manos del Partido Conservador de extrema derecha en una elección marginal. Lo cierto es que tal pérdida no hacía peligrar la mayoría parlamentaria actual y que la opción reformista del presidente de la República cuenta no sólo con el apoyo del centro del espectro político blanco, sino con el del progresismo. La única explicación razonable sería el deseo de De Klerk por allanar definitivamente el camino hacia la normalización democrática apoyada, también, por los sectores financieros más dinámicos de Suráfrica. Una normalización que conlleva el final del cerco económico. Es decir, solucionar de una vez por todas la opción entre un país que aspira a un lugar bajo el sol democrático o la perpetuación de unos privilegios injustificables para la sexta parte de la población, la minoría blanca.

El referéndum surafricano es una de esas maniobras políticas que merecen felicitaciones si salen bien y únicamente acusaciones de irresponsabilidad si salen mal. Más aún: exageraba la importancia de la oposición a De Klerk y de la resistencia a todo cambio político traumático. Ésa es la razón de la expectante prudencia con que el ANC ha esperado a los resultados anunciados ayer. Dicho lo cual, el casi 70% de los votos afirmativos es prueba de la sensatez de la minoría blanca y de su confianza en un futuro democrático. El presidente De Klerk, y con él toda Suráfrica, merecen parabienes. Los obstáculos al desmantelamiento del apartheid impuestos por los blancos han desaparecido para siempre.

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La vía para que a finales del presente mes de marzo se reanude la Codesa está expedita. Lo que ha de seguir hasta la convocatoria de elecciones verdaderamente generales, probablemente a final de 1993, es una incógnita (¿dos Cámaras legislativas, una para la reforma constitucional y otra para el día a día?; ¿un Gobierno de coalición del Partido Nacional con el ANC a partes iguales o -lo que es menos realista- en pura proporción mayoritaria?). Pero, al menos, gracias al referéndum de anteayer y al valor del presidente surafricario, es una incógnita en la que no interviene la variante de la violencia.

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