'Carmen' tras el paso del tiempo
Hace 15 años, Teresa Berganza cantó y representó por primera vez en Edimburgo Carmen, de Bizet. Desde entonces, su versión ha merecido comentarios incluso mitificadores, que se basan por lo general en la grabación discográfica dirigida por Claudio Abbado y en la que la mezzo madrileña está acompañada en el reparto por Plácido Domingo, Cotrubas y Milnes. Por fin, aquella Carmen, encargada por una Berganza de 42 años, nos visita a la altura de los 57, lo que conviene recordar, pues el tiempo no pasa en balde para nadie, ni en lo positivo ni en lo negativo.Desde el primer momento, Berganza tuvo su propio concepto de Carmen: juzgó falsas las interpretaciones pintorescas y exageradas por cuando faltan al respeto a lo escrito por Bize . Lógicamente, igual que Ros Marbá, se inclinan por la edición de Fritz Oeser, que es de 1964 y que conserva las partes cantadas y habladas, lo que hace de Carmen una formidable zarzuela francesa sobre tema español y gitano. Pero esta zarzuela está dominada por una poderosa fuerza dramática: la muerte hacia la que camina la protagonista obedeciendo los mandatos del destino a lo largo de toda la pieza. Sobre su presencia nos avisa Bizet desde el comienzo de la obra, pues en el preludio aparece ya el tema fatal de segunda aumentada que procede claramente de la Habanera de Yradier.
Carmen
Teatro Lírico Nacional. Carmen, de Meilhac y Halèvy. Música de Bizet. Intérpretes: T. Berganza, L. Lima, J. Díaz, M. Bayo, M. José Sánchez, L. Casariego, J. Chaminé, F. Balboa, J. A. Carril y S. Gericó. Bailarines: Miguel Ángel, Víctor Muro, Primitivo Daza y Eva Moreno. Dirección musical: A. Ros Marbá. Dirección escénica, escenarios y figurines: P. L. Pizzi. Coro: I. Rodríguez y C. Sánchez. Coreografía: R. Aguilar. Iluminación: V. Cheli. Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro titular y Escolanía del Recuerdo. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 13 de marzo.
Es curioso que la forma original, cantada y hablada, de Carmen ganó notable efectividad con los recitativos de Ernest Guiraut (1837-1911), premio de Roma y orquestador, en parte, de Los cuentos de Hoffman, de Offenbach. Y ello hasta tal punto que buena parte de cierta dosis de frialdad reinante anteanoche en la Zarzuela creo que se debe al retorno del plan original. Y tengo igualmente por cierto que, a pesar de cuanta literatura, filosofia, sociología y cursilería como desde Nietzsche a nuestros días se han volcado sobre Carmen, la sola razón de su éxito y su perduración reside en la perfección y la genialidad de la partitura de Bizet. Con ella a la vista, no hay más remedio que pronunciarse en favor de la mayor pureza estilística, esto es, la que proclama Berganza junto a su entusiasmo por una mujer "que desea ser libre y hacer lo que le venga en gana".
Berganza y Ros Marbá se erigieron en campeones de tal manera de pensar Carmen y hasta cruzaron a veces la raya de lo aconsejable, pues un drama con este tipo como centro no debe llegar a rozar la puraintimidad ni convertirse en música de cámara.
En realidad quien caldeó la temperatura de la Zarzuela fue la joven María Bayo por una Micaela servida con bello timbre, emoción intensa, concentración y excepcional encanto. Para ella fueron las más largas ovaciones de la noche, al lado de una Berganza que, en contra de lo que algunos pensaban, hizo1o mejor en lo más dramático, esto es, en el acto final. Luis Lima compone un Don José vibrante y de carácter dubitativo, como reclama el personaje. Justino Díaz en el vanidoso y bravucón torero Escamillo no sacó partido a su hermosa materia, pues cantó con rudeza apartada del espíritu de sus compañeros, y el mismo director musical, Ros Marbá, quien, en medio de tantas cosas bellas, aceleró en demasía algunos pasajes.
La escena de Pier Luigi Pizzi pareció errónea a la mayoria y le valió, al final de la representación, fuertes protestas. En un espacio geométrico e inexpresivo vimos cómo se contradecían los criterios tantas veces expuestos por Berganza. Si pretendió acercar a nuestros días la acción de Carmen utilizando guardias civiles, con el uniforme reglamentario hasta hace muy poco, el efecto en Madrid fue contrario. Esa realidad ajena a la ópera nos alejaba de la obra artística de Bizet, lo mismo que el flamenquismo con el que se machaban los intermedios, la pobreza de los escenarios o la conversión del disputar de las tabaqueras en una suerte de batalla campal a mano armada. Sólo las luces de Vinicio Cheli pusieron un toque sevillano en la escena con el esplendor del tono albero característico de la ciudad.
Las ovaciones, aun siendo largas, no llegaron al tópico de lo indescriptible, y a la salida no faltaba quien se preguntara si no habíamos ido a ver y escuchar una ópera denominada Carmen y salíamos de otra llamada Micaela. Sin quitar méritos a nadie, bueno será decir que el principal culpable de esto fue Bizet, que puso el protagonismo y la pasión en un personaje y la mayor y más directa belleza musical en otro.
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