Brillantez sin poesía
De nuevo la Orquesta Filarmonía de Londres mostró sus grandes posibilidades a los abonados de Ibermúsica. Y otra vez el maestro Charles Dutoit las aprovechó, principalmente, para invadir la sala de potencias. Esto no es convencer, sino avasallar. Los sufridores esta vez fueron Mozart, con su increíble Sinfonía número 39 en mi bemol, y Brahms, en su Primera sinfonía en do menor.Entre otras cosas, me parece que Dutoit no se ha hecho con la acústica de la sala, de tan alta presencia como larga reververación y sonoridad incluso excesiva. Brahms marca el comienzo de su obra con una F y la indicación "espresivo e legato". No hay por qué multiplicar la F como si fuera los panes y los peces del milagro.
Ciclo Orquestas del Mundo
Filarmonía de Londres. Director: Charles Dutoit. Obras de Mozart y Brahms. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de marzo.
En otros momentos, las trompas tienen a su cargo diseños interiores o juegan como sostén, refuerzo o coloración de la sonoridad. No deben alzarse en primer plano con carácter protagonista, por más que el estupendo grupo actúe con seguridad y magnífico equilibrio.
¿Y qué decir del transido andante sostenuto cuando se nos da desnudo de poética y carente de intimidad o de la ausencia de melancolía en el tercer movimiento, lleno de matizaciones con una P, dos P y un continuo dolce que sólo en la segunda sección llega a la doble F por vías muy medidas que van del mezzoforte al fuerte y no al fortísimo? Bien sabemos, que tales indicaciones constituyen valores relativos que han de instalarse dentro de un plan dinámico coherente. Lo sabe muy bien -no faltaba más- el maestro. Si no lo consigue debemos pensar en la razón apuntada de incomodación a la gran sala del Auditorio.
Adivinar
Con las variantes que distinguen a un compositor de otro algo parecido podría aplicarse a la versión de Mozart y su Sinfonía en mi bemol (de 1788, como la Sinfonía en sol bemor y la Júpiter), en la que tantos pasajes anuncian con firmeza la Heroica de Beethoven. El comienzo con una espléndida introducción en adagio, dramática y hasta misteriosa, es uno de los grandes momentos mozartianos, antes de que la música eche a cantar con la naturalidad característica del salzburgués en el alegro para ahondar en el andante, en lo más íntimo de su ser.Pero todo debíamos adivinarlo, podíamos "servírnoslo nosotros mismos" gracias a la perfecta ejecución de los londinenses. Dutoit levantó, con razón, a solistas y grupos, pero en realidad las ovaciones cerradas iban destinadas a todos los profesores de la Filarmonía y a la vitalidad y continuidad de Dutoit, que mejor moderadas producirían, sin duda alguna, resultados de más alta belleza.
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