Democracia golpeada
Desde 1986 elijo como destino de mis vacaciones Venezuela, y desde el primer momento se convirtió en una pasión. Fui turista la primera vez, después he sido estudiante y más tarde pasante del canal 4 de televisión, Venevisión, desde donde Carlos Andrés Pérez les dijo a sus gobernados que la sublevación militar estaba controlada.Carlos Andrés Pérez alcanzó el poder por segunda vez en 1988, rompiendo el tradicional bipartidismo, ya que sucedió al también adeco Jaime Lusinchi. Todo fueron promesas para mejorar el decadente nivel de vida que el otrora opulento veniezolano está viviendo, aupado a Miraflores con el grito unánime de un pueblo confiado que clamaba: "El Gocho pa'l 88". Llegó el pacto con el FMI: el coste de la vida, por las nubes; los sueldos, enterrados en eLsubsuelo. Los precios aumentan un ciento por ciento en cuestión de semanas.
Cierto que tiene una inflación contenida, que han subido las reservas internacionales y que ha crecido el producto nacional bruto por encima de cualquier otro país latinoamericano, pero nada de eso se ve en la calle. El venezolano sigue huérfano de protección, con una inseguridad ciudadana de auténtico terror, con unos servicios públicos que parecen un atentado contra la dignidad de cada uno de sus habitantes. ¿Dónde están todos esos progresos que Pérez grita a los cuatro vientos?
La democracia en Venezuela es golpeada mil veces al cabo del día. Allí sólo van al servicio militar los desheredados, y los policías son individuos que también proceden de las zonas marginales, con un sueldo de hambre, descaradamente sobornables.
No hay que llamarse a engaño: el caracazo de febrero de 1989, recién estrenado el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, no fue premeditado ni pensado al milímetro; fue una explosión social desorganizada y espontánea ciento por ciento. Todos pudimos ver a los ciudadanos robando productos que nada tenían que ver con el hambre, que es cierto que la hay, y mucha. Si el venezolano tuviera esa capacidad combativa que la facilidad económica del petróleo se encargó de borrar de su memoria genética, otro gallo muy diferente cantaría, porque realmente ya no pueden más.
Hablo de Venezuela porque es lo que conozco, pero en toda Latinoamérica se respira un aire enrarecido, porque, como bien decía un habitante del peligroso barrio caraqueno del Veintitrés de Enero, de qué sirve la democracia si no hay para comer. Los ricos son cada vez más ricos, la crisis ni los toca; los pobres, cada vez más ricos en miserias, y la clase media está en peligro de extinción, porque verdaderamente son ellos quienes soportan todo el peso de esta maldita crisis aniquiladora de ilusiones.
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