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Nápoles aclama a "Lo Spagnoletto"

Una gran operación de revalorización de Ribera arranca en la ciudad del Vesubio

El subtítulo "Gli spagnoli a Napoli", que acompaña a la gran exposición sobre Jusepe de Ribera, inaugurada el pasado miércoles en la capital campana, indica que los organizadores de esta clamorosa presentación del gran pintor valenciano del XVII no pretenden nacionalizarlo italiano tardíamente. Lo reivindican como lógicamente suyo porque Ribera vivió y trabajó en Nápoles al menos desde 1616, cuando llegó con 25 años, hasta que murió, en 1652. Pero no lo reivindican como napolitano, ya que, en su segunda patria, Ribera fue siempre, y sigue siendo, Lo Spagnoletto.

Alfonso Pérez Sánchez, ex Director y actual presidente honorario del Museo del Prado, que ha concebido y preparado esta exposición junto con Nicola Spinosa, superintendente del patrimonio cultural napolitano, ve en esa ambigüedad de Ribera -ni enteramente español ni enteramente italiano desde el punto de vista pictórico- la clave de su insuficiente valoración artística durante el presente siglo. El fenómeno data del XIX, pues durante el XVIII Ribera estuvo considerado entre los más grandes.'Los cuadros de Ribera no empezaron a llegar a la casa real española hasta pasado el 1631, por los mismos años que la obra de Rubens, y este hecho pudo contribuir a atenuar su impacto", razonó Pérez Sánchez durante una conferencia que pronunció el pasado martes en la Academia Española en Roma, en presencia de Giulio Carlo Argan, la gran autoridad italiana en historia del arte. El ex director del Prado explicó también que, al emigrar a Italia muy joven, tal vez con 18 años, El Españoleto no pudo hacer escuela en Xátiva, donde nació en 1591.

Verdadera impronta

La verdadera impronta de este valenciano, señaló Pérez Sánchez, quedó en la mejor pintura napolitana que culmina con Luca Giordano. Pero Nápoles tampoco podía adoptar a este hombre que, aun casado con la hija del pintor siciliano Giovanni Bernardo, estuvo del lado de los dominadores españoles.

Llegado a Italia quizá en 1610, en circunstancias y por contactos que se desconocen, primero a Lombardía, Parma y Bolonia, luego a Roma, donde desarrolló su conocimiento fundamental de Caravaggio, Ribera tuvo por mentores en Nápoles a los virreyes españoles, y sobre todo al duque de Osuna, al de Alcalá y al conde de Monterrey. Incluso vivió refugiado en el palacio Real durante 1647, cuando don Juan de Austria acudió a sofocar la rebelión de Masaniello.

Los años de Ribera en la ciudad del Vesubio fueron probablemente los más infaustos de una dominación que duró más de dos siglos. Guerras, pestes y hambres diezmaron las calles donde el pintor encontraba la fuerza popular de sus modelos. Pero la corte y el clero propiciaron la pintura local de Battistello Caracciolo, Vitale o Stanzione, con los que Ribera colaboró en grados diversos, y lograron atraer figuras como Caravaggio, Artemisa Gentileschi, Domenichino, el divino Guido Reni o el propio Velázquez, que, en vida de Ribera, visitó Nápoles dos veces. Mientras, Van Dyck saltaba de Génova a Palermo.

El barrio español, que entonces alojó a la soldadesca y hoy es feudo de la mala vita, de una Camorra que parece simbolizar el destino caótico que persigue a Nápoles, se ve a la izquierda, junto al mar, desde lo alto del castillo San Telmo, sede de esta primera gran exposición internacional sobre Ribera.

Construido en el siglo XIV y abierto como sala de exposiciones en 1989, ofrece más de 2.500 metros cuadrados para alojar los 120 lienzos y la cincuentena de dibujos seleccionados por Spinosa y Pérez Sánchez. Sus gruesos muros abovedados de piedra, cubiertos hasta media altura con un fondo aterciopelado rojo, dan a la exposición una imponencia estética que difícilmente se en contrará en los recintos más modestos del Museo del Prado, adonde pasará en mayo.

120 'riberas' en el Prado

La muestra que irá al Prado excluirá algunos cuadros expuestos en Nápoles, sobre cuya autenticidad se discute, y algún otro de traslado problemático. En cambio, incorporará La Piedad, el Moisés y el Elías de la napolitana Cartuja de San Martín, hasta completar el elenco de 120 cuadros. Posteriormente, la exposición viajará al Metropolitan de Nueva York, en una versión reducida de unos 70 cuadros y sin dibujos.Una gran parte de los cuadros expuestos en Nápoles proceden de España, lo que no quiere decir que la muestra no sea novedad para los españoles.

Por un lado, nunca se habían visto juntas las obras de los tres periodos de Ribera, el de juventud, presente sobre todo en Osuna, el más naturalista a la manera de Caravaggio; el de sus años treinta, cuando los fondos empiezan a abrirse al azul del cielo, del que hay muestras procedentes del Prado, pero también de museos de Barcelona y Bilbao, y el de la madurez de un Ribera luminoso y paisajístico, también representada en el Prado, en el Palacio Real de Madrid, en el Museo de Vitoria y en la iglesia salmantina de las Agustinas Descalzas. Por otra parte, la selección incluye el mejor Ribera mitológico de los museos italianos.

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