Buscar enemigos
LA NUEVA invasión del sur de Líbano por el Ejército israelí ilustra cómo puede forzarse un cambio de clima utilizando una vieja táctica: la de buscar enemigos para recuperar la psicosis de guerra. Israel ha vivido a la contra parte importante de su historia, justificando en gran medida su política expansionista de ocupación de territorios y de asentamientos con el argumento de que no es posible fiarse de los vecinos mientras éstos no renuncien a la guerra y no se consiga establecer fronteras seguras y reconocidas. El razonamiento es útil para mantener a la sociedad judía en pie de guerra, si se cree que ésta es la única manera de preservar al país. Deja de serlo cuando, paralelamente a las acciones armadas esporádicas, está en marcha un proceso de paz como el inaugurado en la Conferencia de Madrid.Y es que las negociaciones con los vecinos árabes tienen a Israel a la defensiva. El primer ministro conservador, Isaac Shamir, ha perdido con ellas gran parte de la iniciativa en el Próximo Oriente. Presionado por Estados Unidos, su más firme mentor, para que abandone la política de asentamientos y siga sentado a la mesa, sus posiciones negociadoras en la paz parecen más débiles que en la guerra. Shamir se desenvuelve mal cuando sus adversarios piden la paz y pretenden negociarla. Tanto, que se ha visto obligado a convocar elecciones, arriesgando perder el control del Gobierno o ver que se rompe la influencia de los pequeños partidos ultraortodoxos en los que se apoya para conservar el poder. Por tal razón, es comprensible que Shamir aproveche una acción terrorista que, como es habitual, proviene del sur de Líbano, para devolver el terror y retomar la iniciativa de la lucha. En está ocasión se ha confundido de enemigo.
Cuando, hace unos días, tres soldados israelíes fueron asesinados por un comando árabe mientras dormían, se daba por descontado que Israel lanzaría su habitual ataque de represalia. Shamir dijo que los terroristas habían sido miembros de la OLP; le hubiera gustado que lo fueran. Lo malo es que, inmediatamente después, el Ejército identificó correctamente a los culpables del acto terrorista: tras hacerlo, ejecutó fríamente al líder de Hezbolá, el grupo integrista proiraní, y a su familia. Hezbolá es responsable de muchas acciones terroristas y muchos secuestros en Líbano, pero tiene poco que ver con la organización palestina. La zona meridional de Líbano, tradicionalmente ocupada por efectivos de la OLP, ha sido un colchón que tanto Israel como la guerrilla de Hezbolá y los palestinos han utilizado para dirimir sus diferencias: unos porque no podían llevarlas a territorio israelí y otros porque una zona ocupada por su fuerza militar superior evita problemas en casa.
No los ha evitado, sin embargo. La injustificable represalia judía no va a servirle de mucho al Gobierno del Likud, porque por mucho ruido que hagan las bombas, no van a conseguir ensordecer a quienes se sientan a la mesa de negociación. Nada va a disimular el hecho de que se negoció seriamente en Madrid y de que se ha continuado haciéndolo en Washington y en Moscú,
Ahora, el Gobierno estadounidense ha convocado para el próximo lunes una nueva ronda de discusiones en Washington; sus protagonistas árabes, sobre todo los palestinos y los sirios, ya han anunciado que asistirán a pesar de las represalias de los judíos en el sur de Líbano. Demuestran con ello que creen en el proceso negociado de la paz. El problema para Shamir es que se ha visto obligado (tanto por EE UU como por sus propios conciudadanos) a mirar de frente la posibilidad de una salida viable y negociada de la crisis del Próximo Oriente. Al refugiarse en las armas puede estarse cavando la tumba política en beneficio del nuevo candidato laborista, Rabin, un paradójico halcón pacifista que se presenta como seria opción a los conservadores para las próximas elecciones generales.
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