Más cerca del caos
LA REUNIÓN de la CEI en Minsk ha sido una nueva demostración de la gran dificultad que supone el mantener unidas unas repúblicas que cada vez difieren más en todo, incluso en las cuestiones que motivaron la fundación de la propia Comunidad, como la economía y el Ejército. El tema militar provoca discusiones enconadas. Se trata de saber si esa gigantesca fuerza bélica -considerada durante muchos años como la más potente del mundo- va a diluirse en ejércitos nacionales o si conservara un cuerpo único de "fuerzas estratégicas", como, al parecer, desearía el presidente ruso Yeltsin. Todo indica que varias repúblicas, Ucrania la primera, ven en la CEI el marco dentro del cual proceder a la liquidación de los lazos forjados en el periodo de la Unión Soviética para desembocar en la total independencia de cada república.Un proceso de ese tipo es complejo y no puede hacerse de un día para otro. Pero observando lo ocurrido desde el nacimiento de la CEI, está claro que la corriente dominante no es la de una mayor, cohesión, sino la contraria. Minsk lo confirma. Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia están formando ya su propio Ejército. Incluso en Moscú, la idea de crear unas Fuerzas Armadas rusas gana terreno, aunque por ahora Y,eltsin apoye el mantenimiento de fuerzas conjuntas de la CEI. El aplazamiento al 20 de marzo de las principales decisiones demuestra que subsisten contradicciones insolubles. Por ejemplo, no se observa progreso en la solución de temas tan espinosos como los de Crimea y la Flota del Mar Negro, que enfrentan a Rusia y Ucrania. De otro lado, los combates de Nagorni Karabaj se agravan.
También en el terreno económico es patente la incapacidad de la CEI de elaborar una política común. Ucrania ha creado de hecho su moneda, y otras repúblicas van por el mismo camino. Un factor fundamental que merma el interés por consolidar la CEI es que la propia Rusia, cuyo peso es decisivo, atraviesa momentos pésimos. La reforma iniciada el 2 de enero por Yeltsin provoca perturbaciones graves. Las subidas de precios han sido superiores a las previstas, sin que se haya manifestado un aumento de productos en los mercados. El empobrecimiento de la ciudadanía causa un enorme descontento. También elevan fuertes críticas los partidarios de una mayor rapidez en la transición a una economía de mercado y aquellos que, razonablemente, piensan que la liberalización de precios debería estar asociada a la urgente privatización de empresas, en especial en el sector del comercio. La lentitud en las privatizaciones aumenta la desconfianza respecto a la eliminación de las cada vez más poderosas mafias, principales obstáculos en la normalización de la oferta.
Ante el volumen de las críticas, incluso entre sus partidarios, Yeltsin ha tenido que anunciar en el Par lamento ruso la adopción de algunas correcciones de su plan de reformas y, sobre todo, de medidas para ayudar a las capas más pobres, que ya nisiquiera pue den adquirir los alimentos básicos. También ha pro metido la aceleración de la reforma agraria. La designación del vicepresidente Rutskoi -uno de los que le han criticado más duramente la reforma- para su pervisar esta tarea suscita dudas. ¿Se trata de quemar a un adversario en una tarea llena de obstáculos? ¿O de poner a un hombre duro, un militar, para vencer la resistencia de una burocracia que hasta ahora ha lo grado impedir la entrada en vigor de las leyes sobre la privatización de la agricultura?
En todo caso, la necesidad de la ayuda intemacional es apremiante si se quiere evitar el caos. Los envíos humanitarios -que EE UU ha orquetado desde Francfort con mucha parafernalia publicitaria- son un alivio. Pero el problema fundamental para Rusia es obtener ayudas de Occidente destinadas a la constitución de un fondo de estabilización del rublo y al apoyo a las importaciones. En torno a este tema tiene lugar la negociación del Fondo Monetario Internacional (FMI) con Rusia sobre las condiciones de entrada de esa república en dicha agencia multilateral. La aprobación por el FMI de las políticas específicas orientadas a la reforma económica constituye la condición imprescindible para que esa institución garantice la concesión de esa ayuda, que el Gobierno ruso estima en más de 17.000 millones de dólares. Una ayuda que Rusia considera básica para neutrali zar los riesgos crecientes de involución, a los que Yelt sin ha aludido reiteradamente en sus discursos. En realidad, la situación no está más lejos del caos que hace mes y medio, al iniciarse la reforma económica. Pero sus implicaciones siguen aconsejando un compromiso más directo y explícito de los principales países industrializados, que trascienda esa concentración de expertos extranjeros tan espectacular como decepcionante en sus resultados.
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