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42º FESTIVAL DE BERLÍN

Comienza el cine español y llega Kenneth Branagh

El joven actor y director irlandés Kenneth Branagh presentó ayer su segundo largometraje, Morir todavía, primero que hace en Estados Unidos. Como actor, Branagh tiene -y lo demostró en su Enrique V- personalidad y muy buena técnica; pero como director aún le falta mucho que aprender, y, debido a ello, su nueva y ambiciosa obra se le va de las manos y en ocasiones se acerca a la incompetencia. No obstante, su presencia aquí fue lo más destacado de una jornada como la de ayer, en la que comenzó el desfile de películas y de gentes del cine español convocados este año por la Berlinale.

La primera película española no suena a española aunque de producción lo sea. Está realizada en Bélgica. Su título es una especie de taco exótico: Catanga Krapatchouk Catanga. Su director es un argentino con apellido bastante ajeno a este idioma: Enrique Gabriel Lipchutz. Y sólo su protagonista, Angela Molina, nos suena a algo propio. Anoche se exhibió en el Panorama y otras irán tras ella.La proliferación del sistema de coproducción intereuropea de películas es un fenómeno creciente e imparable, a cuyas consecuencias o inconsecuencias fonéticas tendremos que acostumbrar nuestros oídos poco a poco, si queremos enterarnos de por dónde va el futuro de nuestro cine y de sus mejores profesionales.

Prueba de ello es la nueva película -mitad española y mitad belga- de la directora Marion Hansel, Así en la tierra como en el cielo, que veremos mañana también en el Panorama, y cuyo principal reclamo es el nombre y el renombre de Carmen Maura, actriz incomparable y cada día más buscada por los centros de producción del cine europeo, hasta el punto de que, aunque no hay todavía confirmación de ello, la Berlinale está buscando entre su apretadísimo programa un hueco para ofrecer a la actriz un homenaje, cosa que está al alcance de muy pocos.

Camino

Y hoy el centro de la programación oficial lo ocupa El largo invierno del 39, película de Jaime Camino en la que ocurre lo contrario que en las antes citadas: son los italianos y los franceses quienes verán en ella rostros tan suyos como el de Vittorio Gassman y Jean Rochefort, respectivamente. El primero es hoy mismo la mayor estrella de la Berlinale, y el público de esta ciudad tendrá ocasión de ser el primero en disfrutar con el maravilloso idioma castellano que habla este gran actor en su primera película. catalana. La Babel cinematográfica en que se ha convertido Europa en los últimos años sigue abriendo insospechadas combinaciones de rostros, de idiomas, de resonancias, de nombres y de acentos.Mientras tanto, el irlandés Kenneth Branagh se escapó a Hollywood, convertido a los 30 años en un divo de fama mundial después del triunfo de su Enrique V, y nos ha traído su segundo largometraje, titulado Morir todavía. Y nos tememos, a tenor del resultado de esta película, que el triunfo anterior se le ha subido malamente a la cabeza, pues Morir todavía tiene toda la pinta de un tropiezo propio de un megalomaníaco.

Por lo pronto, uno de los reclamos publicitarios de la película es la solemne tontería de calificar a Branagh de Orson Welles II, exageración que no beneficia nada a este cineasta. Enrique V era una asignatura que Branagh se sabía al dedillo desde su larga experiencia con ella en los teatros, y esto le permitió trasladarla al cine con una convicción tan fuerte que hacía perdonables sus muchas imprecisiones como película y el primitivismo casi ingenuo de que a veces hacía gala en la realización.

Pero Morir todavía es harina de otro costal, pues en ella Branagh se enfrenta con un asunto dificilísimo, de esos que Alfred Hitchcock hubiera bordado: una historia con una brutal mezcla de amor y de terror románticos, con respiros de humor blanco y negro.

El triángulo amor-terror-humor es en cine un explosivo difícil de manejar, y Branagh es un dinamitero en pañales. Morir todavía es osadía y petulancia que obra contra él, pues aún no puede con embolados así. No es un nuevo Welles ni un Hitchcock.

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