La vuelta a la vida
IGNACIO CARRIÓN Fue la vuelta a la vida pero con mucha serenidad. Había un lleno completo aunque en su mayoría no era la gente joven -entre los asistentes, con jersei y medio despeinado, estaba el ministro de Cultura, Jordi Solé Tura- que estamos acostumbrados a ver en los conciertos de este estilo. Era gente de unos 30 a 40 años que celebraba la reaparición de Lou Reed, el héroe que triunfó sobre la heroína.
Más que esto, cabría decir que se trataba del triunfo de la música y la poesía sobre la muerte. De la fuerza de la magia sobre la estridencia. En definitiva, el éxito de algo mágico sobre la perdición.
Quizá su nuevo elepé, que interpretó en la primera parte de este concierto, debiera llevar por título algo así: la pérdida de la perdición, el extravío del engaño (la droga), en lugar de llamarse, como se llama, Magic and loss (Lo mágico y la pérdida). Fue, en efecto, una demostración muy quieta de poesía y de buena música. Hubo poesía incluso cuando el público, cabe pensar, no siempre entendía la letra. Lo cual reafirma la idea de que por poesía hay que entender la magia de algo más que las simples letras: el ritmo y la persuasión que en cada momento supo trasladar a la audiencia. La droga de la poesía la inyectó Lou Reed directamente en las venas de los asistentes, repechados con mucha ceremonia en sus asientos.
Sus primeras palabras marcaron ya el tono de lo que iba a ser su actuación. Fue un sobrio thank you sin apenas una sonrisa.
Tampoco hubo demasiadas interrupciones, ni silbidos, ni gritos, ni apenas palmas. Pero al terminar más de una de sus canciones esta misma gente que le miraba sin apenas gesticular -el público imita a los actores- supo ponerse en pie y vitorearle con ganas.
Luego Lou Reed tomó asiento en el escenario, y esto despertó el grito de un enfurecido admirador: "¡No te canses, tío!". Otro pedía, una y otra vez, luz y más luz.
Reed dijo, no se sabe si para excusarse o tranquilizar a su gente, que había elegido una sala pequeña con el fin de que se le oyera mejor. Y por supuesto, además, se le vio claramente que no sudaba, no brincaba, no rompía, no accionaba, y apenas no existía. Alguien podría pensar que, quizá, ni siquiera estuvo aquí. Estuvieron sus guitarras rojas y blancas, diminutas, y magníficas.
También su grupo actuaba bajo el signo de la austeridad. Alguien dijo: "Parecen oficinistas de una multinacional". Pese a todo la gente se mostraba satisfecha al celebrar de esta manera el limpio regreso a la vida de un artista de talla excepcional.
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