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Las dudas de Washington

Pilar Bonet

La Administración estadounidense se dispone a recibir al presidente de Rusia, Borís Yeltsin, con todos los honores correspondientes al líder de un país importante, pero no ha conseguido aún superar cierta aprensión hacia él y los últimos restos de nostalgia por Gorbachov.Yeltsin ha estado ya dos veces en EE UU. Sin embargo, el viaje que hoy inicia es el primero que realiza a Washington como presidente de un país independiente propiamente dicho. En otoño de 1989, cuando Yeltsin, a la sazón jefe del Comité de Construcción del Parlamento soviético, hizo su primer viaje a EE UU, los norteamericanos le consideraron un tipo "divertido", e incluso un "bufón".

En 1991, cuando hizo su segunda visita, tras ser elegido presidente de Rusia, Yeltsin tuvo que demostrar que también era un tipo serio. Hasta cierto punto lo consiguió, aunque por entonces Washington estaba contenta de tener al líder ruso bajo la tutela de Gorbachov, que le inspiraba mayor confianza.

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Yeltsin vuelve ahora en solitario, y alguno de los viejos fantasmas del primer viaje norteamericano han emergido de nuevo peligrosamente. El semanario US News and World Report ha asegurado que el presidente de Rusia ha tenido que anular compromisos públicos por estar borracho y que una de las principales preocupaciones de sus colaboradores más inmediatos consiste en mantenerlo alejado del vodka.

En medios políticos washingtonianos relacionados con la política rusa se especula hoy sobre la eventual influencia del alcohol en Yeltsin.El líder ruso tiene partidarios y detractores en Washington, dentro y fuera de la Administración. Con el tiempo, el secretario de Estado norteamericano, Jarnes Baker, y el presidente George Bush han aprendido a encarar las realidades del poder en Rusia tal como son. Bush y Baker se habían acostumbrado al líder soviético y les resultaba cómodo trabajar con él. Los últimos restos del enamoramiento gorbachoviano, con todo, se están disipando rápidamente a medida que se difunden detalles sobre el desastroso estado de las finanzas que Gorbachov ha dejado en herencia.

Contradicción

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En EE UU, Yeltsin puede evidenciar una contradicción consistente, según analistas políticos, en pretender actuar como el líder de una superpotencia en el Consejo de Seguridad de la ONU (algo que ha dado a entender el ministro de Exteriores de Rusia, Andréi Kózirev) y pedir con urgencia ayuda occidental para el proyecto de reforma en Rusia.El vicejefie del Gobierno ruso, Yegor Galdar, y los economistas occidentales que han puesto su prestigio al servicio del programa de reformas de Rusia se han prodigado en las últimas semanas para hacer llegar su mensaje a los países ricos: la ayuda económica es imprescindible para mantener el nivel de vida de los grupos más agredidos por la liberalización de precios y para mantener estable el rublo.

En medios del equipo que dirige Jeffrey Sachs se advierte hoy un cierto desencanto ante la apatía occidental. "Todas las condiciones previas, políticas y económicas, que Occidente puede requerir para apoyar se han cumplido", decía el economista sueco Anders Aslund, defendiendo la necesidad de crear un fondo de estabilización del rublo de 5.000 millones de dólares. Aslund confesaba estar desanimado por el arraigo que tiene en Occidente la imagen de Yeltsin como líder autoritario, una imagen que el entorno de Gorbachov ha contribuido a crear.

Yeltsin tiene encendidos partidarios en medios coservadores del think-tank (institutos de análisis político) de la capital norteamericana. Algunos filántropos, que confiesan dedicar su vida a la erradicación del comunismo, se enorgullecen hoy de haber iniciado hace tres años sus contactos con el líder ruso y su equipo.

EE UU no estaba preparado para encajar la división de la URSS. Les falta personal cualificado que hable los idiomas de los diversos Estados resultantes y que estén dispuestos a abrir a toda prisa nuevas representaciones diplomáticas. Además, la naturaleza dual de las relaciones soviéticonorteamericanas ha sido desbancada por un esquema más amplio, donde Japón y Alemania son percibidos como serios rivales económicos.

Paul A. Gobel, hasta hace poco uno de los más prestigiosos expertos en nacionalidades de la URSS, cree que Estados Unidos tiene una capacidad cada vez más limitada para definir la naturaleza de las relaciones en la OTAN debido al desafío económico e ideológico de Alemania y Japón, que se han movido rápidamente para explotar los inmensos recursos rusos. Gobel acusa a EE UU de no haber hecho aún lo propio.

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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