Un acontecimiento
Para empezar, dediquemos un aplauso rotundo al Teatro Lírico Nacional por iniciar su temporada con el estreno de una ópera española de superior categoría, obra de un compositor tan destacado y plural como Robert Gerhard. La dueña, sobre la pieza dieciochesca de Richard Brinsley Sheridan (Dublín, 1751-Londres, 1816), que llevaba música de Thomas Linley, padre e hijo, y otros autores, había tentado ya a Prokofiev en sus Desposorios en el convento.
Como en el caso de Prokofiev, también Gerhard preparó su propio libreto para una ópera cómica que tiene algo que ver, como señala David Drew, con La carrera de un libertino, de Stravinski. Una acción característica del género cómico, con el juego de parejas, el travestismo y, al mismo tiempo, el baile entre amores e intereses, queda servida por Gerhard de manera admirable.
La dueña
Teatro Lírico Nacional. La dueña, libro y música de R. Gerhard. Principales intérpretes: R Van Allan, S. Cooper, Anthony Michaels-Moore, F. Palmer, J. García León, D. Perdikidis, D. Rendall, Anne Mason, E. Vaquerizo.Dirección musical: A. Ros Marbá. Dirección escénica: J. Carlos Plaza. Coro: Ignacio Rodríguez. Ballet: Goyo Montero. Escenarios y trajes: Pedro Moreno y Rafael Garrigós. Consultor musical: David Drew. Orquesta Sinfónica y Coro titulares. Madrid. Teatro de la Zarzuela. 21 de enero.
La dueña es una cima en la obra gerhardiana y una síntesis de su manera, tan varia y coherente, producto quizá de la sorpresiva formación musical del compositor. Quien estudió con Felipe Pedrell, Enrique Granados y Arnold Schönberg podía estos resultados de tan difícil fusión, pero lo más notable es que Gerhard, a lo largo de casi toda su vida y su obra, permanece fiel a todos sus orígenes.
Como comentaba Lionel Salder, entusiasta admirador de Gerhard, al que consideraba tan inglés como nosotros español, en el músico existen tres compositores en plena convivencia: un nacionalista evolucionado, un schönberiano más o menos estricto y un ecléctico que reduce a la unidad tan distintos y hasta antagónicos valores. Ni en el ballet Don Quijote ni en las Alegrías Gerhard logra en tan alto grado el difícil empeño como en La dueña. Es más: coincido con Drew en una observación: Falla en Atlántida como Gerhard en La dueña han llevado a cabo por distinta vía lo que le hubiese gustado conseguir a Felipe Pedrell, maestro de ambos.
Aun diría que La dueña es más pedrelliana que la cantata de Falla, pues Gerhard permite que las citas folclóricas se conviertan en tema, hace de ellas sustancia, bien se trate de unas guajiras, de una vieja tonada catalana o del ostinato que Laló empleó en la Sinfonía española. El acierto grande de La dueña es que todo ese material y su explotación se logran con naturalidad en un continuo que debe no poco al expresionismo, sobre todo por la técnica de escritura. Notable es el colorido instrumental, pero esto sí que lo tuvo Gerhard en todo momento.
Es curioso: La dueña, escrita durante el exilio británico, pensaba y repensada muchas veces y cantada en inglés, es una ópera cómica profundamente española, casi diría que entusiasmadamente española. Nos representa hasta cuando asume rasgos fundamentales de la mejor zarzuela (léase Berbieri) y, por ello, su estreno me parece un verdadero acontecimiento.
Vigencia
Si ha llegado tarde, en la edición minuciosa y competentísima de Drew, no por ello ha perdido la menor vigencia. Es un ave rara en la escena lírica española: hay que echarla a volar. La interpretación, los escenarios, la dirección escénica de José Carlos Plaza y la musical de Antonio Ros Marbá se han fundido en una suma de aciertos. Los espléndidos escenarios sevillanos de Moreno y Garrigós, la vitalidad escénica de Plaza y la estupenda preparación musical de Ros Marbá, alcanzaron cotas tan altas como la labor protagonista de Felicity Palmer, Van Allan, Sharon Cooper, Enrique Vaquerizo y todo el reparto, así como los coros y el ballet. Con esta producción se puede ir tranquilo a cualquier parte; la etiqueta Madrid, capital de la cultura está bien servida.
Babelia
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