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El desconocimiento argelino

La espectacular victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) ha hecho el efecto de un eletrochoque en Europa a pesar del tono prudente y neutral que adoptan en sus comentarios los círculos diplomáticos. La dimisión del presidente, Chadli Benyedid, ha interrumpido -al menos temporalmente- el proceso electoral. ¿Qué hacer? Guardar la calma. Interrogar a la historia puede aclararnos algo. En efecto, la sed de justicia social es una constante de la historia de los magrebíes en general y de los argelinos en particular. Apenas convertidos al cristianismo, abrazaron el cisma igualitario y rigorista predicado por Donat, obispo de Cartago, que rebela a los bereberes pobres del campo contra los ricos colonos de las ciudades.Convertidos en musulmanes, al final del siglo VII, adoptan el cisma jariyita que presenta numerosas analogías con el donatismo, ya que enfrenta a campesinos y gentes de la montaña contra los califas de Damasco y después de Bagdad. A partir del 910, ondea sobre la región la bandera negra del shiísmo, doctrina contestataria, si las hay, que sostiene la defensa del débil contra el fuerte y llama a la revolución contra el tirano. Los almorávides (1050-1147) restauraron la ortodoxia sunita, pero optaron por el rito malaquita, uno de los más rigurosos pero que preserva las características regionales dándole un lugar preferente a las costumbres locales. En fin, los almohades (1147-1269), los unitaristas hacen de la guerra santa un sexto pilar del islam, pero su yihad (guerra santa) es más rigurosa con los malos musulmanes que con los infieles.

Sin embargo, pasada la fase de extrema intransigencia, cada una de estas doctrinas, particularmente bajo las dinastías almorávide y almohade, han conocido periodos de esplendor que rivalizaban con las civilizaciones de Andalucía, de la Bagdad de los abasidas y del Egipto de los fatimidas. En cierto sentido, los islamistas argelinos (y magrebíes en general) se sitúan en esta trayectoria.

Pero, a otros tiempos, otras costumbres. Su concepción de la ciudad musulmana no está en la misma onda en la que se orientan las sociedades industriales: las revoluciones tecnológicas e informáticas se fundan sobre el secularismo y la democracia.

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¿Debemos poner el acento sobre el carácter fascista de una parte de los dirigentes y de los militantes islamistas que denuncian a la democracia como un valor de un Occidente en decadencia, ajena al islam, y que no la utilizan nada más que como acceso al poder para desde allí estrangularla mejor? ¿O hay que considerar, con algunos islamólogos, que después del fracaso de los reformistas nacionalistas de modernizar el islam, el islamismo es una afirmación de identidad susceptible de islamizar la modernidad?

Existen las dos tendencias en el seno del movimiento. Por el momento, el juego está abierto y sería prematuro predecir quién lo ganará a medio plazo.

Ciertos movimientos, entre ellos la Unión por la Cultura y la Democracia, han lanzado, más o menos abiertamente, llamadas al Ejército a fin de que intervenga de una manera u otra para anular las elecciones. Paralelamente se han introducido numerosos recursos con vistas a invalidar los escaños obtenidos por el FIS, medio legal de robarle su victoria, salvo que se pueda demostrar que verdaderamente ha cometido un fraude. Todas estas maniobras abocaban a interrumpir arbitrariamente el proceso democrático o a falsearlo. No viene mal recordar que rompiendo el termómetro no baja la fiebre ni se cura el enfermo.

De todas formas, Argelia está en peligro de caer en una fase de grandes turbulencias sin que se pueda prever el resultado. Si el FIS hubiera obtenido la mayoría absoluta, los electores de los pequeños partidos democráticos eliminados por un sistema electoral que da la ventaja a los más fuertes, y los del Frente de las Fuerzas Socialistas de Ait Ahmed, que alcanzaron la segunda posición en la primera ronda, no se resignarían a aceptar una aplicación oscurantista de la charia, la ley islámica.

La nueva situación, en la que se han interrumpido las elecciones, no habrá, sin embargo, suprimido su electorado (47,54% de los votantes y 25% a 30% del conjunto de los electores inscritos), que continúan siendo una fuerza importante. No queda nada más que esperar que en cualquier caso el país se oriente hacia una guerra civil. En resumen, si los islamistas se hubieran embriagado con su victoria y no dieran pruebas de habilidad, se provocaría una huida de cerebros hacia Europa y Estados Unidos, mientras que nunca Argelia tuvo mayor necesidad de sus élites para responder al desafío del desarrollo.

Las ondas de choque de la situación en Argelia hacen temer también por sus vecinos magrebíes -Túnez y Marruecos principalmente- e incluso se teme que pueda quebrantar la Unión del Magreb árabe. Podrían incluso dar un nuevo impulso a los hermanos musulmanes de Egipto, siempre influenciados y unidos por el wahabismo saudí. Otra pregunta: ¿qué ocurrirá con la unión de los 5+5 que desearían hacer del Mediterráneo occidental una zona de codesarrollo conjunto, un lugar de paz y prosperidad? Podemos inquietamos con toda razón. Tales eran las más importantes apuestas de esta segunda vuelta electoral y, por tanto, del desconocimiento argelino.

Sin embargo, lo peor no es una fatalidad. Desde la imponente manifestación organizada en Argelia por el FFS, sus militantes pregonaban este eslogan: "Argelia no es Irán". Es evidente, aunque hay que subrayar que en Irán, a pesar de algunos patinazos, la razón de Estado ha comenzado a prevalecer sobre la lógica revolucionaria, antes incluso de la muerte de Jomeini, mientras que los religiosos, aprisionados entre las realidades cotidianas y las exigencias populares, se han tenido que enrolar en la inevitable fase del aggiornamento.

En cuanto a los dirigentes argelinos -islamistas o no- se encuentran enfrentados a una realidad inevitable: el 60% o el 70% de sus importaciones y de sus exportaciones (y ocurre lo mismo en los otros países del Magreb) se hacen con Europa y solamente el 1% o el 2% con el Oriente árabe y el 0,5% con el África negra. La geopolítica debería ser para el FIS una escuela de prudencia y de realismo. Debería serlo también, a pesar de sus inevitables borrascas, para los dirigentes de la orilla norte. Después de todo, la aplicación de la charia en Arabia Saudí y en Irán no ha impedido a los occidentales mantener relaciones con esos dos países, e incluso hacer del primero su principal aliado en la guerra del Golfo.

Paul Balta es director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente de la Universidad de la Sorbona, en París.

Traducción: M. T. Vallejo.

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