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El hombre del comunicado

Manuel Rivas

Ese hombre siente hoy algo parecido al hastío. Le hubiera gustado ser uno más, enfundarse en el cuello de la gabardina y perderse en la bruma de las ciudades de ninguna parte. Pero ni siquiera acepta pensar eso que piensa. El sentimiento no tiene cabida en el pensamiento orgánico, y su sitio está en el desván del cerebro, como un musgo adherido a la corteza. No es objetivable. Eso es, no puede interferir la naturaleza infalible de los hechos, el destino de la historia. Lo ha expuesto con claridad estremecedora ése a quien llaman Kubati: si mato no es porque quiera, sino porque debo hacerlo. Es decir, puedo ser ejecutor, pero no responsable. Como los personajes de las tragedias griegas, soy algo así como el percutor de los dioses de la causa. Y como la causa es correcta, ejecuto actos necesarios de los que no soy responsable. Soy humano, tan o más humano que vosotros, bien lo sabe Dios, pero mis actos no son humanos, no me pertenecen.El hombre que ha de redactar el comunicado piensa en el compafiero Kubati, en su implacable lógica ante los falsos tribunales, y echa un vistazo al papel en blanco. Sabe que ha de hacerlo, ha de lamentar la muerte del niño de dos años y medio para luego responsabilizar de esa muerte a los poderes que se niegan a negociar. Ya ha hecho varios comunicados de ese tipo. Es casi como cubrir un formulario. En realidad, ya han muerto dos docenas de niños. Es, uno más. Cosas de la guerra.

De todas formas, al hombre que ha de redactar el comunicado le hubiera gustado hoy tener gripe, la fiebre suficiente para estar encamado y tomarse un ponche y ponerse la manta a la altura de la barbilla y mirar en el techo el encaje de sombras que proyecta la lámpara o quizá un concurso de esos de televisión y olvidarse de que es el hombre que ha de redactar el comunicado. Carraspea. Pero no tiene gripe. ¿Por qué había de desearla? Aborrece esos momentos de debilidad, esas triquiñuelas sentimentales de ese otro que va dentro, ese traidor que intenta desviarlo por senderos secundarios. Sabe cómo mantenerlo a raya, cómo arrinconarlo en lugar recóndito, pero sólo el saber que existe le inquieta, le irrita y le asusta. Teme que algún día ese otro, el que duda, el traidor que lleva dentro, pueda poseerlo, aun por un instante, y hablar por sus ojos, y que alguien note que duda, que se ablanda, que baja la mirada o la dirige hacia ninguna parte.

El hombre que ha de redactar el comunicado se dispone a teclear con energía, con determinación. Se ha deshecho del otro como de una colilla en el cenicero, presionando con el índice. Su yo dominante, el consecuente, sabe lo que ha de hacer y decir. La primera regla del libro de estilo de los comunicados es evitar la noticia, es decir, la novedad. El comunicado ha de parecerse lo más posible a todos los comunicados que anteriormente han sido. No puede haber sorpresas, ni siquiera de construcción retórica. La segunda norma es que ha de ser unívoco y rotundo, sólo susceptible de una interpretación. Y la tercera es que ha de ahorrarse todo detalle gratuito, toda descripción o matiz.

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Esta última regla es muy importante porque, de incumplirse, puede afectar a las anteriores. Por eso, el hombre que redacta el comunicado ha dejado de teclear por un momento. ¿Deberá decir que ha habido un muerto? Y lo que es más delicado, ¿deberá especificar que el muerto es un niño? Por supuesto, el hombre del comunicado descarta de antemano más detalles que puedan delatar algún tipo de conmoción. Pero como quiera que ha dejado de teclear, el otro ha aprovechado para asomar de nuevo y murmurar al oído: "Era un niño y tenía dos años y medio".

-¡Ya lo sé! -dice para sí el hombre que redacta el comunicado.

-Cogió la bomba como si fuese un juguete -dice el otro- Quizá soñaba con un osito de peluche.

-¡Calla, desgraciado! -grita hacia dentro el hombre del comunicado- ¡Estoy hasta los cojones de aguantarte!

Tentado estuvo el hombre del comunicado de coger el periódico. Él tenía por norma saltarse sus sucesos. Si acaso, merodeaba la noticia, husmeaba el titular y ojeaba en barrido las manchas en distinta intensidad de gris de la foto. Sabía lo que iba a leer y ver si alargaba el paréntesis. Era un accidente. Cosas de la guerra.

-¿Para qué tanto dolor? -preguntaba el otro- Incluso en la guerra hay crímenes de guerra. ¿Recuerdas My Lai? ¿No encuentras parecida angustia en el grito del Guernica y en la madre de Erandio?

Lo acalló de un manotazo en las teclas. Estupideces. La negociación, eso es. Todo esto se hubiera evitado si el Estado se aviniera a negociar. Al hombre que redacta el comunicado le hubiera gustado poner Ejército en lugar de Estado, así estaría más claro. Ejército con ejército, sentados frente a frente, las cosas como son, sin esas manchas grises que se interponen, sin esas malditas palabras -democracia, autonomía, pacifismo...- que todo lo enredan. Pero estamos también en una fase política, y el hombre del comunicado no redacta, en rigor, partes de guerra. Usa mayúsculas y minúsculas con un selectivo sentido político. Habla de Estado y de estatuto. De Ejército y de parlamento. Ante todo, el Pueblo Vasco.

-También yo soy el Pueblo Vasco -dice el otro, eludiendo como puede el martilleo de las teclas- Y el niño. Y el gemelo. Y los padres. Y el forense. Y el que hizo la caja. Y el enterrador. Y también el policía es pueblo, mal que te pese.

El hombre que redactaba el comunicado esbozó la mueca que le había dado fama de consecuente.

-Pura demagogia -dice-. Hipocresía. Los que con su tozudez rechazan la negociación son los verdaderos culpables de que se sigan produciendo muertes.

-¡Ah, cabeza hueca! -dice de súbito el otro, revolviéndosele las tripas-. ¿Me quieres hacer creer que es culpable y criminal el que no negocia mientras se mate y héroe y mártir el que mata mientras no se negocie? La más atolondrada de las criaturas tiene más sentido de la responsabilidad que tú, barbatán. ¿No será que años ha el cerebro se ha subordinado a la mano de hierro y que es ya su esclavo?

-Vete a la mierda -exclama el hombre que ha redactado el comunicado.

Es de noche en la ciudad marina. Niebla y neón. El hombre que ha redactado el comunicado frota enérgicamente las manos, carraspea y se echa a la calle.

-¡Eh, espera! -grita el otro, cojeando aún por un teclazo- ¿Cómo te arreglarás sin mí cuando llegues a casa?

Manuel Rivas es escritor.

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