Sununu, cabeza de turco de Bush
Temor a que el presidente sea el primero que pierda unas elecciones tras ganar una guerra
El mismo día en que John Sununu anunciaba su dimisión como jefe de Gabinete de la Casa Blanca, los principales indicadores económicos mejoraban en una media del 0,1%, mostrando una ligerísima tendencia a la salida de la recesión. No es más que una coincidencia, pero permite que el presidente George Bush pueda aprovechar la salida del hombre más criticado de su Administración, para dar la imagen de que está recuperando la iniciativa después de varios meses de pérdida de popularidad.
El pasado jueves Bush nombró a Samuel Skinner, que era secretario de Transportes, nuevo jefe de su Gabinete. Skinner es uno de los hombres del presidente y un político republicano conocido en Washington por su astucia.Una de las leyes no escritas de Washington es que, cuando las encuestas son negativas, alguien tiene que entregar su cabeza para proteger la del presidente. No es la primera vez que al que le toca cumplir ese papel es al jefe de Gabinete. En esta ocasión, ese puesto lo ocupaba un hombre que se había ganado las antipatías del resto del equipo de Bush, de los principales dirigentes republicanos, del Congreso y de los medios de comunicación, que le atribuyen buena parte de la responsabilidad por el creciente descontento de la opinión pública. Hasta el hijo de Bush le había pedido a Sununu que presentara la dimisión para no perjudicar más a su padre.
El cargo de jefe de Gabinete de la Casa Blanca es uno de los más desgastantes de la Administración norteamericana, aunque también es de los que más poder acapara. A veces se ha comparado su labor con la de un primer ministro en los sistemas europeos. En términos deportivos, es algo así como el centrocampista de un equipo de fútbol. El jefe de Gabinete reparte el juego, controla el tiempo del presidente y el acceso a la Casa Blanca. Su influencia suele ser irrelevante en la política exterior, pero es decisiva en la política nacional.
El papel de un jefe de Gabinete abarca desde la elaboración de un programa económico hasta la firma del permiso para que un ministro pueda utilizar los transportes de la Casa Blanca.
Antes de Sununu, otros jefes de Gabinete se han tenido que sacrificar por sus presidentes. El último fue Donald Regan, quien tuvo que renunciar en 1987, cuando el escándalo Irán-Contra amenazaba a Ronald Reagan. ,H. R. Haldeman, el jefe de Gabinete de Richard Nixon, cayó con el estallido del Watergate. Hamilton Jordan y Alexander Haig, que ocuparon ese mismo puesto con Jimmy Carter y Richard Nixon, también estuvieron sometidos a críticas permanentes.
Facilitar la reelección
La caída de Sununu tiene un objetivo principal: despejar el camino para que George Bush luche por la reelección, todavía al alcance de su mano, pero cada día menos. Prescindiendo de Sununu, el presidente está anunciando una nueva política económica para su último año de mandato y perfilando el equipo que trabajará por la reelección. La mayoría de los analistas norteamericanos consideran, sin embargo, que las ilusiones de cambio creadas con la salida de Sununu son un espejismo y que el presidente tendrá que someterse a la prueba de las urnas el año próximo en medio de una economía maltrecha.En poco más de un mes -se puede mencionar la conferencia de Madrid como fecha de referencia-, la popularidad de Bush ha caído en picado. Hoy, cerca de la mitad de los norteamericanos desaprueba su gestión personal, y más del 60% considera que el país está mal gobernado.
De repente, un presidente como Bush, que ha demostrado ser hombre de acción y de suerte -Panamá, la URSS, el Golfo, los rehenes-, presenta la imagen de un gobernante aislado en la Casa Blanca, consumido por su propia indecisión. El Bush de seis meses atrás nunca hubiera retrasado un viaje a Japón por la presión de los demócratas.
El hombre que tan brillantemente resolvió graves crisis internacionales se muestra con las manos atadas para encarar los problemas económicos de su propio país. Los políticos de su partido le piden que baje los impuestos para recuperar popularidad, pero los economistas le dicen que no puede hacerlo porque subiría el déficit y se hundiría el dólar. Sus asesores le dicen que exija a los bancos que presten más y en mejores condiciones, pero los banqueros le advierten que no pueden bajar los tipos de interés porque sería la ruina del sistema financiero.
La única fuente clara de ahorro para el Estado es el presupuesto de Defensa. El secretario de ese departamento, Dick Cheney, se resiste a aceptar una reducción por encima del 25% acordado hasta ahora, pero parece que el presidente tiene intención de mayores recortes en el presupuesto militar.
De la noche a la mañana, a Bush todo le sale mal. Cuando se le ocurre proponer la rebaja de los intereses de las tarjetas de crédito, se le rebela Wall Street.
En un mes han entrado en campaña electoral dos republicanos conservadores que podrían debilitar a Bush, el ex candidato a la gobernatura de Luisiana David Duke y el famoso comentarista político Pat Buchanan. La participación de Duke, un ex nazi y ex dirigente del Ku Kux Klan, impide a Bush, por ejemplo, hacer uso del tema racial en la campaña para evitar la comparación con el político de Luisiana.
Incluso sus más enconados enemigos dentro de EE UU le reconocen a Bush una excepcional capacidad para dirigir la política exterior. En esa materia ha basado el gran prestigio alcanzado hasta ahora. Pero no parece que la política exterior pueda seguir compensando, en el año que resta hasta las elecciones, el desgaste del presidente en la política nacional.
Casi nadie cree todavía en la derrota, pero los principales dirigentes republicanos le han advertido a Bush que tiene que pasar a la ofensiva en la política nacional si no quiere convertirse en el primer presidente que pierde unas elecciones después de haber ganado una guerra.
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