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Un sistema único y sin fallos

"El sistema no tiene fallos: el fallo es el sistema". Todavía puede leerse esta reliquia del 68, con perdón, en algunas paredes de las estaciones del metro. Me ha venido a la mente, no por casualidad, sino porque, entre atónito y acongojado, asisto muy a mi pesar al increíble, pero real como la vida misma, gran espectáculo audiovisual montado alrededor del consunio de drogas ¡legales en nuestro país. Zanjada la cuestión de su legalización, aquí y en todas partes, sin haber resuelto los mil y un interrogantes que de ese hecho se derivan, entre otros el de los incalculables beneficios económicos obtenidos y por obtener como consecuencia de la prohibición, nos vemos abocados a las soluciones particulares de cada sociedad ante el problema. Y un contexto donde no solamente no remite la ola de reaccionarismo que comenzó, como tantas otras cosas, en la Norteamérica de mister Reagan, sino que, muy por el contrario, aumenta sin parar, alcanzando terrenos y ámbitos como. los de la izquierda tradickonal, hasta hace poco relativamente preservados del reflujo generalizado, pero que han caído de hoz y coz en su onda expansiva. Para más detalles, y sin ir más lejos, obsérvese el espíritu que está detrás no tanto de los ya famosos dos artículos de la ley Corcuera como de su concepción global. Es evidente que vivimos una época donde pintan bastos y el concepto seguridad va ganando por puntos al riesgo de la libertad. De seguir así las cosas, ésta tardará poco en llegar al KO técnico.Pero es que, además, el sistema que no tiene fallos es ahora el único. No existen alternativas ni conocidas ni posibles. De modo que el axioma esto o el caos es el punto de partida de cualquier actuación política. Se nos ha muerto todo: Dios, la historia y las ideologías. De las utopías ya nadie se acuerda. Y no digamos del movimiento obrero y la dialéctica de progreso que con un paso atrás y dos hacia adelante llevaría inexorablemente a un mundo mejor. Todo se ha ido o se ha tirado por la borda. No hay vuelta de hoja: lo que queda es lo que tenemos. Algunos, claro, no todos, porque la sociedad de los tres tercios es una realidad inamovible. Lo mismo que el Norte-Sur y el Este y el Oeste. Por cierto, y según lo escribo no puedo dejar de pensar lo pudibundo de esas referencias cardinales para describir tan profundos desequilibrios y realidades tan antagónicas. Y de consecuencias tan terribles.

Así las cosas, y dado que el sistema no tiene fallos ni alternativas, no existe otra posibilidad que la adaptación de lo que hay al ritmo dominante de los tiempos. Primera constatación: cualquier búsqueda de soluciones propias está rigurosamente vedada para los políticos. Son curiosas, por ejemplo, las continuas referencias de Corcuera a la legislación de otros países en materia de seguridad, sin que al parecer le quepa la menor duda de que son las mejores ni las más eficaces. Ni siquiera de que pueda haber otras más en consonancia con la idiosincrasia de cada cual. Resulta cuando menos peculiar oír a un ministro socialdemócrata que gobierna en mayoría absoluta justificarse con la legislación de un pentapartido como hay en Italia o con la que dimana de la moral del thatcherismo o del reagañismo. Y no digamos ya lo del Partido Popular haciendo la jaimitada, en referencia del inolvidable artículo en estas mismas páginas de Maruja Torres, de traducir directamente del italiano una ley que en su escaso año de funcionamiento ha demostrado ya su poca funcionalidad y su prácticamente nula eficacia. Me cabe la tremenda curiosidad de saber si en los Parlamentos europeos hay tantas citas del español como en el de aquí a los demás. Tengo mis dudas. La moda, implantada por el actual presidente del Gobierno, es como el río que no cesa. Lo cual tiene sus ventajas para el legislador, que no tiene ninguna necesidad de estrujarse las meninges para buscar, si las hubiera o hubiese, soluciones inéditas o simplemente diferentes. Si se mezclan churras con merinas es lo de menos. Por añadidura, en este tipo de cuestiones no hay que pagar por la patente ni por los derechos de autor. Ellos, que llevan tantos años de democracia, lo inventaron antes. Sólo se espera de nuestra modernidad que sepamos hacer una regular copia. Y en eso estamos.

Segunda constatación: cuando se presenta un problema que inquieta a la ciudadanía, digamos por lo demás que con toda la razón, como es el caso del consumo de drogas, lo que procede para los políticos es encabezar la manifestación diciendo no lo que es más razonable desde la tremenda complejidad del problema, sino aquello que la gente quiere oír. Y ya puestos, yendo incluso más allá, atizando el viento de la demagogia inoperante, sin miedo al ridículo, sin pararse en barras de contradicciones y coherencias, tirando por la calle de enmedio de la simplificación y de las soluciones represivas. Eso para empezar y luego ya veremos. O sea, que se coge el rábano por las hojas o se empieza la casa por el tejado. En ese camino, los políticos no están solos. Ni mucho menos. Además de la calle, les acompañan por activa o por pasiva muchas instituciones y organismos que antes de empezar ya han tirado la esponja de la racionalización, si es que la han tenido alguna vez, para subirse al carro de la mano dura como punto de partida de otras posibles soluciones. Recordemos que el sistema es único y el que no está dentro de él es que está en contra. Es decir, que es un marginado o un intelectual. En la versión española de lo que está pasando, y dada nuestra tendencia a ir más lejos, por ese camino llegaremos a la ley de vagos y maleantes y a otra de defensa de la democracia. Esta última ya pedida, por cierto, por el anterior vicepresidente del Gobierno. Cabalgamos a favor del viento. Como con la OTAN. Como en la guerra del Golfo. Prohibido salirse de los cánones establecidos.

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La cuestión de la droga, el modo como se está abordando, lleva camino de convertirse en un auténtico caballo de Troya o de caja de Pandora que está, por un lado, destapando un cúmulo de incapacidades y, por otro, un auténtico aluvión de hasta ahora soterrados demonios. Se están poniendo en marcha peligrosos mecanismos que inexorablemente llevan al autoritarismo y al más soez populismo, actitudes racistas incluidas. Y que condena al infierno a centenares de miles de seres humanos. La patética imagen del yonqui en busca de la cada vez más difícil y cara papela ahorra cualquier comentario. Mientras, sigue sin respuesta una pregunta elemental: ¿qué sociedad de las que se nos ponen como modelo ha acabado mediante la represión con el consumo de drogas? Es verdad que los intentos liberalizadores tampoco han tenido éxito. Pero éstos se han producido en un ámbito reducido, tanto en el tiempo como geográficamente. El resto nos hemos metido en una espiral que no tiene salida. Volvemos al principio, por lo menos en este tema. El sistema no tiene fallos: el fallo es el sistema. Aunque sea el único.

es periodista.

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