Una nueva trama urbana
No hay, en esta última exposición de Miquel Navarro (Mielata, 1945), ninguna sorpresa relevante: nos encontramos, eso sí, con una impresionante recreación de su eterno tema de la ciudad, junto con una serie de dibujos, collages que más despistan que otra cosa, amén de unas pocas piezas pequeñas perfectamente engarzadas con el espíritu formal que le caracteriza.Solar I es el título de esta nueva ordenación material del artista y, una vez más, resume de modo perfecto todas sus sensaciones y todas sus ideas no sólo respecto al papel y a la función de la escultura y la instalación, sino que también ofrece todo su potencial conceptual respecto al ser humano, su condición, su colocación en la trama de lo civilizado y su papel en la compleja red de las relaciones de poder, ya sea en el plano de lo simbólico, de lo político, de lo antropológico o de lo meramente sexual. Unos dibujos, por cierto, cuyas reiteradas anécdotas fálicas -facilonas y sólo graciosas- y cuya formalización academicista suponen una especie de paso en falso realmente preocupante.
Miquel Navarro
Galería Joan Prats. Rambla de Catalunya, 54. Barcelona. Hasta finales de diciembre.
Resultaría, sin embargo, en exceso fácil -quizás por su evidencia meridiana- establecer paralelismos directos entre lo habitualmente enhiesto de sus esculturas y una concepción fálica de todo aquello que se yergue por encima de una disposición horizontal de cariz más o menos urbano. Aparte de las ya clásicas especulaciones antropomórficas y paisajísticas de toda construcción vertical y horizontal, Solar I, en concreto, se nos muestra como el cruce de ambas sensaciones, en el centro de cuya intersección se sitúa no ya la simple dimensión humana, sino una estricta y poderosa estructura de poder.
En definitiva, las recreaciones de la ciudad que Navarro nos ha venido proponiendo en los últimos años siempre han supuesto una concepción más ideológica que real, más ideal y simbólica que tangible, más conceptual que visual de las estructuras de lo urbano: en ellas, las referencias a estados arquitectónicos, a disposiciones constructivas, a elementos de desecho, a la ruina, en suma, siempre constituyen un trasunto de la vieja consideración de cómo la ciudad es una metáfora del poder, una visualización de sus andamiajes y de sus recursos, un mapa en el que reconocer funcionamientos y dispositivos de actuación, más que una mera reproducción de una situación física. Quizás, en el fondo, esa plausible falopatía acabe por redundar en una idea de ruina que se manifiesta no sólo en lo tridimensional, sino también en la complejidad de las alusiones.
Babelia
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