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Entrevista:

"Los narcotraficantes merecen la pena de muerte"

Robert Martínez asegura que en la lucha contra el problema de la droga, que el presidente Bush calificó como "la más grave amenaza interior" contra Estados Unidos, su país "está ganando la guerra por batallas pero no la guerra completa". Reconoce que las cifras siguen siendo preocupantes: "Nos quedan todavía 5,7 millones de adictos. De 1989 a 1990, el número de jóvenes que consumen drogas bajó un 44%. En 1985 había 23 millones de norteamericanos que usaban drogas y en 1990 tenemos 12,9 millones. Hemos conseguido reducir la oferta, haciendo que la droga sea más cara y que sea más difícil encontrarla en la misma esquina como antes. Y en todas las escuelas del país se educa a los niños desde los cinco años sobre los peligros del consumo de drogas. Hemos aumentado las ayudas para la rehabilitación y estamos intensificando la ayuda a las organizaciones que tratan con los jóvenes en los barrios marginados."Pregunta. El escándalo del Banco de Crédito y Comercio Internacional ha revelado las complejas y extensas relaciones de esa entidad con el blanqueo del dinero procedente del narcotráfico. ¿Cree usted que son suficientes las medidas actuales para impedir el blanqueo a través de los circuitos financieros internacionales?

Respuesta. Yo creo que si todos los países aceptaran e implantaran la resolución de las Naciones Unidas de 1988 sobre el blanqueo de dinero y la prohibición de vender productos químicos para el procesamiento de la cocaína, los narcotraficantes tendrían suficientes problemas para abastecerse. El tema es muy complicado. Se necesita mucha información y mucho intercambio de información a nivel internacional. En EE UU, con esas medidas y con la confiscación de los bienes de narcotraficantes, estamos recuperando más de 1.000 millones de dólares anuales.

P. ¿Cree usted que la legalización del consumo y venta de drogas contribuiría a acabar con el problema?

R. El problema de las drogas son las víctimas que quedan enganchadas, y un Gobierno nunca debería hacer daño a un ciudadano. Con la legalización les estaríamos diciendo a los drogadictos: consumir toda la heroína o la cocaína que queráis y luego vamos a ver si podemos resolver el problema. Eso no lo puede hacer ningún país. Algunos dicen que hay drogas, como la marihuana, que no son tan duras, pero las estadísticas muestran que casi todos los que cayeron en la heroína y la cocaína empezaron con la marihuana. Permitiendo la venta libre, tampoco se acabaría con los narcotraficantes, que ganarían más dinero para ir a Pakistán o a Colombia y corromper esos países. Los narcotraficantes ya tienen más dinero que los Gobiernos de los países productores.

P. ¿Cuánto le cuesta al Gobierno norteamericano su guerra contra la droga?

R. A nivel federal, 11.700 millones de dólares al año [1,2 billones de pesetas]. Una tercera parte va a gastos fuera de Estados Unidos, en asistencia a otros países. Otra tercera parte es para gastos de policía, cárceles, tribunales, fiscales, todo lo que es necesario para mantener la ley. Y la otra tercera parte se dedica a educación, prevención y tratamiento médico para los drogodependientes. En los últimos tres años, la cantidad de dinero gastado ha aumentado en un 70%. Los Estados y las ciudades dedican, a su vez, una cifra similar o incluso mayor que la federal en educación, prevención y tratamiento de drogadictos. En total nos gastamos más de 22.000 millones de dólares.

P. ¿Cuál cree usted que es el mayor obstáculo para ganar la guerra al narcotráfico?

R. El mayor problema es el de los drogodependientes, los adictos. Hay muchos que no quieren tratamiento, y legalmente, si no violan una ley, no hay manera de ponerlos en tratamiento. El otro gran problema es el de la imitación: el de ese profesional de prestigio que consume drogas y un joven lo ve y quiere imitarle. Un muchacho no imita a un enganchado que está en una acera pinchándose, pero sí imita a uno que lleva corbata y tiene un buen coche y el joven sabe que es consumidor de cocaína. A ese sector le estamos dedicando una atención especial. En muchos Estados, si le sorprenden a uno usando drogas, puede perder el carné de conducir, o la licencia profesional, a menos que acepte apuntarse en algún programa de tratamiento.

P. ¿Cuál es su valoración sobre el uso del territorio español como plataforma para la distribución de droga, y sobre todo de cocaína, a Europa y Estados Unidos?

R. España tiene una economía fuerte, tiene muchos aeropuertos y puertos marítimos, y, sobre todo, un idioma y una cultura familiar para los que traen la cocaína de Latinoamérica, y que saben que aquí pueden esconderse y manejarse bien. Además, con la desaparición progresiva de las fronteras, lo de introducir cocaína en España y desde allí distribuirla en otros países es un aliciente lógico. En Estados Unidos nos pasó igual, las entradas más importantes de cocaína fueron por donde había hispanos, como Miami, Los Ángeles, Houston y Nueva York, en los ambientes donde los carteles colombianos se entienden mejor.

P. ¿Cuál es el balance del tratamiento médico de los drogodependientes?

R. En tratamiento gastamos al año cerca de 1.600 millones de dólares [170.000 millones de pesetas], que el Gobierno federal transfiere a los Estados y con los que podemos tratar a dos millones de drogadictos. Pero nuestra preocupación es que más dinero para tratamiento no significa mejor tratamiento, sino más tratamiento, y tenemos que reducir el número de adictos. Con la metadona hemos tenido algunos éxitos contra la heroína, pero para la cocaína todavía no se ha logrado un sustitutivo eficaz.

P. ¿Es partidario, como su antecesor en el cargo, William Bennett, de la pena de muerte para los narcotraficantes?

R. La pena de muerte para los narcotraficantes es aceptada en Estados Unidos, y yo personalmente, cuando fui gobernador de Florida, apoyé una ley como ésa. La ley requiere ciertas condiciones, como que el narcotraficante detenido lleve encima 300 kilos de cocaína, que sea cabecilla de una organización con cierto número de gente o que sea responsable de una red de distribución que maneje gran cantidad de dinero. Si sabemos que una sobredosis causa la muerte, igual que el apretar el gatillo de un revólver, hay que concluir que un narcotraficante es un mercader de la muerte y, por tanto, puede ser sentenciado a muerte.

P. ¿Usted cree, como ha salido a colación en el juicio al ex dirigente de Panamá Manuel Noriega, que Fidel Castro y otros dirigentes cubanos han colaborado con los narcotraficantes?

R. Sí, pero eso forma parte de lo que en el futuro puede ser un problema de la justicia norteamericana, y de esa información sobre un individuo y sobre un Gobierno no puedo hablar públicamente. Durante muchos años hemos oído historias de narcotraficantes volando sobre el espacio aéreo o navegando en las aguas territoriales de Cuba. Pero será la justicia la que diga la última palabra".

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