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Reportaje:

Dos coreanas exigen a Japón una indemnización por ser obligadas a prostituirse en la II Guerra Mundial

Juan Jesús Aznárez

Una de aquellas mujeres sometidas por el Ejército Imperial debió ceder su cuerpo a 90 soldados en un solo día y colaborar también durante los asaltos brutales de una soldadesca formada en hilera con machete y correajes. Entre 1931 y 1945, más de 100.000 jóvenes asiáticas fueron prostitutas forzosas de los regimientos japoneses. Dos de ellas, coreanas, exigen ahora al Gobierno de Tokio una compensación por esos años de tormento.

El Parlamento japonés, en vísperas del 50º aniversario del ataque de su aviación a Pearl Harbour, tiene previsto aprobar en los próximos días una resolución que pide disculpas a las naciones que desde Manchuria a Indonesia sufrieron los desmanes del aquel ciego militarismo. Una de las secuencias menos conocidas en esa sucesión de horrores cuarteleros que acompañó la conquista nipona fue la formación de burdeles con prisioneras, el 80% de ellas coreanas."Me llevaron virgen a un campamento de Sanghai. Cada día era poseída por 15 soldados. El cansancio era tal que quise morir". Entrevistada en Seúl por la televisión japonesa, una de las dos víctimas, de 69 años, agregó que después de las vejaciones quedó estéril. La demanda contra el Gobierno de estas dos mujeres, cuya identidad se ha ocultado por deseo de las dos querellantes, será interpuesta en un juzgado de Tokio esta misma semana.

El escritor Furniko Kawada, en su libro La Casa de los tilos rojos, recoge uno de los pocos testimonios existentes sobre la vida de esas jóvenes reclutadas a bayoneta calada para aplacar la ansiedad lúbrica de los guerreros imperiales y mantener alta su moral de combate.

Pon Gi fue seleccionada en 1944 y enviada a un "campo de descanso" de Okinawa. Terminada la guerra, murió en la más completa soledad, sin haber regresado nunca a su país. En su relato a Kawada, Pon Gi contó cómo muchas de sus compañeras se suicidaron incapaces de sobrellevar la carga, otras murieron de enfermedad o hambre, y numerosas fueron asesinadas, como estorbos, por los militares más salvajes. "Muy pocas volvieron a casa".

Orden de agotar el placer

Taichi Sato, de 33 años, profesor de sociología en la escuela Sobudai, es uno de los japoneses que ha decidido revelar a las nuevas generaciones la verdad sobre aquel triste pasado nacional escamoteada en los libros de texto. "Creo que los profesores de historia tenemos la obligación de aclarar los hechos de guerra que quedaron oscuros". Shinichi Kurimoto, una de las alumnas, con un viaje pendiente a Corea del Sur, reconoció su aturdimiento tras conocer las fechorías cometidas por sus compatriotas. "Ahora que conozco lo que hicieron pediré perdón a los coreanos cuando viaje a su país". La dominación japonesa en la península coreana duró 35 años, desde 1910 hasta 1945, y fue especialmente dura.En el recordatorio de su condena, Pon Gi explicó cómo las ordenanzas castrenses advertían a las prisioneras su obligación de satisfacer las exigencias de la tropa de la manera más activa y complaciente posible. Los militares recibían el mandato de agotar el placer mecánicamente y sin sentimentalismos. Los "burdeles" establecidos por el cuerpo expedicionario, junto a los frentes abiertos en China, Corea o países del sureste asiático, contaban con jóvenes apresadas en los territorios conquistados, pero también con japonesas de extracción humilde, según dice John Dower en su libro Guerra sin piedad.

Contra las tapias

Los soldados recibían un número para entrar en el recinto y guardaban cola si la pareja elegida no estaba disponible. La oficialidad disfrutaba de un trato y favores especiales. Pero cuando un destacamento tenía prisa o las patrullas partían en minutos, las tapias de los barracones eran suficiente para consumar la agresión.Yasuko Takemura, diputado socialista en el Parlamento, declaró en un encuentro sobre la II Guerra Mundial que "este ataque contra la naturaleza de la mujer constituye uno de los peores delitos contra la humanidad". En una intervención parlamentaria, un alto funcionario del Ministerio de Trabajo rubricaba con esta perla la ambigua postura mantenida por Tokio: los "prostíbulos" militares eran organizados por "empresarios privados" sin participación del Ejecutivo. En Corea dicen que, si imperdonables fueron aquellos hechos, aún lo es más que 46 años después el Gobierno japonés no acepte su responsabilidad.

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