Estómago
Cuando los hombres consiguieron fabricar naves que superaban la velocidad de la luz, alcanzaron el techo de la llamada bóveda celeste y enfilaron un respiradero que se abría en ésta y que los condujo, a través de una grieta dentada, al espacio exterior. Desde allí comprobaron que la grieta dentada era una enorme boca incrustada en un rostro gigantesco cuyos ojos parecían planetas. Después de mil cálculos y conclusiones, comprendieron que los seres humanos eran virus, o quizá, bactérias, de un gran estómago al que hasta entonces habían llamado mundo.Poco a poco se fue profundizando en la nueva concepción del universo, en la que los océanos resultaron ser- los jugos gástricos de aquel aparato digestivo; las especies marinas no eran sino microorganismos encargados de mantener el grado de acidez y de salinidad adecuados para la digestión del monstruo. En cuan o al sol y las estrellas., según los estudios más fiables, eran manifestaciones luminosas producidas por la descomposición de alimentos fósfatados. La regularidad de sus posiciones se debía al hecho de que un segundo de la digestión del gigante equivalía en nuestros cómputos temporales a una era.
Los agujeros negros resultaron ser porosidades de la víscera que habitábamos y a través de los cuales se accedía al sistema linfático. Los ten rremotos, así como él resto de las catástrofés naturales, tenían lugar cuando los gases del gigante, que eran nuestra atmósfera, se transfórmaban en eructos. Pronto se averiguó que el monstruo padecía de dispepsia y que el llamado agujero de la capa de ozono no era sino el resultado de esta perturbación crónico-digestiva. Mucho sufrió la humanidad con esta concepción gástrica del universo, sobre todo cuando se alcanzó la conclusión de que éramos el sida del gigante.
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