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Una nueva matanza de niños conmueve a Brasil

A. S. L., una adolescente de 15 años que sobrevivió hace 10 días a una matanza de niños porque los asesinos la dieron por muerta, podrá identificar a algunos de ellos. Su relato de este nuevo episodio de la sistemática eliminación de niños abandonados perpetrada por los temibles escuadrones de la muerte (sólo en un año fueron asesinados en Río de Janeiro 340) ha conmovido a la opinión pública de Brasil.

Cuando se vieron rodeados por los cuatro hombres, aun antes de que éstos sacaran sus pistolas de calibre 45, los siete niños los reconocieron como exterminadores y comprendieron que iban a morir. Se abrazaron, llorando resignados, mientras los hombres retrocedían algunos pasos y comenzaban a disparar.Algunos muchachos cayeron enseguida, otros llegaron a correr unos pocos metros, pero los verdugos fueron detrás y los abatieron uno a uno. El último en caer tenía 10 años de edad; quedó tendido en el piso apretando contra el pecho una bolsa de plástico con la cola de zapatero que inhalaba. Después, un tiro de gracia en la cabeza de cada uno marco el fin de la faena.

"Parecía que sentían placer al matar; se peleaban entre ellos para ver quién mataba primero", relató más tarde la única superviviente de la matanza, la joven de 15 años A. S. L., quien, después de haber sido dada por muerta con una bala en la cabeza, logró escapar e identificar a algunos de los exterminadores.

La matanza, que ha sacudido a la opinión pública brasileña, ocurrió el pasado día 14 en la favela (barrio de chabolas) Nova Jerusalem, a 40 kilómetros de Río de Janeiro, donde es más intensa la acción de los grupos de exterminio conocidos como escuadrones de la muerte.

Las víctimas eran algunos de esos ocho millones de niños abandonados, según las cifras oficiales, que deambulan por las calles de las grandes ciudades brasileñas, donde sobreviven pidiendo limosna, lavando coches, robando o prostituyéndose.

Escondida bajo la protección de la policía, A. S. L. espera ahora la ocasión de acusar a los asesinos ante un tribunal. Sabe que sus posibilidades de escapar de una venganza son escasas, pero no renuncia a sus sueños: "Quisiera estudiar medicina para llegar un día a ser médica de niños", confesó en el hospital antes de ser llevada a su escondite. Xuxa, la popular estrella de la televisión brasileña, se ha interesado por su suerte y ha proclamado su deseo de adoptarla.

Los llamados escuadrones de la muerte surgieron en Brasil en la década de los setenta como grupos parapoliciales destinados a eliminar a los enemigos de la dictadura militar que se instaló en 1964. Hoy, formadas por policías, ex policías, delincuentes, desocupados y vigilantes de empresas de seguridad, estas bandas operan al servicio de comerciantes de las ciudades satélites que rodean Río de Janeiro, quienes los contratan para limpiar los barrios eliminando ladrones, asaltantes o meros sospechosos.

El drama de los niños abandonados ha suscitado una encendida polémica entre el Gobierno brasileño -que creó un hasta ahora estéril Ministerio de la Infancia y la Adolescencia- y las organizaciones no gubernamentales dedicadas a este problema, que critican acerbamente la ineficiencia de las autoridades.

El dirigente del Movimiento Nacional de Niños y Niñas de la Calle, Volmer do Nascimento, declaró a EL PAÍS que hasta ahora el Gobierno no ha hecho nada excepto "divulgar planes inocuos", y denunció que en los últimos 10 meses los grupos de exterminio asesinaron a 340 niños sólo en Río de Janeiro.

El ministro de la Infancia y la Adolescencia, Alceni Guerra, por su parte, refutó la cifra de Nascimento afirmando que en los primeros 10 meses de este año fueron asesinados 293 menores, "lo que representa una mejoría en relación a 1990", cuando los escuadrones de la muerte ejecutaron a 447 menores abandonados.

El viernes pasado, Alceni Guerra acusó a las organizaciones no gubernamentales de exagerar las cifras del exterminio "para obtener más fácilmente recursos del exterior".

A pesar de la áspera controversia, Guerra y Nascimento coinciden en que simples medidas policiales no van a acabar con un problema que tiene profundas raíces sociales y cuya solución exige un cambio drástico del modelo económico vigente y una distribución más justa de la renta nacional.

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