En tránsito

Pocas obras como las de Charo Pradas (Hoz de la Vieja, Teruel, 1960) ponen tan de manifiesto cómo a veces la pintura es un ejercicio y una dedicación que surge directamente de los recovecos del interior del ser humano.La pintura de la artista sigue siendo un camino en permanente estado de tránsito, cuyas sendas sin desbrozar ella misma se encarga de poblar de seres animados. Este es, sin duda, un distintivo de su obra. En la actualidad, además, la recurrencia a la mirada y sus objetos se replantea desde un nuevo sentido de la complejidad. Esas formas aparecen ahora más corpóreas y menos sugeridas, más volumétricas y menos camufladas.

Algunos elementos conceptuales jalonan el camino solitario de la pintora: lo vivo, lo trágico, lo animado, lo muerto, lo terrible y lo feroz como elementos que se combinan para dar a luz una experiencia pictórica altamente emparentada con otras tentativas individuales nacidas de lo estrictamente subjetivo que han surgido en muy contadas ocasiones a lo largo de los últimos decenios. Ahí se sitúa su discurso, cada vez más potente, cada vea más imprescindible.