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Aún más sobre San Carlos

El autor, antiguo estudiante de medicina en el hospital de San Carlos, responde a un reciente artículo del profesor Santiago Grisolía en el que éste evocaba su época de alumno en dicha institución, y recuerda la honda impresión de desolación que producía la antigua facultad de Medicina madrileña tras la guerra civil.

Ha aparecido recientemente en, la prensa un artículo de] profesor Grisolía evocando recuerdos de su época de estudiante en San Carlos. Como se da la doble circunstancia de que yo también estudié allí en aquella época, y de que han pasado desde entonces precisamente 50 años, deseo hacer revivir también algunos de mis recuerdos de entonces, porque no coinciden en nada con el anecdotario de Grisolía.La primera, la fundamental, la más honda impresión que entonces producía San Carlos era la de desolación por la acción especialmente asoladora que la guerra civil había tenido en aquella casa.

El movimiento de renovación cultural iniciado a finales del siglo pasado, y sobre todo ciertas facilidades que empezaron entonces -y continuaron después- para actualizar y modernizar la Universidad española, había permitido que se decantasen algunos grupos académicos (el Centro de Estudios Históricos, el Instituto de Física y Química, la Residencia de Estudiantes, la nueva Facultad de Filosofía y Letras) que, a pesar de la escasez de medios materiales y de la precariedad del ambiente científico, lograron en poco tiempo progresos muy sensibles. Éstos estaban, como en toda acción incipiente, muy estrechamente ligados a las iniciativas y a la acción de un número todavía no extenso de personas. Tal era el caso, muy señaladamente, de la Facultad de Medicina de Madrid, que había logrado un sólido prestigio gracias a la labor concurrente de un grupo de ,maestros destacados merced, sobre todo, a una mejor preparación que la de sus antecesores.

Al terminar la guerra faltaban de San Carlos -por exilio, destitución, alejarniento y otras formas más o menos encubiertas de persecución política, confesional, académica o personal- Ara, Casas, Grande Covián, Guerra, Hernando, Marañón, Márquez, Negrín, Ochoa, Pittaluga, Ruiz Falcó, Sánchez Covisa, Tello, Varela, etcétera. Cito de memoria, y es posible que cometa omisiones importantes.

Lo que condicionaba fundamentalmente el San Carlos que nos tocó vivir entonces fue la ausencia -opaca- de este elenco, que dejó en la facultad amplios espacios huecos, que rellenó a su arbitrio, con desigual fortuna, el gobierno dogmático, intolerante y sectario del decano Salamanca.

En el profesorado que surgió a raíz de esta extensa purga se mezclaban confusamente con antiguos maestros (algunos insignes y casi todos apabullados) otros nuevos, con frecuencia vencedores de la contienda, de muy desigual condición. Sorprende que en los recuerdos de Grisolía se omita a los ausentes y a los grandes que quedaban, que no eran ni pocos ni menores (Cañizo, Cardenal, Estella, Garcia Tapia, Jiménez Díaz y el decano Salamanca), y se hable poco, y no precisamente bien, de los recién venidos, que formaban un grupo variopinto en el que se mezclaban y confundían los méritos castrenses, los profesionales, los confesionales y los académicos con el favor personal. Nada menos apropiado para constituir un grupo académico coherente que esta mezcla de grandes ausentes, grandes distantes y nueva miscelánea.

Completaban el escenario la omnipresencia del SEU como única voz estudiantil y las dificultades económicas propias de la época, que eran particularmente duras para los estudiantes sin domicilio en Madrid, que eran entonces mayoría.

Todo esto, nada banal, no aparece entre lo recordado por Grisolía. En cambio refiere recuerdos particularmente inexactos e injustos de Alfonso Dehesa. Creo que en la gran mayoría de los que fuimos sus alumnos dejó una huella profunda, absolutamente excepcional entonces en aquel medio. Se dedicaba exclusivamente, todo el día, a la enseñanza. Su clase, diaria, estaba siempre primorosamente preparada, en especial en el aspecto iconográfico, tan importante en las disciplinas morfológicas. Esto entrañaba entonces dificultades importantes porque los aparatos de proyección disponibles eran, malos y no había diapositivas.

Magisterio eficaz

A esto se añadía su permanente presencia en las salas de disección durante las largas horas que se dedicaban entonces a esta actividad. Así se completaba un magisterio sumamente eficaz e interesante, en nada parecido a las' riñas y a los gritos que refiere Grisolía. Con una docena de maestros semejantes, la facultad hubiera sido muy distinta a lo que fue en realidad.

Es de lamentar que una personalidad tan notable como es el profesor Grisolía se limite, al evocar al cabo de 50 años a un maestro ejemplar, a recordar alguna pequeña extravagancia ínterpretada despectivamente. Y que lo que puede recordar ahora de aquella facultad, por tantas razones respetable a pesar de la crisis de entonces, sean meras anécdotas-mermelada, relacionadas con el atuendo de algún profesor, con los bocadillos de la calle de Atocha, con el anuncio de los chocolates Matías López o con la insólita aparición en un aula de dos jovencitas dedicadas a la profesión más antigua.

Manuel Varela Uña médico, ha sido profesor adjunto de la Facultad de Medicina de Madrid y jefe del servicio de ginecología del hospital de la Princesa.

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