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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los angustiados cuartetos de Bartok

Ciclo de cámara y polifonía

Intérprete: Cuarteto Takács de Budapest. Auditorio Nacional, Madrid, 29 de octubre.

Dentro del ciclo de cámara y, polifonía, el Inaem presentó al cuarteto Takács en el primer programa dedicado a la serie de los cuartetos de Bela Bartok, una de las piezas fundamentales de toda la música de nuestro siglo. Ante un público especialmente interesado que llenaba la sala de cámara, el grupo húngaro, que desde su fundación en 1975 se ha hecho con un prestigio fuera de lo común, abordó los cuartetos primero, tercero y quinto desde una total precisión de concepto y técnica y una cierta desdramatización, pues quizá considera que ya puso bastante dosis el compositor como para añadirle cuota alguna. El éxito fue excepcional, pues tanto individualmente como en conjunto los violinistas Gabor Takács-Nagy y Karoly Schranz, el viola Gabor Ormai y el violonchelista Andras Fejer actuaron con belleza de sonido; extensa gama dinámica; puntual acentuación, tan importante en Bartok; natural sentimiento de los ritmos, de origen tradicional muchos de ellos, y cantabilidad densa o luminosa, según exige la expresión de los pentagramas.Hay ciclos cuartetísticos o sinfónicos cuyo interés radica en seguir la evolución de una personalidad creadora, pero en el caso de Bartok, aun estimando sumamente atractivo ese seguimiento, me parece que cada cuarteto se alza por sí mismo en todos sus valores. Es música bellísima y generalmente angustiada, sobre todo en el caso del Quinto cuarteto, escrito en 1934 bajo el peso de la tragedia presentida y casi anunciada que iba a ennegrecer el rostro de Hungría y el de Europa entera. Roland Belicha denomina a este cuarteto "profético" por cuanto su trágica tensión, su excitada inquietud, alcanza un paroxismo a tono con las circunstancias vividas por algunos, como Bartok, con intensidad clarividente, e ignorada por otros en un esconder la cabeza bajo el ala. El tiempo de la seguridad finiquitaba, lo que ya podía vislumbrarse en 1908, cuando Bartok compone su primer cuarteto mientras Mahler da La canción de la tierra y Shöenberg El libro de los jardines colgantes.

Probablemente ningún otro compositor contemporáneo llegó a objetivar en formas y expresiones puras como son las del cuarteto el signo conflictivo de los tiempos para convertirlo en materia testimonial de indecible hermosura. Cuando en el Quinto cuarteto, Bartok, tras la agitación del primer movimiento y antes del vivo nacionalismo universal del scherzo a la búlgara, repliega sus más íntimas emociones con aire casi delicioso -aunque no encierren intención confesional alguna- en el adagio molto, la música del siglo XX accede a uno de sus más trascendentes y conturbadores momentos.

En el Cuarteto número 3, de 1927, tan unido al cuarto que es del año siguiente, Bartok anda un largo trecho en el trayecto de su evolución hacia un arte que bien podemos denominar nuevo cuando todavía hoy nos lo parece desde sus procedimientos y desde su misma sustancia. Mucho de lo escuchado anteayer tendría aproximadamente igual valor si se hubiera escrito ahora. Las ovaciones insistentes obligaron a un bis.

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