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36º FESTIVAL DE CINE DE VALLADOLID

La belleza de los filmes en concurso acerca el certamen a lo insuperable

La proyección ayer de la obra maestra rusa El nido de Adán, dirigida por Wiatcheslaw Khrichtofovich, y del excelente, intenso, cruel y tierno filme australiano La prueba, primer largometraje de la cineasta Jocelyn Moorhouse -a las que hay que añadir hoy ni más ni menos que la fastuosa Thelma y Louise, de Ridley Scott, que pese a su celebridad mundial se somete con humildad a la prueba de una competición -sitúan a este pequeño festival entre los mejores del mundo.

Fue la de ayer otra prueba irrefutable del rigor selectivo y la inteligencia con que se ha organizado esta inolvidable fiesta del cine. Cada día surge en la pantalla del teatro Calderón vallisoletano un inesperado baño de imaginación cinematográfica. Ninguna película tiene apenas que ver con la que le sigue: provienen de las cuatro esquinas del planeta y nos traen cada una de ellas un eco de cuanto de vivo de atroz, de significativo, de palpitante y de nuestro, es decir, de todos, ocurre ahora mismo en ese rincón de donde proviene. Y de esta impagable conexión entre belleza y verdad extrae esta Seminci su sello: consigue con sólo 100 millones 500 veces más que otros festivales con 500. "Que los ojos de quienes elaboran este festival lo eleven a lo insuperable es indicio de que hay -además del infrecuente arte de saber ver cine en esos ojos- cine de verdad que ver con ellos. Y ésta es la parte más optimista y gratificante del acontecimiento: existe repartido en todo el mundo, oculto detrás de la producción masiva y a granel de basura audiovisual, cine puro, genuino: clásico y rompedor, nostálgico y evolucionado, sereno y convulso, negro y luminoso, amargo y dulce: cine para tirios y cine para troyanos.

Profetas miopes

Si las maravillas que vimos el pasado mes de mayo en Cannes fueron una patada en el trasero de los augures de la muerte de este arte, Valladolid 91, tan sólo cinco meses después, riza el rizo es una carcajada ante las narices de esos profetas miopes, a quienes el bosque no les deja ver la hermosura de los árboles. Hay una enérgica y apasionante revitalización del arte cinematográfico, y el talento de quienes hacen esta Seminci consiste en que han descubierto los brotes de esa energía y se los han traído aquí. Ayer le tocó el turno a una película rusa de sólo hora y cuarto de duración, pero que tiene dentro decenios de historia soviética apretados como la dinamita se aprieta en un pequeño cilindro en el umbral de una explosión. Es la historia, generada por su simple encuentro, de cuatro hombres y cuatro mujeres: un conjunto de ocho prodigiosos personajes aglutinados alrededor de la presencia de la formidable Inna Churikova -actriz eminente en un país como Rusia, donde el genio interpretativo abunda mucho- que escalonan y hacen visibles, sin aludirlos, con sus simples miradas o réplicas, todas las oscuras aristas y abismos del horror estaliniano, incluido su último y grotesco estertor: ese golpe de Estado fantasmal del pasado mes de agosto, que es profetizado -el filme se hizo varios meses antes- en la última y perturbadora imagen de esta penetrante, densa y magistral comedia trágica rusa, digna de un Antón Chéjov con cámara en vez de pluma.

Y de las antípodas del pudridero de Moscú a un apacible barrio donde el tiempo estancado de otro continente, Australia, ahoga a sus habitantes, nos llegó también ayer La prueba, una inimaginable metáfora sobre la soledad: la historia imposible de un fotógrafo ciego, hecha posible por el ingenio y la inteligencia de cuatro cineastas: dos actores, una actriz y una directora y guionista, autores de la sorprendente paradoja. Sin alcanzar -sería demasiado pedirles- la altura de la singular película rusa, ni la no menos singular conversión en un fastuoso espectáculo de acción a la interioridad secreta de dos mujeres que Ridley Scott alcanza en Thelma y Louise, la intensa película australiana no hace el ridículo a su lado e incluso se les acerca.

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