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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Celebración del vacío

En uno de los coloquios sobre la moda de la nueva literatura española organizado en Berlín el pasado otoño -preámbulo sin duda al año de España en la Feria del Libro de Francfort y la proclamación de Madrid capital cultural de Europa en la nefasta conmemoración del 92-aventuré algunas observaciones sobre el tema que, por haber sido reproducidas fuera de contexto, pudieron ser interpretadas por algún listo como una nueva prueba de desafecto a los valores nacionales e incorregible antipatriotisino. Mi escasa afición a las polémicas me indujo a guardar silencio y dejar las cosas tal cual. El reciente anuncio de que, con motivo de la capitalidad cultural europea, se prevé organizar en Madrid 1.200 -¿por qué no 12.000- actos culturales para mostrar al mundo la brillantez de nuestro presente literario y artístico y la deslumbradora modernidad que nos caracteriza ha barrido no obstante mis reservas y escrúpulos respecto a tan jubilosa celebración del vacío.El rápido cambio de las mentalidades y costumbres, asimilación instantánea de las manifestaciones más obtusas de la cultura mediática, ajetreo literario-social, apoyo estatal a las estrategias de venta editoriales, efervescencia y política de fachada, todo ese burbujeo y agitación que tanto sorprenden a los forasteros en nuestro país de nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos, les ha convencido y, lo que es peor, nos ha convencido a nosotros mismos no sólo de que España es absolutamente moderna, s¡no de que se halla nada menos que en la vanguardia de este convulsivo y perturbador fin de siglo. Como resumí en mi improvisación en Berlín, de la exaltación del Glorioso Movimiento Nacional franquista hemos pasado a la exaltación de la Gloriosa Movida Nacional democrática: en otras palabras, no nos hemos movido de sitio.

La generalizada confusión entre el producto editorial y el texto literario, el frecuente apoyo de la prensa al primero a expensas del último, condena de todo riesgo e innovación, aplauso a las formas novelescas más conservadoras aunque parafraseando al crítico peruano Julio Ortega, tengan "muy poco que conservar", son elementos significativos que convendría estudiar con más calma. Cuando la buena difusión comercial de las obras que comunican mediáticamente con el lector y su promoción oficial destinada a crear una imagen nacional de marca en la casa común europea se nos presentan como prueba irrefutable de la buena salud de nuestra literatura, deberíamos recordar una vez más que el signo distintivo de ésta no consiste en seguir las reglas codificadas "correctas", sino en el hecho de ponerlas, al revés, en tela de juicio. Encontrar fácilmente un público. alcanzar a un gran número de lectores propio de los productos editoriales de consumo inmediato que se engullen, digieren y evacuan como el fast food de las hamburgueserías. Pues lo que se propone y vende como expresión de la nueva literatura española no aporta -salvo raras excepciones- innovación alguna. ¿Cómo distinguir, por ejemplo, a un novelista de otro si casi todos siguen las mismas reglas de juego -verosimilitud chata. personajes y situaciones reale, q iie corresponden a lo deseado , por tanto, ya sabido del público, ser-vido todo ello en diáloL,os teatrales y una prosa vet MI`nodulada y parda-, al ,,cr icio de tina estética ya dit'iiiii,i' * ' , , * Cónio reconocer a un pocta de otro entre los pálidos Cien '11vIII lli-jos de Cavafis afli111LIOS LIC ',ClICCtUd prematura? 1-() que se coniprende en un ,thrir cerrar de ojos, decía Gide. no sucle d(~iitr huellas (y poco. ni u poco de lo que se calit-1ca en I`spaña de nuevo so-

a SLI novedad efilmera). Vivinios en el reino de la de la cultura de escaparate. de la adopción acrítica de la,, modas iniportadas de Estad o,, LI n 1 d o s: i i o ~ e 1 11 Hgh t, realis111 o.~ licio y 0 t ro,, ni odelos fútiles clabonados para ,atisfacer la acucíante necesidad de la industria editorial de lanzar nuevos productos. Pero la moda no crea ni creani minca cultura: es, a lo sunio, una interpretación parcial, tardía recuperadora de esta. I_a traducción en serie de lo confeccionado en serie me recuerda el espectáculo abigarrado de los locos y bazares de Turquía ~vl~irruecos, con sus bolsos Vuitt(11 y camisas Lacóste hechos con tal mana que resulta imposible diferenciar la reproducción del modelo: en lo que toca al ámbito literario, España exporta hoy sus bolsos Vuitton y camisas Lacóste con la destreza sagaz de los fabricantes de Corea y de Taiwan. ¿Esta modernidad programada y huera de todo contenido ori1inal f_uera de su habilidosa inteL,,ración en el circuito de la seudocultura mediática es motivo razonable de que echemos las campanas al vuelo9

Si del terreno de los deseos píos y aserciones propagandísticas pasamos al de las realidades, la situación es muy distinta. Américo Castro se lamentaba amargamente en 1965 de que seguíamos siendo "una colonia cultural del extranjero". Más de un cuarto de siglo después, sus palabras mantienen su desoladora validez. La asunción de la modernidad por la España de hoy se ha hecho a costa de una lobotomía consistente en extirpar de su conciencia el conocimiento y experiencia de su pasado. Desmemoriada, falta de esa densidad cultural que dis.tingue la empresa creadora de autores como Joyce, Biely, Svevo, Arno Schrnidt o Lezama, sintonizando tan sólo con un fugaz universo de formas mediáticas, la propuesta literaria aupada desde los diferentes centros de poder periodístico y editorial se adapta como anillo al dedo a la pereza e inapetencia de un público condicionado y espiritualmente empobrecido por esa modernidad degradada. La ignorancia, voluntaria o no, de nuestro singularísimo legado literario y artístico, de las raíces, esquejes y rarnificaciones del entreverado, híbrido y frondoso árbol de la literatura (¿quién aprovecha hoy la luminosa lección de audacia que nos depara la obra de Juan Ruiz y de Rojas, de Delicado y de san Juan de la Cruz, de Góngora y de Cervantes?), no puede ser más dramática. ¿Saben nuestros posmodernos (¡Dios se apiade de ellos!) que mis contemporáneos verdaderos y los de los pocos escritores que escapan a una uniformidad impuesta por los cánones perecederos en boga son justamente estos creadores, cuyos textos, irreductibles a cualquier modelo o fórmula, se llaman Libro de buen amor, la Celestina, La lozana andaluza, Cántico espiritual, el Quijote y Soledades, y no quienes, aun siendo coetáneos nuestros, producen obra muerta y pertenecen en rigor a otro siglo? Desatendiendo la magistral advertencia de Gaudí -"la originalidad es la vuelta al origen"-, estos autores en busca de éxito fácil, premios oficiales o gremiales y aplauso ignaro, en lugar de embeberse de la rejuvenecedora libertad de invención medieval y de quienes rehuyeron más tarde los arquetipos renacentistas y neoclásicos para fundar así su propia genealogía, truecan el oro por baratijas,

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