La ciudad dura

LA VIDA es cada vez más dura en las grandes ciudades. Por eso comienza a haber gente que se va. Madrid ha perdido 325.000 vecinos en los últimos cinco años. Y Barcelona, unos 130.000 desde el censo de 1981. Buena parte de esa gente habita ahora en la periferia: es lo que explica que esos retrocesos sean compatibles con la estabilización de la población en el conjunto de la provincia de Barcelona, o con el aumento en 160.000 de los habitantes de la Comunidad de Madrid. Ese fenómeno es característico de las principales ciudades de Europa occidental, como lo fue hace algunas décadas de las de Estados Unidos.Con todo, en términos globales, la población urbana sigue aumentando a costa de la rural. Aproximadamente la mitad de la población mundial vive en ciudades, pero en Europa occidental el porcentaje era ya del 66,1 % en 1970 y del 73,3% en 1985. Según previsiones de Naciones Unidas, la proporción alcanzará el 86% dentro de 35 años. Pero ese crecimiento tiende a orientarse hacia las ciudades pequeñas y medianas más que hacia las grandes urbes. En España, el censo de este año ofrece algunos indicios de esa tendencia. Crecen poblaciones como Málaga, Zaragoza, Sevilla o Valencia, mientras que se estancan o pierden población Madrid y Barcelona.

Otro rasgo singular es cierto desplazamiento del crecimiento hacia el Sur. Mientras que comunidades como Asturias, País Vasco, Aragón o Galicia pierden habitantes, los ganan regiones más meridionales, como Murcia, Valencia o Andalucía. Esto puede ser un índice de un fenómeno civilizatorio característico de nuestro tiempo: la huida hacia el sol. Frente a la civilización industrial asociada a la energía, y singularmente al agua, la creciente terciarización de la economía empujaría a buscar preferentemente la luz y el sol, psicológicamente asociados al bienestar y al optimismo. No sólo psicológicamente: recientes estudios biológicos han demostrado que la luz solar estimula una glándula cuyo correcto funcionamiento es determinante en el tono vital del individuo.

El clima benigno, y en general la existencia de un entorno atractivo para los ejecutivos, es cada vez más un factor decisivo a la hora de decidir la ubicación de las nuevas empresas del sector terciarlo. Por lo demás, en opinión de algunos sociólogos, el desarrollo de la electrónica permitirá a esos ejecutivos realizar parte de su trabajo desde su domicilio. Y si a tales avances se une un sistema eficaz de comunicaciones, el trabajador cualificado del futuro será una persona que vive en el campo y se desplaza ocasionalmente a las ciudades para ciertas, y sólo ciertas, actividades relacionadas con su ocupación laboral.

Ello tiene que ver con el diseño, avanzado por algunos urbanistas, según el cual dentro de algunas décadas las áreas metropolitanas constarán de tres anillos concéntricos: un casco antiguo, cerrado a la circulación rodada, en el que tendrán su sede los principales servicios administrativos, los centros culturales y tiendas, de consumo especializadas; un segundo anillo, en el que se situarán los grandes almacenes, y un tercero, en el campo, donde vivirá gran parte de la población que trabaja en el centro y en el primer cinturón.

Mientras llega esa simetría, la realidad de las grandes ciudades se caracteriza por factores como el encarecimiento del suelo y la consecuente expulsión a una periferia mal comunicada de las generaciones jóvenes; el colapso circulatorio y de los servicios, con efectos como la disminución de las posibilidades de realizar actividades comunitarias y un deterioro grave de la salud (por contaminación del aire y acústica, principalmente); la quiebra fiscal de los ayuntamientos, incapaces de responder a una demanda en crecimiento geométrico, y el incremento de la marginación de sectores de la población y el surgimiento de una dinámica de inseguridad ciudadana-segregacionismo (o racismo) de muy difícil control una vez desatada. Tal es el diagnóstico.