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Un imperio por otro

La historia se escribe por épocas; es decir, que cada cual escribe la suya. Hubo una historia europea de lo que fue el zarismo, principalmente desde su emergencia contemporánea en los siglos XVIII y XIX, que era originaria y heredera del tiempo de las Luces. Esa historia quedó, -sin embargo, a partir de 1917 como tapada por otro surgimiento en las propias cenizas del imperio ruso, que fue el del marxismo-leninismo. No significa ello, exactamente, que el zarismo quedara santificado, pero sí que la amenaza que hacía planear sobre Occidente la vulgata leninista de los años veinte, los horrores desplegados por Stalin en los años treinta y los avances territoriales del mundo comunista entre los cuarenta y sesenta cegaban todo el horizonte. Cualquier tiempo pasado tenía que haber sido necesariamente mejor. Veamos.¿Cuáles han sido los grandes crímenes territoriales de la Unión Soviética? Los límites del imperio de Moscú, en su momento de mayor extensión -es decir, anteayer-, no eran mayores que los del Estado zarista en su máxima latitud.

Los países bálticos, hoy independizados, fueron súbditos pasablemente leales de caballeros teutónicos, polacos y suecos, antes de que a comienzos del siglo XVIII fueran incorporados al imperio del zar. Por ello, un panruso converso como Stalin no hizo más que recuperar en 1940 unos territorios que habían sido soberanos durante sólo 20 años. Georgia, en el Transcáucaso, fue conquistada también durante el siglo XVIII, lo que no pareció tan mal a los nativos porque la alternativa era quedarse a solas con el otomano delante. Otro tanto cabe decir de la posesión armenia, con la salvedad de que sus naturales, a diferencia de los georgianos, no se niegan a que Moscú les proteja de eventuales desarreglos con los turcos actuales, que en 1915 casi provocaron el exterminio de su pueblo. De igual forma, la expansión en Asia Central y el comienzo de la colonización de Siberia son aventuras zaristas del siglo XIX. El único territorio que los soviéticos adquirieron, que no hubiera sido anteriormente posesión del zarismo, fue una breve franja de terreno llamada Besarabia, que hoy es la República Moldava, de indudable historia y población rumanas.

Cabe argumentar, sin embargo, que no toda dominación se reduce al establecimiento de la soberanía formal, y que Moscú ejerció un semiprotectorado sobre Europa oriental y extendió su influencia política en el resto del mundo en clara demostración de sus instintos agresivos. Repasemos.

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La Unión Soviética abandonó en 1918 dos países que habían estado bajo soberanía zarista: Polonia, adquirida por Rusia tras los repartos de esta monarquía nobiliaria en la segunda mitad del XVIII, y Finlandia, al término de las guerras napoleónicas en el XIX. Finlandia siguió siendo independiente en 1945 únicamente con indefinibles limitaciones de política exterior, la llamada finlandización; y Polonia, también formalmente independiente, fue, en cualquier caso, mucho más libre que cuando en el siglo anterior se prohibía la enseñanza del polaco en la Universidad, se imponía el ruso como idioma de la Administración y un general daba la novedad al zar diciendo: "El orden-reina en Varsovia", mientras contemplaba los rescoldos humeantes de la siempre penúltima insurrección en la capital polaca.

Pero ¿qué decir del resto del glacis oriental soviético?

Desde finales del siglo XVIII, con la acentuación. de la decadencia militar otomana, hasta casi la víspera de la I Guerra, Rusia sostuvo un conflicto tras otro con Estambul, que justificaba atribuyéndose un derecho de protección sobre las poblaciones ortodoxas del imperio islámico. De guerra en guerra, San Petersburgo contribuyó a hacer independientes a Bulgaria, Rumania y Serbia, territorios sobre los que ejerció desde un virtual protectorado en Bulgaria hasta grados de influencia notabies en Rumania y la mayor parte de lo que aún hay quien llama Yugoslavia. Es cierto.que el zarismo nunca dominó las actuales Checoslovaquia, Hungría o la antigua RDA, como lo hizo su sucesora la Unión Soviética, pero sí fue plenamente soberano en Finlandia y Polonia, así como predominante en una extensa zona limítrofe de Europa oriental. La comparación de los territorios europeos dominados directa o indirectamente por Moscú o San Petersburgo no permite considerar al marxismo-leninismo especialmente más depredador que lo fuera el zariísmo,

Afganistán, cuya invasión por parte de las tropas sovíéticas causó tan grave sorpresa al presidente Carter, había sido, con diversos grados de extensión y tiempo, un semiprotectorado del zarismo durante parte del siglo XIX. El territorio fue ásperamente disputado.entre Rusia y Gran Bretaña, y sólo gracias al choque de ambos imperialismos, Kabul pudo mantener algún margen de maniobra. En contraste con las dudosas ventajas que pudiera inicialmente obtener el sovietismo de su aventura afgana, Moscú había renunciado, sin embargo, ya en 1945-1946 al control del tercio norte de Irán, entonces Persia, a favor de los ingleses, y éstos, a su vez, de sus legatarios norteamericanos. En este campo, por tanto, tampoco es apreciable el avance soviético.

Ha habido, naturalmente, una influencia de Moscú en Vietnam, Corea del Norte, los Estados funámbulo-marxistas de Africa y Cuba. Pero en todos los casos, la Unión Soviética era la que pagaba las facturas sin obtener visibles compensaciones a cambio de ello. Mozambique y Angola no precisaron del desplome soviético para, comenzar a volverle la espalda a Moscú; La Habana fue la que al inicio de los sesenta tuvo que convencer al Kremlin de que aprovechara la oportunidad de instalarse en la isla, y, en general, cuando los lejanos aliados de la URSS quisieron despedir a su patrón, no les fue especialmente arduo conseguirlo. Cuando el zarismo se metía en algún sitio, lo hacía con más sólidos apoyos.

Moscú ha sido un gran poder mundial aquejado de un síndrome de cerco exterior del que no cabe hallar rastro en el zarismo. San Petersburgo era una potencia como cualquier otra, sólo que mucho más grande y atrasada, de la que nadie temía el contagio, y que por ello entraba y salía de las coaliciones segun las conveniencias del momento; Moscú, en cambio, ha sido el enemigo a batir por todos aquellos que temían su novedad ideológica. Por esta razón, la Unión Soviética se ha comportado como un poder asediado y a la defensiva, aterrorizado de que un ataque nuclear la borrara del planeta. El tremendo complejo de inferioridad histórico del Kremlin sólo es evidente ahora, en que la ex Unión humildemente ruega que le dejen copiar las recetas capitalistas para abandonar la sima en la que le ha sumido su propia incompetencia.

En los primeros años del siglo XX, el progreso material de Rusia fue considerable, la industrialización tomaba pie a marchas forzadas en la antigua autocracia y el régimen despótico, con o sin zarismo, dificilmente se habría sostenido indefinidamente. No olvidemos que en España hizo falta una guerra civil para impedir que la democracia se consolidara medio siglo antes de lo que tocaba. Aquella Rusia en progresión, intensamente nacionalista, no tenía por qué haber sido un poder menos conflictivo que cualquier otro entre sus pares, y precisamente porque no habría hecho la unanimidad de enemigos a su alrededor, hubiera poseído una libertad de acción de la que ha carecido,la Unión Soviética, salvo en el interior de su esfera de influencia. Ésta, como hemos visto, apenas vino a ser menor con el zarismo. De otro lado, el sovietismo hizo del imperio ruso un adversario al que ahora vemos que ha estado muy lejos de procurar una tecnología competitiva y al que ha arruinado, al menos en buena parte, porque, en su rivalidad con Estados Unidos, incurrió en una insoportable sobreextensión de sus compromisos exteriores. Como enemigo, el sovietismo, y no a pesar de su ideologia, sino precisamente por ella, no ha sido seguramente más temible que lo que podría haberlo sido una Rusia segura de sí misma y en ese crecimiento gigantesco que ya preveía Tocqueville hace más de siglo y medio.

El comunismo soviético ha contribuido a darnos 50 años de paz mundial, sobrecogidos de miedo, eso sí, pero sin que ello sea atribuible a la exclusiva responsabilidad de Moscú. A lo mejor un día, si Rusia reconstruye su fuerza, no faltará quien eche de menos aquellos tiempos gloriosos de alta seguridad en los que el enemigo tenía tan poco que ofrecer a los neutrales como el marxismo-leninismo. Entre los dos imperios rusos, el que ha sido y el que puede volver a ser, no está claro que el soviético hubiera siempre de parecer el más temible.

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