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La democracia a marchas forzadas

Se puede creer en la vocación universal de los principios de la democracia liberal y hasta participar en todas las luchas que tienen como finalidad su progreso y, no obstante, cuestionarse sobre las formas y los medios empleados para llegar a ella. Como también cabe cuestionarse acerca de los progresos que esa democracia puede y debe realizar en términos de libertad, de igualdad y de solidaridad incluso en aquellos países en donde mejor se practica.Puede, por tanto, criticarse el tinte doctrinario hoy imperante y afirmar que en la definición de democracia existen principios fundamentales, universales, pero también reglas y prácticas que tienden a realizar esos principios teniendo en cuenta las realidades culturales y económicas de la sociedad. Esto es, que no existe un modelo único, un prêt-à-porter inventado por Occidente susceptible de ser adoptado en todas partes.

Puede proclamarse, además, que la democracia es, para cada país, una conquista y que los derechos del hombre no son el fruto de una revelación, sino el resultado de un largo aprendizaje. Puede decirse que se corre un grave riesgo al practicar la democratización como si fuera una operación mecánica, dado que es más bien un proceso biológico. Y, por si fuera poco, incesante.

Se puede hablar de la insoportable arrogancia de las sociedades y de los sistemas políticos occidentales que pretenden haber descubierto la verdad política y que para colmo pretenden imponerla a todos. Más bien habría que preguntarse sobre el desinteresado carácter de su proceder: los burócratas, los expertos y otros mercaderes constituyen la escolta demasiado visible de los misioneros, y éstos mismos apetecen en exceso que se hable de ellos para que no haya en todo este asunto nada sospechoso.

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La libertad es la libertad, y la democracia es su único profeta y su único garante, pero esto no son ni revelaciones ni descubrimientos súbitos, sino que son, como el genio, frutos de una larga paciencia. Y esta paciencia es la de cada pueblo.

Dichas estas ideas simples, analicemos algunos pormenores concretos. Empecemos por tres casos que contradicen en cierta manera las ideas hasta ahora expuestas: España, Portugal y Grecia han realizado una proeza poco común al asegurar una transición a la democracia completamente pacífica y controlada. De un país al otro, las circunstancias y los datos son los típicos de una tradición y de una cultura originales, pero algo queda en común: que la democracia se ha instalado y funciona. Pocos observadores hubieran pronosticado la sustitución de las dictaduras por unos Gobiernos elegidos. Fue necesario el fuerte atractivo de Europa y las excelencias de una civilización antigua para que... se cumpliera el milagro. Todo ello sin olvidar los graves riesgos que se corrieron en Madrid, Lisboa y Atenas durante demasiados años.

Otro milagro: Líbano. Quince años de guerra civil, un país convertido en escenario de enfrentamientos de todas las pretensiones, regionales e internacionales; un Parlamento que se sobrevive a sí mismo; un vecino protector engorroso, y en unas pocas semanas retorna la vida imponiendo su ley. La gracia de la amnistía condena y absuelve al mismo tiempo a todos los. protagonistas del drama. De alguna manera se declaran incapaces de juzgarse mutuamente: ¿quién puede juzgar a quién en una guerra civil? Y se habla de elecciones. Y un presidente aparentemente frágil impone su sapiencia, que se convierte en ejemplo y árbitro. También aquí, si uno se remonta al antes de la guerra, halla una tradición de cohabitación democrática y el recuerdo de un país que encarnaba la tolerancia.

No es éste el caso de la Unión Soviética, ni el de América Latina, ni el de África, ni siquiera el de Europa central. Lo que sucede en Moscú y en las repúblicas es fascinante y angustioso. La suerte del mundo se juega en una especie de quermés dramática donde todo es posible. Este inmenso imperio no ha conocido nunca, ni en ninguna de sus partes, la democracia. La descubre ahora entre la euforia y el temor por el mañana. Resurge la Rusia imperial bajo los oropeles de la libertad, de las elecciones, del Parlamento; pero al criticar la Unión libera al mismo tiempo a las repúblicas exteriores. Por lo que al Sóviet Supremo se refiere, improvisa y vota entre el desorden de unos textos que no obedecen a ninguna lógica, que no fundamentan ninguna sociedad. La Unión Soviética ha hecho suyos todos los atributos y todos los símbolos de la democracia liberal, rehúsa cualquier proceso progresivo, el pueblo de Moscú y el de algunas otras ciudades impone su ley a una masa humana sobre la que nadie se pregunta siquiera lo que piensa al respecto, si está liberada en su interior de los reflejos que mil años de zarismo y de estalinismo supieron formar sabiamente. Y, sin más consideraciones, Occidente quiere que este mundo fuerce la marcha a riesgo de perderse y de perdernos en él. Es posible que este género de mutación no pueda darse más que en momentos de explosión, pero ¿por qué fingir que todo está bien así? Occidente, en lugar de arrimar el hombro, hubiera tenido que favorecer una necesaria negociación.

Ya hace un siglo y medio que América Latina conoció la fiebre de la independencia. Algunos países han practicado, al menos durante algún tiempo, unas formas aceptables de democracia. Pero después todo se ha ido al traste. Ningún país conoce hoy un auténtico régimen de libertad, de justicia, de solidaridad. Observemos ante todo que los grandes occidentales se acomodan pronto y bien a algunas prácticas intolerables, ya que tienen interés en ello. Observemos también que el camino a recorrer para que el continente salga del mal desarrollo, de la influencia de las diversas mafias de la droga, de la violencia y del miedo es muy largo. Veamos cómo es posible ayudar, caso a caso, a las naciones a expresarse políticamente contra las oligarquías militares, burguesas, mafiosas, que les tienen a su merced. Pero no soñemos con un amanecer glorioso que surgirá de la noche a la mañana. El tiempo también será largo.

Europa central es un verdadero mosaico, ya que las situaciones son diferentes en cada país. No hablemos de Alemania, que se ha embarcado en un camino aparentemente simple. Esperemos a lo sumo que el choque de la unificación no altere la afirmación democrática de la joven República Federal y que el encontronazo de las dos culturas políticas sea asumido por el Gobierno central y por los de los länder.

Polonia da el espectáculo de las mayores promesas y de los reales peligros. El héroe de ayer se ha convertido en un presidente abusivo y demagogo; la Iglesia, tan animosa ayer y tan profética, se está dejando tentar por ciertas formas de integrismo; las fuerzas de la diversidad y los militantes de la tolerancia se hallan amenazados. Con la crisis económica de por medio se necesitará mucha sabiduría para seguir el rumbo hacia la libertad, no solamente la descubierta, sino la gestionada cotidianamente por un pueblo que ha conocido demasiadas vicisitudes a lo largo de la historia como para ser ahora exigente o

como para andar con prisas. Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania se hallan sobre el filo de la navaja. Los riesgos son diferentes en cada país, y las oportunidades para la democracia y para los derechos del hombre no son iguales. Pero sería cometer una falta grave la de creer que la ayuda económica, acordada o suspendida, el chantaje a la democratización, propicia la libertad. Sólo exige la sumisión y prepara la revolución.

No sé qué pensar ni qué decir a propósito de Yugoslavia, como no sea que el estallido del poder central ha permitido que a sus intolerables exacciones les sustituyan otras nuevas, de otro tipo, aunque igualmente intolerables.

¡África! Unos primeros y tímidos pasos. Exultantes éxitos. Los prelados desempeñan allí un papel esencial de árbitros y de moderadores. Poderes que resisten desesperadamente; innumerables líderes de oposición, exiliados durante largos periodos de tiempo, que vuelven a unos países que ya no conocen y que no les conocen. Y luego ninguna democracia local; nada de sindicalismo, como no sea simbólico... Hay en África una profunda aspiración a la democracia. Pero aquella que tiene en cuenta las realidades sociológicas y culturales. Instalemos en África unos sistemas importados y otros nuevos potentados, recubiertos con otras plumas, ocuparán pronto el lugar de los antiguos.

La democracia es una escuela, un proceso de educación permanente. Y al mismo tiempo es una conquista; es decir, todo lo contrario de un regalo. No puede ser el fruto de un chantaje. Que el Occidente que la ha inventado, y que de ella se beneficia, la proponga y la acompañe allí donde nace, pero que no pretenda imponerla. Y que evite dar la impresión -cosa hoy, harto frecuente- de que la democracia no es, por encima de todo, el reino de los mercaderes, sino el lugar de los hombres ciudadanos.

Edgar Pisani es director de] Instituto del Mundo Árabe de París y asesor de François Miterrand. Traducción: José M. Revuelta.

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