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El martirio demográfico chino

Las embarazadas de zonas rurales que ya tienen un hijo son raptadas y obligadas a abortar

La operación de raptar a las embarazadas chinas que ya tienen un hijo y obligarlas a abortar, forma parte de una campaña nacional para frenar el crecimiento de la población en China, especialmente en las zonas rurales. Comenzó el pasado abril, después de que el censo mostrara que la población china ascendía a 1.130 millones de personas, lo que supone un incremento de 125 millones respecto a 1982. La autora del artículo es ciudadana china y firma con nombre supuesto por temor a represalias en su país.

Son las 2 de la mañana. Todo el pueblo duerme profundamente y hasta los perros parecen descansar; pero no nosotros. He sido autorizada para acompañar a diez funcionarios del Gobierno chino que forman uno de los grupos de trabajo enviados a cientos de poblaciones de una provincia del norte. Su misión es la de hacer que todas las mujeres que esperen mas allá del primer hijo, aborten, y sean esterilizadas a continuación.El pueblo tiene once mujeres en tal situación. El grupo de trabajo obtiene detalles a partir de colaboradores voluntarios que pueden pedir hasta 1.000 yuanes (poco más de 18.000 pesetas) si su información es exacta. De las once, han desaparecido seis; el objetivo son las cinco restantes.

El grupo se dirige hacia el extremo oriental del pueblo. Allí hay una pareja con tres niñas, que ha sido advertida de que no puede tener un cuarto. Si la mujer opta por abortar, recibirán un bono de 3.000 yuanes, pero, en caso contrario, habrá medidas coercitivas. Sin embargo, nada se ha sabido de ellos hasta el momento.

La casa tiene un muro alto a su alrededor, como es usual en el medio rural chino. Un joven salta el muro y abre la cancela desde dentro, y los demás penetran sigilosamente en el patio. Uno de ellos llama a la puerta. Nadie contesta. Llaman de nuevo. Tampoco hay contestación.

Transcurridos uno o dos minutos se enciende la luz de la entrada y la puerta cruje al abrirse. Un hombre asoma la cabeza, medio dormido todavía. El viejo Wang, jefe del grupo, le pide que diga a su mujer que se vista para ir al centro en que se practican los abortos. El hombre no se mueve y el viejo Wang repite sus palabras. El hombre sigue sin moverse. El viejo Wang hace una señal a las cuatro mujeres del grupo, que entran en la casa.

"¡No pueden hacer eso!"

Aparecen las cuatro mujeres llevando a la esposa envuelta en una colcha, y se la entregan a los hombres. El marido está de pie, petrificado y sin habla. De pronto, parece haber despertado y se arroja sobre uno de los hombres que llevan a su mujer, gritando: "¡No pueden hacer eso!". El viejo Wang y otro hombre le retienen, mientras los demás se llevan a la esposa. Él puede acompañarla al centro de abortos, si lo desea.

La operación que presencié es parte de una campaña nacional para frenar el crecimiento de la población, especialmente en la China rural. La tasa anual de crecimiento es del 1,48%, lo que comparada con el objetivo gubernamental del l%, revela el fracaso de la política de planificación familiar.

El 12 de julio, el Consejo de Estado emitió un decreto solicitando que las organizaciones del Partido colocaran el control de la población en el primer lugar de sus agendas. "En la actualidad hemos llegado a un punto, decía, en que debemos controlar el crecimiento de la población por todos los medios posibles, sobre todo en zonas rurales, y no hay tiempo que perder. El resultado vendrá a determinar el futuro de nuestro país."

Parte esencial de la campaña es la publicidad. Por todas partes se ven los carteles del Gobierno, que piden comprensión: "No podemos permitirnos crecer por encima de la capacidad del país para educar y alimentar a su pueblo". El Gobierno ha duplicado también las partidas dedicadas a la planificación familiar, decidido a hacer llegar a todos los anticonceptivos y otros métodos de control de la natalidad.

La gente del campo que he conocido en este país tiene un dicho: un niño no basta; dos niños no bastan aún; tres, pueden bastar; pero un cuarto también es bienvenido. Y esto no es solamente un dicho, sino una realidad. El gobernador de una provincia fue a una escuela rural, escogió una clase de 55 alumnos y preguntó quién era hijo único: levantaron la mano dos. Preguntó quién tenía un sólo hermano o hermana: diez. Finalmente, quién tenía más de uno: todos los demás.

Hasta ahora, la política de planificación familiar china se ha llevado a cabo sólo parcialmente en las zonas rurales. Hay una regla admitida: la gente del campo puede tener un segundo hijo si el primero ha sido una niña; si el segundo es una niña, pueden tener un tercero, aunque con una multa, que pagarán con mucho gusto para poder tener otra oportunidad de tener un varón. En todo ello subyace la creencia de que necesitan hijos varones para ayudarlos en el campo. Sin embargo, un informe dirigido por el Instituto de Población de la Universidad Popular ha averiguado que este no es sino la tercera de sus preocupaciones, precedida por la perpetuación del apellido y por una vejez segura. Hay otra razón: cuantos más hijos tenga una familia, tanto mas respetable es.

La persuasión, las multas o los premios se utilizan como primera medida pero tienen un escaso efecto en la población rural. Conocí a un granjero que tuvo el año pasado su cuarto hijo. No entendía por qué tuvo que pagar 15.000 yuanes de multa. "Tenemos nuestra propia tierra. No dependemos del Gobierno para alimentarnos. No entiendo por qué les produce problemas el número de hijos que yo tenga".

Fetos en sacos de basura

Las familias cuyas mujeres escaparon a la persecución fueron advertidas de que si en el plazo de una semana no se acercaban al centro de aborto sus casas serían destruidas. Y esto no era una vana amenaza. De vuelta de la persecución ví seis casas derribadas. A ninguna familia en el pueblo le está permitido dar protección a la gente cuyas casas han sido destruidas.

A pesar de todo la campana ha sido efectiva pero ha provocado pánico. Cuando visité por primera vez el hospital del cantón no podía creer lo que veía. Cientos de mujeres -muchas de ellas con más de seis meses de embarazo- se encontraban literalmente "empaquetadas" en oscuros pasillos esperando para ser operadas en el centro de abortos en la zona de reclusión del hospital. Cerca había un servicio público. Fui a verlo. No había ni siquiera un sitio donde apoyar los pies. Estaba repleto de papeles de baño ensangrentados. Detrás del baño había un fila de sacos de basura: los fetos abortados -algunos de ellos de más de ocho meses- habían sido colocados allí y desde los sacos saltaban a otros lugares.

Muchas mujeres estaban dobladas o como en estado de shock. Una estaba tendida en el suelo, sola. Era frágil y pequeña y parecía estar fuera del alcance de cualquier ayuda. Supe que aquel iba a ser su quinto hijo abortado. Le pregunté por qué se había quedado embarazada de nuevo. "Tenía que probarme a mí misma", dijo con un hilo de voz. "Había tenido cuatro niñas y se llamaron Zhaodi ("que invita a un hermano"); Pandi("que espera un hermano"); Xiangdi ("que piensa en un hermano") y Sidi ("que desea un hermano"). Pero todavía no ha llegado ningún hermano. En el medio rural te consideran inferior si no puedes producir un hijo. Necesitaba que la gente me respetara. Pero ya todo ha acabado". Algunas mujeres incluso llegan a suicidarse tras conocer que su hijo abortado era de sexo femenino.

La población rural enmudece y se queda sin responder. Se conforman con su destino o se marchan a las ciudades en las que eluden el control social de natalidad. El número de estas últimas está creciendo. Forman parte de una población flotante calculada en unos 10 millones, cifra que produce un permanente dolor de cabeza en las autoridades.

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