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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ruptura vasca

COMO YA ocurriera hace un año a propósito del debate sobre la autodeterminación, la semilla báltica lanzada por el nacionalismo catalán ha acabado germinando en tierra vasca, donde nunca faltan sectores dispuestos a tomarse en serio cualquier cosa con apariencia de nueva. Al fin y al cabo, el estudiante Sabino Arana pasó cinco años en Barcelona antes de dar formulación, a finales del siglo pasado, a la doctrina por la que es conocido.Ahora ha sido el partido del ex lehendakari Garaikoetxea -siempre disponible para ir tan lejos como el que más- el que ha desbordado a todo el mundo proponiendo la aprobación en los ayuntamientos de mociones en las que se reclama la independencia de Euskadi. Naturalmente, Herri Batasuna (HB) se sumó con entusiasmo, y la cosa ha prosperado ya en algunos consistorios en los que ambas formaciones tienen mayoría de concejales. Ello ocurre en unos 60 de los 247 municipios de Euskadi.

La situación creada con ello es bastante absurda: Eusko Alkartasuna (EA) forma parte de un Gobierno constituido al amparo del Estatuto de Gernika que, por ejemplo, acaba de presentar una -querella criminal contra Herri Batasuna (por sus acusaciones contra la Ertzaintza). Pero, al mismo tiempo, EA se alía con HB en los ayuntamientos para promover una iniciativa independentista, es decir, contra el estatuto.

El argumento de Garaikoetxea de que un pacto de Gobierno no tiene por qué obligar a renunciar a las convicciones ideológicas es respetable, pero de dudosa aplicación al caso: no se trata de una declaración emanada de un órgano partidario, sino de una iniciativa pública, planteada en las instituciones, en alianza explícita con HB y expresamente dirigida contra el corazón del estatuto. Es contradictoria, por tanto, con los términos del acuerdo que liga a los tres partidos coligados en el Gobierno vasco, y cuyo fundamento es precisamente el consenso en torno a la vía autonómica representada por el Estatuto de Gernika.

Ese consenso, del que tan sólo Herri Batasuna se ha excluido, es reflejo del existente en el conjunto de la sociedad vasca. Las diferencias o singularidades ideológicas de cada partido aspirante a conformar una alianza representativa de la mayoría del electorado habrán de manifestarse, en su caso, en el interior de] campo marcado por el consenso estatutario; de otra manera se estaría falseando el mandato popular, pues ninguno de esos partidos concurrió a las elecciones con un programa independentista. La dirección de EA ha intentado buscar una salida honorable de última hora dando una formulación algo diferente a la moción independentista. Pero el resultado es casi peor, pues la negativa a incluir una mención expresa al estatuto no hace sino subrayar la reticencia, lo que resulta inaceptable para sus socios.

Por ello, si es posible que alguien anduviera buscando un pretexto para echar a EA del Ejecutivo de Vitoria, como dice Garaikoetxea, parece indudable que otro alguien estaba más que dispuesto a proporcionar ese pretexto cuanto antes. Tal situación es reflejo, a su vez, de un doble dilema. Por una parte, la dirección del Partido Nacionalista Vasco (PNV) duda sobre la mejor forma de acabar con Garaikoetxea y reabsorber a su militancia: marginarle de las instituciones para acelerar su fuga hacia el más desaforado radicalismo (lo que equivale a hacer que él mismo se coloque la soga al cuello), o hacerle sitio como minoría en un Gobierno nacionalista como forma de estimular una dinámica de paulatino regreso a la casa del padre: primero, los representantes de EA en el Gobierno; luego, los parlamentarios; finalmente, los votantes.

Pero el propio Garaikoetxea se enfrenta a un dilema simétrico: su mensaje de radicalismo no violento le lleva a propugnar una estrategia frentista, buscando convertirse en referencia para los 200.000 votantes de HB que quedarían huérfanos si ETA desaparece; pero teme que ese frentismo llevado a las instituciones, en las que la relación de fuerzas le es netamente desfavorable (nueve escaños frente a 22 en el Parlamento vasco), diluya la singularidad del mensaje, favoreciendo su absorción por el partido de Arzalluz.

Una vez se certifique la ruptura que parece inevitable, el líder del PNV tendrá ocasión de reconocer en el espejo que le ofrece su rival la imagen de su propia deriva cuando avala iniciativas como la tomada, con manifiesta deslealtad hacia sus socios, por el diputado general de Guipúzcoa en relación con la autovía. Y de meditar sobre los riesgos de prodigar ciertas formulaciones ajenas a las preocupaciones de los ciudadanos, pero de gran efecto en los mítines y que siempre hay alguien dispuesto a tomar al pie de la letra. Con las consecuencias que el propio Arzalluz es hoy el primero en lamentar.

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