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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El fabuloso Christian Zaccharías

La crónica de hoy es la de los retornos: volvió a cantar el Orfeón Donostiarra el Réquiem de Mozart y en él, como soprano solista, volvió tras más de un año de obligado silencio, la voz y el arte atractivos de Enedina Lloris. Volvió también, o se presentó, en el teatro Victoria Eugenia, Christian Zaccharías, una de las grandes figuras del pianismo actual.Y tuvimos de nuevo con nosotros a la Orquesta Escocesa de Cámara, un buen grupo de arcos y no tan bueno de vientos, dirigida por un maestro que, como Leopold Hager (Salzburgo, 1935), suma conocimiento, experiencia y escaso atractivo en sus planteamientos y soluciones interpretativas. Y es que no todo lo que viene de Salzburgo fue bendecido por los dioses, salvo los de la publicidad. Pero como Hager es muy capaz de poner las cosas en buen orden y el Orfeón Donostiarra está cada día mejor, gracias a un espíritu que mantiene con entera competencia José Antonio Sainz, tuvimos una versión coral del Réquiem segura, potente, disciplinada y expresiva. El momento más hondo de la tarde nos lo depararon los contados compases del motete Ave Verum, verdadero adiós de Mozart, sin dudas, colaboraciones ajenas ni leyendas. Sólo, la pura transparencia de la escritura y del sentimiento espiritual que trasluce.

Aquí, el Orfeón se superó a sí mismo y todos le habríamos dedicado los más estruendosos aplausos sin la enojosa, insistente y casi impertinente actitud del maestro empeñado en que el Ave Verum no tuviera más respuesta que el silencio. Este tipo de liturgias, en un marco como el del bello Victoria Eugenia se me antojan puro capricho.

En la Misa de Réquiem, el buen cuarteto solista, incluía junto a los guipuzcoanos Itxaro Mentxaka y Alfonso Echeverría y el cordobés Juan Luque, a la soprano valenciana Enedina Lloris, quien, tras el sensacional comienzo de su carrera, debió interrumpirla por padecimientos de salud, que parece remontar con buen ánimo.

El segundo programa de Leopold Hager y la Orquesta Escocesa de Cámara tuvo su cima inolvidable en la actuación de Christian Zaccharías como protagonista del Concierto en do menor, de Mozart, anticipo de la sensibilidad romántica.

El Mozart, el Searlatii o el Ravel de Christian Zaccharías son absolutamente modélicos por nitidez de ejecución, belleza de sonido y grandeza artística de concepto. Todo lo cual se evidenció, en grado sumo, en su emocionante versión del Concierto en do menor. Zaceharías hace música verdadera, cosa menos frecuente de lo deseable, con una hondura que no oculta, sino que más bien subraya, su difícil y casi turbadora sencillez, tras la que discurre un virtuosismo sin vanidad, que se hizo patente, por ejemplo, en las cadencias originales del propio Zaceharías.

El público aclamó al solista de forma tan insistente que tuvo el buen criterio de corresponder con una (le sus milagrosas versiones de Scarlatti. No creo que pueda mejorarse y es muy difícil de igualar. Las Sinfonías en sol menor, número 25 y la Júpiter, número 41 completaron, una jornada con Mozart y Zaccharías.

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