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LA NUEVA U.R.S.S.

La mutua dependencia de dos rivales

El destino entrelazado de los presidentes soviético y ruso les ha obligado a deponer las armas con que se amenazaban

Quizá la mayor paradoja del fallido golpe de Estado en la Unión Soviética haya sido que la presidencia de Mijaíl Gorbachov fuera salvada por el hombre al que por todos los medios había tratado de destruir, y que Borís Yeltsin haya rescatado al líder cuya caída buscara decididamente. Empezaron como socios en los albores de la perestroika, Gorbachov como nuevo jefe reformista del Politburó del PCUS, y Yeltsin como uno de los primeros colaboradores de la nueva dirección. Pero al cabo de dos años se habían separado agriamente, con Yeltsin fuera del Kremlin, asumiendo un nuevo papel en la demanda persistente de un cambio radical en el país, y con Gorbachov en el papel de buscador de un cambio gradual.

Mientras crecían la popularidad y la autoridad de Yeltsin, y la posición de Gorbachov se deterioraba con la creciente lucha por el poder y el caos económico acelerado, la rivalidad se transformó en una batalla campal cada vez más intensa, hasta que los dos proclamaron una tregua en abril, dando paso a una leve colaboración con vistas a forjar una nueva unión federal; fue esta perspectiva la que llevó a la vieja guardia a intentar el golpe de Estado del lunes.Y fue esta circunstancia en sus destinos entrelazados la que ha ilustrado, mejor que ningún otro incidente en su larga y turbulenta relación, su compleja interdependencia. A medida que los hechos se sedimentaban y se apagaba el griterío, una serie de imágenes paralelas parecían captar las diferencias y similitudes entre los dos presidentes, modeladas por el destino para unirse en la transformación de la Unión Soviética.

Allí estaba la imagen de Yeltsin encima de un tanque, congregando a la multitud de ardientes partidarios, volviendo la marea contra el golpe con su firme oposición al viejo orden.

Allí estaba la narración de Gorbachov sobre su conversación con los portavoces de los conspiradores por los que fue sorprendido en su residencia de verano en la noche del domingo, y sus declaraciones decididamente condenatorias del golpe, aun viéndose aislado y amenazado.

El jueves, una impresionante multitud de moscovitas aclamaba a un Yeltsin exultante que paladeaba el fruto de la victoria, plantando la bandera de la Rusia prerrevolucionaria en lo alto del edificio del Parlamento, desde el que había dirigido la resistencia, y condenando al comunismo Como último responsable del golpe.

A continuación, veíamos a Gorbachov reconociendo su error al confiar en sus camaradas comunistas y agradeciendo públicamente a Yeltsin su liberación, aunque defendiendo a capa y espada su fe en el potencial del comunismo y en su trayectoria política.

Parecido nervio

Eran las imágenes de dos líderes de parecido nervio y coraje, de similar seguridad en sí mismos y que comparten un mismo compromiso en favor de cambios fundamentales. Más aún, mostraban al líder ruso como un hombre del pueblo, como un enemigo declarado del viejo orden y como un político de instinto certero.

De cualquier forma, más allá de estas imagénes divergentes, Gorbachov y Yeltsin tienen similitudes considerables. Los dos tienen 60 años, con tan sólo un mes de separación entre su nacimiento; los dos son hijos de campesinos y se formaron en la cruda maraña política del partido comunista.

Hay diferencias académicas:Gorbachov recibió el lustre de la Facultad de Derecho de la Universidad de Moscú, mientras Yeltsin empezaba como trabajador industrial e ingeniero. Pero ambos emergieron como tradicionales dirigentes comunistas, al frente de regiones importantes del imperio comunista; Gorbachov, en el rico centro agrícola de Stávropol, al sur, y Yeltsin en el centro industrial de Sverdlovsk, en los Urales. Ambos se vieron radicalmente transformados por la perestroika y lucharon por una mayor apertura, menor control y en contra de la descarada corrupción que se había convertido en símbolo del Gobierno de Leonid Bréznev, el líder de la ahora denostada época del estancamiento, que murió en 1982.

Pero mucho antes, las grandes diferencias entre los dos hombres se habían pronunciado y hecho evidentes, hasta que se convirtieron en virtuales oponentes.

Yeltsin era el inveterado disidente, refrescantemente cándido y audaz en público pero, al mismo tiempo, capaz de las más desvergonzadas mentirijillas cuando pillaba una borrachera, como le pasó en su primera visita a Estados Unidos, o misteriosamente empapado, apretando un ramo de flores en una comisaría, cuando volvió a Moscú.

Los esfuerzos de Gorbachov para capitalizar estas hazañas, sin embargo, sólo parecían reforzar la imagen de Yeltsin como atrayentemente humana tras las fachadas de marionetas de los mandatarios de los comienzos de la política comunista. Mijaíl Gorbachov, en contraste, era el marido modelo y hombre de Estado, siempre correcto y controlado, a menudo con la relamida Raisa Maksimova y su nieta al lado.

En los viajes, incluso después de haber sido elegido presidente de Rusia, Yeltsin era tan brusco en el extranjero como suave era Gorbachov.

Motivo de chistes

Pero en casa demostró tener considerablemente más adeptos en el nuevo juego de la política. Aunque no era elocuente, Yeltsin hablaba con brevedad, franca y directamente, mientras que los discursos de Gorbachov seguían atascados en el nuevo lenguaje de la burocracia comunista y su falta de aliento se convirtió en motivo de chistes.

Desde el principio, Yeltsin parecía sentirse cómodo entre la multitud, capaz de visitar una fábrica y dirigirse a un mitin de masas sin parecer paternalista o aburrido. Gorbachov, tras unas pocas zambullidas en las calles, prefirió las apariciones controladas.

Yeltsin producía una biografía llena de anécdoctas y entretenida, algo que no le pasaba a Gorbachov. Pero con toda su candidez y accesibilidad, Yeltsin ha revelado muy poco de su interior y sigue siendo un enigma, mientras que Gorbachov es completamente familiar.

Ambos han demostrado ser expertos en las maniobras parlamentarias. Pero se considera a, Yeltsin mucho más apto en política que en lo intrincado del gobierno, mientras que Gorbachov trabaja largas horas en familiarizarse con los detalles de un tema. Al mismo tiempo, Yeltsin está más abierto a escuchar a consejeros cualificados, mientras que Gorbachov ha acabado por su intransigencia, alejándose de la mayoría de sus aliados originarios.

Un ejemplo Ilustrativo fue el plan de 500 días de reforma económica radical, hecho por un equipo de economistas liberales hace un año. Gorbachov leyó el plan varias veces y pasó horas preguntando a los autores sobre su contenido, pero al final lo rechazó. Se dice que Yeltsin nunca leyó el plan, pero adoptó sus principios en la Federación Rusa.

A medida que el punto de mira giraba de Gorbachov a Yeltsin, muchos de los Intelectuales y liberales que antes formaron parte del círculo próximo a Gorbachov -sobre todo Edvard Shevardnadze, ex ministro de Exteriores, y Alexandr YákovIev, antiguo consejero de Gorbachov- se han pasado al campo de Yeltsin. Sin embargo, muchos de los desertores admiten en privado que tenían relaciones mucho mejores con Gorbachov que con Yeltsin.

La diferencia más clara entre los dos personajes ha sido su actitud hacia el Partido Comunista. Yeltsin fue la primera figura importante que abandonó públicamente el partido el verano pasado, y, se ha convertido en su infatigable enemigo. Gorbachov se reafirmó el jueves en que nunca abandonaría su fidelidad a la idea socialista o su creencia en que el Partido Comunista puede ser todavía una fuerza política para la democracia y el cambio si se despoja de sus herencias estalinistas.

Gorbachov ha seguido siendo, con resolución, presidente del Partido Comunista, y en su conferencia de prensa del jueves explicó su inclusión en el Gobier no de los que, precisamente, se opusieron a él como un esfuerzo de unificar el pasado de la nación y las futuras fuerzas políticas.

Esta lealtad condujo gradualmente a Gorbachov a defender el establishment, incluso mientras Yeltsin congregaba bajo su bandera a todas las fuerzas que se oponían.

Pero incluso tras la definitiva derrota del golpe del viejo establiskiment, Yeltsin, probablemente, continuará cooperando con Gorbachov. Por una razón: el presidente soviético representa todavía la autoridad constitucional, critico a reconstruir cualquier pilar del sistema político soviético, y por otra, tras la débâcle del golpe, el presidente ya no es un serio obstáculo en las decisiones políticas de Yeltsin.

Al contrario, Gorbachov se encuentra ahora en la posición de proporcionar la continuidad y amplia aceptación del Tratado de la Unión y de las radicales reformas, que ahora se adoptarán de modo inevitable.

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