"La libertad, Sancho..."
"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida". Estas palabras de la ficción quijotesca se han hecho realidad en el territorio soviético, y especialmente en Moscú, donde los ciudadanos, y fundamentalmente el coraje de Yeltsin, han conseguido lo que parecía imposible: parar el golpe de Estado y devolver sus poderes al secuestrado Gorbachov.El golpe de Yanáyev y sus cómplices ha fracasado con una rapidez sorprendente. Las mediocridades militares y políticas que se presentaron como adalides de la unidad de la patria soviética y de las esencias comunistas han desaparecido como delincuentes, perseguidos por la ley y el odio de la población. Gorbachov vuelve a Moscú a ocupar la presidencia de la URSS. Pasa a la página 10 Viene de la primera página
En 60 horas, la reacción popular impulsada por Boris Yeltsin, la división y las vacilaciones en las Fuerzas Armadas, y finalmente la descomposición en el seno del propio Comité Estatal de Emergencia, han puesto fin a una de las intentonas golpistas más incongruentes y lastimosas de la historia. Es una victoria decisivade la democracia en la URSS, y en cierto modo, en todo el mundo. Un paso fundamental para la paz internacional.
No es fácil comprender todavía cómo el golpe ha fracasado con tanta rapidez. Sus protagonistas eran nada menos que el ministro de Defensa, el del KGB y el de Interior, los tres con cuantiosas unidades armadas a sus órdenes. En términos de fuerza bruta, su victoria era matemática. Pero les ha fallado la política. El mayor error de esos funcionarios, incapaces de ver un metro más allá del mundo burocrático en el que siempre se han movido, ha sido creer que iban a capitalizar el descontento contra Gorbachov, sobre todo por la situación económica. En sus llamamientos insistían en la subida de los precios, la falta de comestibles, la penuria de las capas más pobres, prometiendo incluso que subirían los salarios y que asegurarían la mejora de los suministros. Poca credibilidad podían tener tales juramentos, firmados por un Pávlov al que los ciudadanos consideran protagonista innegable del cambio de moneda que arruinó a muchas familias modestas.
En la actitud de los ciudadanos han intervenido otros factores más profundos. Los golpistas no han tenido en cuenta -sin duda porque lo ignoran- que en los casi seis años de perestroika, con libertad de prensa, posibilidad de criticar al Gobierno, elecciones relativamente pluralistas, ha empezado a cuajar la conciencia cívica, fenómeno, ausente durante tantos años en la historia de esos pueblos que todavía conforman la Unión Soviética. El encanto de la libertad se apodera muy rápidamente del alma de las personas que la reconocen. Ni los rusos, ni los otros pueblos de la URSS, la habían saboreado hasta ahora, aunque aún fuese en escasas dosis. Lejos de dejarse seducir por la demagogia de una súbita mejora de su situación, la ciudadanía se ha colocado contra los golpistas. Las manifestaciones de Moscú y Leningrado -la primera con los tanques en las calles- son ejemplos de lucha popular por la libertad que quedarán en la historia.
Pero sigue en pie otro interrogante: ¿cómo no ha sido capaz la junta golpista de utilizar su aplastante superioridad militar para imponer su autoridad? Que tal era su propósito no cabe duda: enseguida aparecieron los tanques en las calles moscovitas, la televisión y la prensa fueron amordazadas. Seguramente un error inicial de los facciosos fue no detener por sorpresa a Yeltsin, como hicieron con Gorbachov; no lo consiguieron por su ridícula pretensión de congregar tras su iniciativa a todas las fuerzas opuestas a Gorbachov. Como si los motivos de descontento de los burócratas y los de los sectores desencantados y radicalizados por la situación económica pudieran agregarse en una suma homogénea. Entendían que todo lo anti-Gorbachov podía añadirse a su ambición de mantener su exclusivo statu quo.
Desde el primer momento, Yeltsin asumió la iniciativa y ganó la mano a los golpistas. Conviene subrayar que su actitud no ha sido en ningún momento defensiva. Tomó la delantera estratégica con un brío y una valentía admirables, de estadista. Dejando de lado querellas del pasado, se dio cuenta de que la lucha contra la junta facciosa tenía que hacerse en nombre de la legalidad y, por tanto, pidiendo el retorno de Gorbachov a su cargo de presidente de la URSS. A la vez, se dirigió al pueblo, llamó a la movilización ciudadana y a la huelga general como los medios más eficaces de paralizar y derrotar a los golpistas.
Desde el punto de vista moral, político e incluso legal, Yeltsin, con la enorme fuerza que le da su elección como presidente de Rusia, trató a los golpistas como los delincuentes que son. Y en su condición de presidente se dirigió al Ejército y a las fuerzas de seguridad situadas en Rusia -es decir, Moscú, Leningrado y la mayor parte de la URSS- ordenándoles que se pusiesen bajo su mando. Organizando rápidamente -con las unidades que tomaron contacto con el Gobierno ruso- dos aspectos fundamentales: la defensa del Parlamento de la Federación Rusa y una intensa labor en los cuarteles de otras unidades para recordarles su deber de obedecer a la autoridad legal, al presidente de Rusia y a su Gobierno.
En la coyuntura excepcional creada por el golpe, en que era preciso tomar decisiones dramáticas en plazos de minutos, quizá algunos rasgos psicológicos de Yeltsin han resultado decisivos para frenar el golpe. Esa impaciencia y tendencia a la improvisación que en otras ocasiones implicaron algunos riesgos de inestabilidad para el proceso de reformas, sirvió en las horas decisivas del lunes y martes para afianzar un liderazgo decisivo.
En todo caso, está claro que ni el Ejército ni el KGB han respondido a lo que el autodenominado Comité de Emergencia esperaba de ellos. Es la causa decisiva de su fracaso. A él ha contribuido, además de las divisiones suscitadas por la acción de Yeltsin, otro grave error político de los propios golpistas. Ellos pensaban, como se refleja en sus llamamientos, que las acusaciones contra la política de Gorbachov, por haber abandonado la Europa del Este, y por estar dispuesto a permitir la disgregación (le la URSS, iban a encontrar una adhesión unánime de los militares. Es cierto que, para muchos de éstos, el orgullo de ser una superpotencia que domina otros pueblos está muy instalado en su ideología. Del disgusto militar ante aspectos de la política exterior de Gorbachov ha habido en el curso del último año testimonios bastante explícitos. Pero lo que la junta tenía que exigir de las Fuerzas Armadas era mucho más que la expresión de] descontento hacia Gorbachov.
'Manu militari'
El programa faccioso -y ello explica la fecha del 19 de agosto- buscaba interrumpir el proceso de recomposición de las relaciones entre las principales repúblicas sobre nuevas bases, plasmado en el Tratado de la Unión, que debía firmarse el 20 de agosto. Cortar este proceso se podía hacer de dos maneras: o bien estimulando las tendencias centrífugas y provocando la desintegración, o liquidando manu militari a las autoridades legales de la mayor parte de las repúblicas. A todas luces tal era el programa de la junta, que califica en sus textos de aventureros y traidores a los dirigentes nacionalistas. Ese programa suponía disparar contra los conciudadanos en muchos lugares, hundir a la URSS en un baño de sangre. Y para empezar -y ahí se produjo la ruptura- atacar el Parlamento de Rusia, liquidar a Yeltsin y a su Gobierno, elegidos por el pueblo, y luego al alcalde de Moscú, y al de Leningrado y un larguísimo etcétera.
Se comprende que, ante un proyecto tan alucinante, y que convertía a los militares en los causantes directos de un verdadero hundimiento de la Unión Soviética, se hayan producido en el ejército divisiones y vacilaciones. Y un ejército dividido está por principio incapacitado para actuar. Además, el Ejército soviético -tampoco el zarista en su época- ha dado nunca un golpe militar. Si se puede hablar de tradición, en este caso es la de aceptación de la supremacía del poder político, sea el que sea.
La reacción internacional, particularmente de la Comunidad Europea (CE) y del presidente Bush, han sido en este caso rápidas y rotundas. Las actitudes vacilantes de algunos miembros de la CE fueron vencidas -y a ello ha contribuido vehementemente el Ejecutivo español-, de lo cual hay que felicitarse. No se trataba en este caso ole manifestar una simpatía mayor o menor hacia Gorbachov. La CE, y los países occidentales en general, tenían un interés directo en que el golpe fracasase.
Con Yanáyev y su equipo se: ponían en entredicho los gigantescos progresos logrados en los últimos años para superar la guerra fría. La respuesta enérgica de la CE, negándose a recoriocer a los golpistas e interrumpiendo las ayudas económicas a la URSS mientras estuviese en el poder la junta golpista, ha demostrado una vez más la importancia que tiene el arma económica en la vida diplomática. Pero de ello mismo se deduce la conveniencia de respaldar con una cooperación más decidida la reforma, que inicia una nueva fase. El horizonte parece más despejado. La alegría de todos los demócratas del mundo está hoy justificada.
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