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Rebelión en el estadio

Las cargas policiales mantienen a raya a los 7.000 desesperados albaneses que quedan en Bari

Juan Jesús Aznárez

JUAN JESÚS AZNÁREZ ENVIADO ESPECIAL, Albaneses cuya catadura espanta, con palos, pinchos y maldiciones, parecen arengar a la rebelión en el viejo estadio de Bari, un campo de concentración tomado por 7.000 desesperados. No parece posible el sueño italiano de estos seres, y en su rabiosa impotencia, los más desesperados y violentos destrozan, incendian, insultan. Después, en anocheceres que iluminan los focos policiales y las luces destellantes de los helicópteros, apuestan todo en intentos de huida que abortan sin miramientos las porras y las culatas de los fusiles italianos. La mayoría acepta las mentiras de sus vigilantes, y con tristeza embarcan como galeotes en los transbordadores y aviones hacia Albania: "Tranquilos, os llevamos a Turín, a Milán ... "

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En la reclusión del puerto, las constantes cargas policiales y los 36 grados de temperatura amansan y mantienen a raya a los casi 2.000 albaneses que todavía quedan por repatriar en esta zona. De cuando en cuando, la vanguardia de esta concentración sucia y encrespada avanza entre protestas hacia un cordón policial que se protege con mascarillas y pertrechos antidisturbios. Nuevamente los palos, las patadas y la marcha atrás de los desgraciados. "¡Albania no, Albania no!", gritan. Otras voces son más explicativas: "¡Albania no, Stalin no!".Las condiciones sanitarias empeoraron por momentos, y las camillas instaladas en las 12 tiendas de campaña levantadas en los muelles se ocupan con adolescentes desfallecidos, jóvenes embarazadas o madres con niños pequeños. Los agentes del orden, alguno de los cuales también se desploma por el sol o las pedradas, franquean el paso a los más débiles. Derrengados, sin fuerzas, abren la boca como polluelos y mastican con dificultad el jamón de York que les administran con mimo varias monjas enfadadas por el celo de algunos policías en el cumplimiento de las. órdenes.

Alineados bajo control militar, los mendigos albaneses del puerto recibieron ayer sus primeras raciones: una botella de agua mineral, un botellín de leche, una naranjada, un bocadillo y una camiseta blanca a estrenar. En esta misma hilera, otros subían directamente a los autobuses de regreso a Albania. El reparto alimenticio, sin embargo, no parece llegar a todos o resulta insuficiente como único plato diario.

La captura al vuelo de los bocadillos y botellas lanzadas por algunos soldados dentro del estadio provocaba ayer peleas y agrias disputas entre albaneses convertidos en fieras, agrupados en el muelle, y no pocos con lesiones y heridas sin curar tras el masivo abordaje al Vlora en su fuga de Albania. La grasa y la mugre han dotado a todos de calcetines negros.

Peligro de epidemias

La descoordinación en el reparto de alimentos y control sanitario de los habitantes del estadio es mayor y más dramática. Hay peligros de epidemias. Discretamente camuflado en la retaguardia de un pelotón de policías que empujó hasta el agrupamiento a varios cientos de fugitivos que salieron a su exterior, fue posible acceder a las gradas.

Tras la retirada policial era posible controlar por cuenta propia el solar en que han quedado convertidas las instalaciones: basuras, camisetas, mierda, cenizas, hedor, y albaneses dormitando, enfurecidos y clamando venganza, resignados, sonrientes, en calzoncillos, preñudos o pidiendo visado para España. Al volante de dos coches encontrados en un garaje, sus ocupantes se divertían embistiéndose cerca del área pequeña.

De vuelta al exterior, en uno de los pasillos, el empujón de un refugiado malencarado me obliga a entrar en una sala de la que cierra la puerta. "No quieres ver miseria? ¡Hela aquí! ¡Mírala bien!", viene a decirme. En la penumbra del cuarto, donde temo por mis huesos, 15 o 20 refugiados yacen sobre tablas y trastos adormilados o medio enfermos en un miserable lazareto de cuerpos y almas. Algunos inquilinos del estercolero visten uniforme militar.

Afortunadamente, uno de ellos sabe inglés e interviene conciliador. Entre los vituperios de varios de sus compañeros franqueó mi salida posterior. "Queremos quedarnos aquí. Estamos dispuestos a hacer los peores trabajos, los que nadie quiere hacer, limpiar letrinas, excrementos, todo".

También asegura que el Gobierno de Tirana les permitió salir del puerto de Durres, "porque no pueden controlar la estación ni evitar la desesperación de sus gentes". "Sólo piensan en su salvación. Yo no había decidido irme, pero hace una semana, cuando volví a casa, me encontré con que mi hijo de 14 años se había venido a Italia. No me lo pensé dos veces".

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