¡Corre, Jerónimo!

Jerónimo ha crecido. Anda en los 14 años, con 1,70 de estatura. Cuesta ya llamarle niño. Y ha crecido en su arte. iDe qué manera! Toca siempre mejor, con pleno dominio de los recursos técnicos, con autoridad incluso, con una soltura que hasta hace poco no tenía.Y toca, sobre todo, cada vez más flamenco, más jondo. Cuando actúa él solo, Jerónimo se deja ir hacia el puro sentimiento, la pena que puede sobrecogernos con una sola nota apenas acariciada. La música de Jerónimo nos desarma, nos entregamos a ella con gozo, encantados y agradecidos. En Madrid tenemos un genio de la guitarra flamenca. Tiene 14 años y no es un niño prodigio.

Pero había sorpresa en este concierto. Resulta que Jerónimo tiene un hermano cinco años menor que él. Se llama Leónides -ahí es nada, el nombrecito- y compareció por primera vez ante el público en esta ocasión. Está en los primeros pasos, lógicamente, pero puede que algún día debamos descubrirnos también ante él. Recuerda a su hermano cuando empezaba, aquella frescura, aquella ingenuidad en el tratamiento elemental de los toques, pero también su intuición, su insólita sensibilidad para ajustarse a las limitaciones que impone la inexperiencia. Jerónimo va a tener la competencia en su propia casa. Si no quiere que le alcancen tendrá que seguir corriendo.

Cantó Pansequito, con su maestría, su dominio absoluto de los palos de compás, esa asombrosa capacidad suya para hacer un cante ligado. En esto nadie puede hoy, quizá, discutirle la supremacía. Estuvo enorme por cantinas, por soleares, por bulerías.

Y junto a Jerónimo estuvo, como tenía que estar, la guitarra de Moraíto, con su sonido cálido y bellísimo.