La luz, una esperanza
Doscientos años después de su estreno, La flauta mágica, de Mozart, continúa siendo un profundo enigma. De ella siempre se espera la fantasía de los cuentos, la sorpresa. El público de 1991 en Salzburgo sigue aplaudiendo la aparición de los muchachos desde el aire sobre una bola de cristal o la espectacular salida de la Reina de la Noche o los animales danzando al son de la flauta. El espectador se vuelve niño, se abandona. En La flauta mágica, también se asiste a una ceremonia de iniciación, a un viaje hacia la luz, llámese masonería, fraternidad universal, paz, reconciliación, progreso o utopía.La más melódica, la más armónica, la más sencilla y transparente de las óperas de Mozart tiene esos mundos y muchos más. Su misterio permanece. A La flauta mágica ha vuelto Solti en Salzburgo con la fuerza de la serenidad y de la memoria. En 1937 era becario correpetidor de Toscanini en sus primeros pasos en la villa de Mozart, cuando el maestro italiano dirigía La flauta. La muerte de Furtwangler, en 1954, propició que Solti ocupase el podio en las temporadas en 1955 y 1956, consiguiendo con La flauta uno de sus primeros éxitos internacionales. Los diseños, entonces, estaban firmados por Kokoschka, pintor que, como otros grandes artistas -Chagall, Hockney, Bergmann...-, ha sido tentado por esta música.
La flauta mágica
De Mozart. Orquesta Filarmónica de Mena. Director musical: Georg Solti. Director escénico: J. Schaaf. Salzburgo, 30 de julio.
El instinto teatral de Solti se percibe en los pequeños detalles de acompañamiento, en el clima escénico que consigue desde una claridad a la que él impone destellos eléctricos. Las voces, discretas y homogéneas, se integran en su concepto: Deón van Der Walt, un Pamino noble y natural; Antón Scharinger, un Papageno de notable teatralidad; Luciana Serra, una Reina de la Noche nítida en las coloraturas y con alguna tirantez; René Pape, un Sarastro de tonos medios. Sólo la Pamina de Ruth Ziesak, de bella línea mozartiana, y el Monostatos de H. Zednik coinciden en los repartos de Salzburgo y en el de la última grabación discográfica de Solti de esta ópera, ya en las tiendas aquí. No hay que olvidar que Mozart es también un negocio, y Salzburgo, su máximo escaparate.
Johannes Schaaf es un director escénico de gran sensibilidad (recuérdese su Capriccio, de Strauss, visto el pasado febrero en el Liceo de Barcelona). No ha eludido ni el simbolismo ni las referencias orientales de La flauta mágica. Es más, las ha diversificado según las situaciones desde Egipto hasta Turquía o Nepal. Tampoco evita la estructura de cuento, aunque la tramoya es intensificada por la utilización de efectos especiales. Disminuye en su visión la importancia del templo como tal; la naturaleza, sin embargo, está al fondo permanentemente, como la última ideología. El inteligente y matizado estudio de las luces hace que las imágenes plásticas, de un realismo mágico, seduzcan en ocasiones. El humor, la ironía, introducen un cierto distanciamiento: Papageno baja al foso de los músicos y dialoga con Solti mientras canta su aria del segundo acto. Las risas, los silencios o los efectos de ecos prolongan algo el tiempo de la partitura en favor del teatro. La no continuidad de la música y el carácter de singspiel lo permiten.
Belleza perturbadora
Todo funciona bien, o al menos suficientemente bien; sin embargo, el final de la representación deja un sabor agridulce, un cierto desconcierto. Quizá sea ése su mayor mérito: demostrar que, 200 años después, La flauta mágica transmite una belleza perturbadora y extraña dentro de su sencillez luminosa. No en vano es la música de la felicidad intuida e inalcanzable, aunque sea también la música de la esperanza.
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