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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trágica Camboya

EL ANUNCIO de que el Gobierno de Phnom Penh (Camboya) y los tres grupos de la resistencia -los neutralistas del príncipe Sihanuk, el Frente Nacionalista de Son San y los jemeres rojos- han acordado un alto el fuego a partir del 24 de junio permite esperar que el pueblo camboyano, después de décadas de sufrimientos, pueda acceder a una convivencia tranquila.Es cierto que se han frustrado otros acuerdos pacificadores, como ocurrió el pasado 1 de mayo cuando los jemeres rojos incumplieron el cese de hostilidades antes de su entrada en vigor. Precisamente por ello conviene recibir con cautela el anuncio del príncipe Sihanuk tras la primera fase de las negociaciones de Pattaya (Tailandia). Sin embargo, parece que en esta ocasión las posibilidades de un acuerdo duradero son más consistentes.

Un factor importante es que los jemeres rojos se han debilitado. China, su proveedor de armas, no tiene interés en agriar sus relaciones con EE UU, Francia y la URSS, ni en asumir la responsabilidad, aunque sea indirecta, de obstaculizar una solución pacífica. Los planes para la transición de Camboya a un sistema democrático han chocado con el temor de que los jemeres rojos, marcados por el siniestro balance de muertes que dejaron a su paso por el poder, pudiesen volver a ocupar un lugar dirigente en la administración del país. Problema difícil de resolver, ya que ellos son el sector militarmente más fuerte de la resistencia.

En todo caso, es significativo que los jemeres rojos, pese a su cerrilismo marxista, hayan aceptado públicamente la democracia pluralista y la economía de mercado. El punto esencial de las negociaciones de Pattaya es el papel y composición del Consejo Nacional Supremo que debe representar a Camboya ante las Naciones Unidas y contribuir a preparar las elecciones democráticas. De momento, los diversos grupos siguen gobernando en la zona del país que cada uno controla. Es, sin duda, la solución más realista. Evita el peligro de un vacío de poder. Al margen del origen del actual Gobierno de Hun Sen -instalado cuando Vietnam ocupaba el país-, sería suicida debilitar sus Fuerzas Armadas que son, hoy por hoy, la principal garantía frente a los jemeres rojos.

Las reservas de éstos y del Gobierno de Phnom Penh ante la propuesta de enviar cascos azules de la ONU para asegurar unas elecciones limpias son el principal freno para una solución racional. Sin embargo, es obvio que tal participación internacional es necesaria para que el tránsito a un nuevo sistema se haga sin que surjan nuevos episodios bélicos. Si Asia no ha conocido un viraje tan radical como la caída de los muros de Europa, sí se han dado pasos para tender puentes sobre abismos ayer insalvables. Vietnam busca normalizar sus relaciones tanto con China como con EE UU, y China establece relaciones con Corea del Sur. En ese marco, la guerra civil de Camboya es no sólo una tragedia, sino también un anacronismo.

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