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Berlín, elegida nueva sede del Gobierno alemán por un margen de 17 votos

Berlín será la sede del Gobierno y del Parlamento alemán. Tras un debate maratoniano, pasadas las diez de la noche, Rita Süssmuth, presidenta del Bundestag y partidaria de permanecer en Bonn, leyó el resultado de la votación: 337 a favor de Berlín, 320 por quedarse en el Rhin y dos abstenciones. Finalmente, no hubo una solución de compromiso, aunque en Bonn se quede una parte importante de la Administración y el traslado se plantee a largo plazo, probablemente a finales de esta década.

Lo ajustado del resultado refleja claramente la división de opiniones sobre una cuestión que, en última instancia, ponía a los alemanes en el dilema de escoger el modelo de país que desean para el próximo milenio. Mantener indefinidamente la Alemania descrita como "un gigante económico y un enano político" o asumir a fondo la plena soberanía recién recuperada, y considerar que la unificación ha significado no la absorción del desaparecido Estado alemán comunista, sino el nacimiento de un nuevo país.Sin embargo, las heridas de esta refriega, que en el caso de los políticos ha provocado alianzas impensables, pero que también ha enfrentado al padre con el hijo, al marido con la mujer y a los compañeros de trabajo entre sí, no quedarán seguramente zanjadas con la decisión tomada ayer por los diputados. Pese a ello, en el Wasserberg, la sede -Siempre provisional- del Bundestag frente al Rhin, los parlamentarios alemanes dieron una lección de democracia al desgranar durante más de diez horas los argumentos más contrapuestos por encima de su militancia política, para llegar finalmente a una solución sin compromisos, con vencedores y vencidos.

Los argumentos, básicamente emocionales, de los partidarios de Berlín derrotaron al pragmatismo de los defensores de Bonn. "Si no hubiera sido por Berlín en las últimas cuatro décadas, y si no hubiera sido por lo que Berlín y los berlineses supusieron para todos nosostros, la unidad alemana no hubiera sido posible", dijo el canciller Helmuth Kohl. Aunque quizá, el hombre que hizo cambiar de opinión a quienes en el último momento decidieron votar por la vieja capital prusiana fue el ministro del Interior, Wolfgang Schäuble, confinado en una silla de ruedas desde que sufriera un atentado en octubre pasado.

Schäuble minimizó la batalla por los puestos de trabajo o las cuestiones. prácticas de ambas propuestas, y tampoco aceptó el argumento de que era necesario dar una "señal" a los deprimidos ciudadanos de la RDA. "Votar por Berlín representa votar por el futuro de Alemania", dijo, "aquella que nace de la unificación". Su discurso caló hondo.

El ex canciller socialdemócrata Willy Brandt fue igualmente emocional en su defensa de la gran metrópoli, lo mismo que el ministro de Exteriores, el liberal Hans-Dietrich Genscher, que voló hacia Bonn tan pronto acabó la reunión de la CSCE en Berlín para poder hablar en el Bundestag y votar. "Berlín", dijo, "representa el lugar de encuentro de los alemanes del Este y del Oeste, representa el alzamiento del 17 de junio de 1953 contra la tiranía, y representa la caída del muro".

Los defensores de Bonn, el pequeño pueblo del Rhin que teme caer en el olvido tras haber servido durante cuarenta años como capital "provisional", fueron mucho menos viscerales y más comedidos. "Nuestros vecinos aprecian a Bonn", dijo la vicepresidenta liberal Ingrid Adam-Schwatzer. "La gente del Este de Alemania sabe lo que Bonn ha hecho por ellos; Bonn representa el concepto del federalismo", agregó. El socialdemócrata Horst Emke opinó por su parte que, "desde los cambios de 1949 Berlín ya no es el centro geográfico de Alemania, sino que está situada a tan sólo 60 kilómetros de Polonia".

Fallaron las encuestas entre los diputados que daban mayoría a Bonn y el galimatías montado sobre esta cuestión en los últimos días tomó ayer un giro paradógico cuando se supo que el verano pasado, durante la elaboración del tratado de unificación, Kohl y Schäuble querían especificar que la sede del Gobierno se decidiría en 1999. Fue el último primer ministro de la ex RDA, Lothar de Malzlere, quien lo impidió al exigir, que el Gobierno se trasladara a Berlín inmediatamente. El compromiso consistió en dejar abierta la cuestión.

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