Vocales en una comunidad de vecinos
En una carta del día 7, don Ricardo Lezcano se muestra disconforme con el artículo ¿Votar?, afirmando que quienes propongan hoy la papeleta en blanco "hacen un flaco servicio a la democracia".Con todo, el artículo empezaba preguntándose si no será la democracia el sistema creado para impedir que se consolide cualquier clase gobernante y evitar que los previos dueños del Estado -clero, familias reales, nobleza de sangre o de metálico, facciones análogas- se vean prolongados por nuevos aunque no menos vitalicios dueños.
En segundo lugar, el artículo constataba que los privilegios de las antiguas clases gobernantes no sólo se conservan hoy, sino que crecen. Un hito espectacular ha sido la amnistía decretada en Francia para políticos implicados en financiación ilegal de sus partidos, al que España ha respondido con un proyecto de ley sobre secretos oficiales y el formidable privilegio de declarar por escrito, que, aplicado a cualquier presunto culpable -y no sólo a políticos-, elevaría al cubo el número de inocencias.
En tercer lugar afirmaba que la consolidación de esta clase dependía de que nosotros nos sumemos al rito electoral, y que -mientras cristaliza alguna oposición remotamente digna de tal nombre-, un modo de ir minando la legitimación de dicha clase es votar en blanco. En definitiva, ejercer el derecho de sufragio, pero sin votar por ternas cerradas al clérigo, al noble, al cacique o al arribista de turno.
No creo que tales puntos sean "un flaco servicio a la democracia". El señor Lezcano se burla diciendo que querría "convertir a los diputados en funcionarios sin sueldo, como vocales de una comunidad de vecinos". Pues mire usted que sí. Eso sucedió desde Washington hasta Monroe en Estados Unidos, y sucede hoy en Suiza. Devolviendo la función pública a su sentido democrático -breve engorro que acepta hoy el hombre honrado, sabiendo que mañana recaerá sobre su vecino- y acelerando un más que sencillo retorno a formas de democracia directa en nuestra era informática, propongo que participar en la administración política no sea oficio ni prebenda, sino servicio desinteresado al bien común. No veo cómo pueda estimularse esto admitiendo una clase política vitalicia, que día a día prolonga su estatuto de irresponsabilidad.-
Madrid.
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