Menese volvió por sus fueros
El flamenco hizo acto de presencia, por primera vez, con mucho respeto en el Auditorio Nacional de Música. Menese y El de Melchor comparecieron severamente trajeados de negro, muy serios, casi solemnes, tanto que el cantaor ni se quitó la chaqueta como suele hacer. El concierto tenía, además, el respaldo de la Universidad Autónoma de Madrid, y había en la audiencia bastante gente sesuda, que demostró igualmente un exquisito respeto hacia el arte que se le brindaba.
Lo que no fue obstáculo para que demostrara -el respetable- su entusiasmo con pasión enfervo rizada. Porque en esta noche histórica Menese volvió por sus fueros, un tanto relajados últimamente. Cantó como en sus mejores tiempos, con grandeza, con jondura, con esa íntima convicción que lleva a los flamencos a recrearse en su propio arte, porque saben que antes que a nadie tienen que gustarse a ellos mismos.
Recital de José Menese y Enrique de Melchor
Madrid, Auditorio Nacional de Música. 7 de junio.
Tras el envaramiento inicial, fue evidente que Menese estuvo a gusto con su cante y con el toque de Enrique, y que El de Melchor estuvo a gusto con su toque y con el cante de José. Y esto puede ser la perfección en el arte jondo, ese diálogo, esa comunión ideal entre uno y otro artista y entre ellos y el público. Si, por añadidura, los artistas tienen la enorme categoría de quienes protagonizaron esta noche, es obvio que se dan las circunstancias más favorables para el logro excepcional.
Menese desarrolló uno de esos recitales suyos en que se vuelca con sentido, basado principalmente en la nueva grabación que acaba de salir, Firme me mantengo, más otras piezas de su repertorio anterior. Un recital denso e intenso, difícil, comprometido, pues recorrió un amplísimo abanico de estilos, desde algunos tan poco frecuentados hoy como el garrotín y la mariana hasta su impresionante grito siguiriyero. Oírle a él, con el toque de Enrique de Melchor, fue un puro gozo.
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