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Como aves precursoras

Vicente Molina Foix

Pasados por las urnas, acabado el reparto, hecho el pacto, previsto el acto de investidura en las plazas más definidas, empieza para todos nosotros una nueva etapa de la espesa vida municipal. En la urbe donde resido -Madrid, una ciudad con más de dos millones y medio de votantes, según las últimas estadísticas- se ha producido un significativo vuelco, que sin duda los formados lectores de este periódico conocerán: el Partido Popular ha obtenido la mayoría absoluta en el Ayuntamiento, siendo, por lo demás, el -partido más votado en las elecciones autonómicas. Las llamadas de alarma y oferta de socorro -en algún caso, con petición de socorro mutuo- empezaron en la misma madrugada del lunes 27.Los amigos y parientes más asustados llamaban desde inexpugnables bastiones o desde ,Fortalezas asediadas donde el rojo, pese a todo, había prevalecido: Barcelona, Córdoba, Elche. "¿Qué os va a pasar ahora?". "¿Afecta de verdad, se nota mucho?". Agraciados, estos sujetos municipales, por largas e ininterrumpidas gobernaciones de progreso, sentían la inquietud propia del parentesco y la buena amistad, no fuera a ser que su ser querido cayese víctiima de un terror azul hipotético después del asalto de las turbas populares al palacio consistorial.

Más entrado el lunes, otros amigos y conocidos llamaron o respondieron a mi llamada. Eran éstos los miembros de la numerosa secta de los abstencionistas del último día. Confieso aquí que un no connatural sino sobrevenido espíritu de puritanismo civil -quién sabe si producto de una larga exposición a la disciplina inglesa- me hace abominar tanto del Jem'enfoutisme político, que hoy algunos llaman pasotismo (no votar por sistema a "esos mangantes, que son todos iguales como de la boutade de tintes criminosos (votar a HB en las europeas desde Valladolid o desde La Roda "con tal de darlesen la cara a los del PSOE"). Pero en esta ocasión, y en esta ciudad, al margen de otras convicciones de gran política, también confieso que mi comprensión hacia el indiferente y al mediocre panel de cabezas de lista de los llamados partidos mayoritarios hacía muy perdonable el hecho de quedarse en casa sin votar.

Hasta que sonó la copla por casualidad. Una perturbación, una revelación. ¿Una premonición? "Yendo por la acera derecha de José Antonio" tuvo a fines de los cuarenta el desaparecido Gabino-Alejandro Carriedo -y lo refiere en uno de sus estupendos poemas postistas- el reencuentro con una vaca desaparecida. Yendo yo por la acera izquierda de Gran Vía, 24 horas después del último de una serie de comicios democráticos que, entre otras alteraciones en el ornato y nomenclatura de las ciudades españolas, han permitido hacer pasar a la pequeña historia de la infamia el nombre de la calle del verso de Carriedo, me reencontré por azar, no voy a decir que con Sarita Montiel en carne y hueso, pero sí con la estatua en bronce de su personaje más imperecedero.

Fue el fogonazo que me hacía falta en ese día de oscuro desconcierto poselectoral y después de tanta turbia e Insoluble conversación telefónica. A mis comprensibles amigos abstencionistas de Madrid les llevaría de paseo informal cualquier noche de éstas y esperaría una visita a la capital de los socorridos de fuera -pues siempre hay viajeros de Elche, de Córdoba y, sobre todo, de Barcelona, en Madrid- para prepararles un itinerario monumental en toda regla.

Un recorrido que empezaría mostrándoles la irrisoria y achaparrada estatua de Velázquez, pincel en mano, hace poco levantada -aunque del suelo muy escasamente- en el corazón del barrio de Salamanca; seguiría después con la injuriosa efigie con que el Ayuntamiento saliente quiso honrar a Vicente Aleixandre, plantificando en la cercanía de la casa del poeta una cabeza gigante desprovista de nobleza, belleza y cualquier parecido fisonómico, y ante la cual, más que reconocer al maestro, nos asustamos pensando en un siniestro doctor Mabuse, y que acabaría, por no sobrecargar de estaciones el vía crucis de estos esforzados transeúntes, en una de las confluencias urbanas más hermosas de Europa, la esquina de la calle de Alcalá con la Gran Vía, donde también, "siendo don Agustín Rodríguez Sahagún alcalde de la Villa", etcétera, se ha tenido a bien erigir, pocas fechas antes de las elecciones comentadas, un monumento a la(s) violetera(s). (Claro que podríamos ofrecer a nuestros visitantes otras realizaciones de la reinante cultura municipal: asistir en el teatro Español a la resurrección de títulos y montajes de la arqueología escénica más reciamente hispánica, y en el Centro Cultural de la Villa, seguir un exhaustivo Homenaje a la copla, que en el día en que escribo este artículo presenta, en funciones de tarde y noche, la actuación de la simpatiquísima Paquita Rico.)

¿Maximalismos izquierdosos? Recurriré a la canción española. Al pie de la horripilante escultura de la vIoletera leemos, en broncíneas letras, los versos que inspiraron la Inmarcesible melodía del maestro Padilla: "Como ave precursora de primavera / en Madrid aparece la violetera". El hecho de que se emborrone con obras de una estética enemiga, retrofascista, la memoria de los artistas que se quiere conmemorar, o se aniquile un frente cosmopolita como el arranque de la Gran Vía (¿hace falta citar otros versos no menos populares, los que cierran -"un hueco para mirar / un cielo que respirar / y una calle de paseo", etcétera- la deliciosa zarzuela de Chueca La Gran Vía, ésa que fascinara a Nietzsche justamente por el espíritu mundano pero canalla de algunos de sus números?) colocando un emblema tan vacuo, tan cazurro y paleto, tan espantosamente acabado, flanqueado además por la correspondiente cuota de los nuevos maceteros pincho que adornan esa bella avenida, quizá no sea sólo un desaguisado contra las leyes estéticas de la ciudad (que un futuro Ayuntamiento rojo bien podría pensar en demoler, como se hizo con los ominosos monumentos del Generalísimo y sus caídos). Las aves precursoras de los nuevos gobiernos municipales reconquistados tienen todo el aire de ser de mal agüero.

Si en la ciudad donde vivo y en las parcelas de la vida cotidiana que más me atañen una alcaldía sólo de centro-derecha ha poblado las esquinas y las instituciones culturales de engendros semejantes, lo que una derecha totalmente eficaz puede lograr en ese terreno produce vértigos invencibles. Pienso, por ejemplo, en las inagotables posibilidades que se le brindan a cualquier fogoso concejal de Cultura salido de la alianza PP-Unió Valenciana en la capital del Turia: unas jornadas de exaltación poética del all i pebre, un obelisco a la flor de azahar, un gran monumento con hechuras de bunker a la sin par barraca valenciana.

Vicente Molina Foix es escritor.

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