La reforma, de nuevo en marcha
Las autoridades de la República Popular China están empeñadas en impulsar de nuevo la política de reformas cuando ha pasado ya la resaca de la crisis de la primavera de 1989, que culminó con la matanza de estudiantes en la plaza de Tiananmen. En opinión del autor, no se trata de una reforma política, sino esencialmente económica, que no cuestiona el papel dominante del Partido Comunista.
Dos años después de los sucesos de Tiananmen, la política de reforma y apertura al exterior de China se encuentra en una fase de renovado impulso, en contra de muchos de los pronósticos realizados a raíz de la crisis de 1989. Este renovado impulso se manifiesta de diversas formas. En primer lugar, se están poniendo en marcha nuevas iniciativas con una orientación claramente reformista. El mejor ejemplo sería el lanzamiento de la zona económica especial de Fludong, en Shanghai, la cual, con una clara vocación de captación de inversiones extranjeras, se ha convertido en el estandarte de la política de apertura en el período actual.En segundo lugar, hay que señalar la promoción de figuras asociadas con el sector más reformista del Partido, Comunista, como sería el nombramiento hace algunas semanas como viceprimer ministro del alcalde de Shanghai, Zhu Rongji. En tercer lugar, están siendo rehabilitadas algunas de las personalidades vinculadas al anterior secretario general del partido, Zhao Ziyang, que fueron apartadas del poder a causa de los acontecimientos de la primavera de 1989.
Paralización
En estos dos últimos año se ha registrado una cierta paralización de las reformas mientras las autoridades chinas se concentraban en dos tareas fundamentales. Por un lado, en corregir los efectos indeseados -como la corrupción, la inflación, los desequilibrios en la distribución de la renta, la delincuencia, el nepotismo, etcétera- que se habían extendido por la sociedad china durante los años ochenta al calor de la política de reformas, y que explican en gran medida el del contento popular que afloró en las manifestaciones de abril-mayo de 1989. Se ha lanzado una enérgica campana contra estos efectos indeseados, a través de la cual el partido ha intentado recuperar su legitimidad moral y política ante el pueblo chino, mientras la oposición democrática en el exterior, dividida entre sí, se ha mostrado inoperante para articular una plataforma política de una cierta consistencia.
Por otro, lado, las autoridades se han esforzado por sanear la economía. Los resultados han sido a este respecto espectaculares: la inflación pasó en poco más de 12 meses de cerca del 30% al 2%, mientras que la balanza de pagos ha alcanzado un importante superávit. La economía china está iniciando una nueva onda de expansión, y es una de las economías asiáticas con mayores perspectivas de desarrollo a medio y largo plazo. Si en 1989 y 1990 su crecimiento ha oscilado en, torno al 4%-5% -una cifra baja respecto al crecimiento de los los ochenta, pero apreciable en comparación con muchos otros países-, la actual sitación de saneamiento podría permitirle en los próximos años alcanzar sin mayores problemas tasas del 7%-8%.
A nivel político, China se ha¡la en un compás de espera. El tema clave del futuro es la sucesión de Deng Xiaoping, el líder que ha guiado sus destinos desde finales de los años setenta, y que ha sido el artífice de la política de reforma. La evolución de China, caracterizada tradicionalmente por el sello personal de un gobernante supremo depende decisivamente de cómo se produzca esta sucesión, y de quién se con vierta en el nuevo hombre fuerte de China.
La sucesión de Deng
Lo que no parece probable es que la sucesión de Deng puede derivar hacia una involución de la reforma. De modo esquemático, en el Partido Comunista Chino existen dos grandes tendencias, y las dos son reformistas: una, más radical, y que encarnaba en su momento Zhao Ziyang sería partidaria de avanzar con audacia por el camino de la reforma; la otra, moderada, defendería un avance gradual en el que se vigilaran con cuidado los posibles efectos indeseados, y es la que ha prevalecido desde la crisis de Tiananmen. La reforma de 12 que estamos hablando es una re forma económica y en todo caso social, pero no política. Los dirigentes chinos nunca se plantearon una reforma que pudiera afectar a los fundamentos del sistema político y al papel dominante del Partido Comunista.
La reforma, en cuanto a sus planteamientos esenciales, es irreversible: los vínculos establecidos con el exterior son tan fuertes, los efectos positivos de la reforma tan determinantes, -empezando por el crecimiento económico y la sensible mejora del nivel dé vida de la población- que una ruptura radical con la política de reforma no es previsible. Los cambios en la Europa del Este, al poner de relieve el fracaso de la planificación y al reivindicar la economía de mercado, son otro acicate en favor de la reforma y la liberalización económicas.
fue consejero comercial de la Embajada española en Pekín y es autor del libro Reforma y crisis en China, que acaba de ser publicado por Arias Montano Editores.
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