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La URRS: pactos y ayudas

Nada permitía prever hace algunas semanas un viraje semejante: Gorbachov y Yeltsin ya sólo intercambian mensajes amistosos, los dirigentes de las principales repúblicas de la URSS aprueban al presidente soviético y los descontentos enmudecen dentro de su propio partido. Incluso la próxima elección por sufragio universal de un presidente de Rusia no plantea ya problemas para Gorbachov; ninguno de los tres candidatos (Yeltsin, Rizhkov y Bakatin) lo pone en cuestión. ¿Cómo explicar este cambio inesperado? La respuesta es sencilla. La economía soviética está convirtiéndose en un barco a la deriva. Y en Moscú se ha llegado a la conclusión de que sólo un remolcador occidental podría arrastrarle hacia aguas más tranquilas. Lo que los responsables soviéticos tratan de conseguir -dejando a un lado sus disputas- no son sólo créditos, sino también inversiones directas; es decir, una participación occidental en la elaboración de la reforma económica soviética.El hombre que milita por esta solución, Grigori Yavlinski, es un economista de apenas 37 años muy conocido a los dos lados del Atlántico y que goza en su país de una aureola de conciliador nacional. Vasili Leontiev, americano de origen ruso y Premio Nobel de Economía, fue el primero en descubrir que el joven Yavlinski se desligaba claramente del lote de economistas soviéticos. Pero ha sido Borís Yeltsin, inmediatamente después de su victoria electoral de mayo de 1990, quien le ha brindado su oportunidad confiándole la vicepresidencia de Rusia. Sin embargo, tres meses más tarde, cuando el ardiente Borís Nikolaievich entra en guerra contra Gorbachov, Yavlinski dimite. No cree que Rusia pueda conseguir una reforma radical en contra de la URSS. Gorbachov le invita enseguida a entrar en el Gobierno central, pero no sirve de nada. Grigori Yavlinski rechaza por lealtad hacia Yeltsin porque no quiere participar en la guerra de los jefes. Se contenta con fundar un instituto de consulta económica al servicio de las repúblicas que lo deseen.

A mediados de abril recibe de Washington una invitación especial que el Departamento de Estado no dirige normalmente a personas privadas. Yavlinski es invitado sin más a participar en la muy oficial reunión de expertos de los siete países más industrializados -el Grupo de los Siete (G-7), como se llama a este grupo-, cuyos presidentes mantendrán una cumbre en julio. ¿Por qué él? ¿Debido a sus competencias como economista, o porque no pertenece ni al bando de Gorbachov ni al de Yeltsin? Fuera lo que fuere, Grigori Yavlinski ha repetido en Washington lo que ya. había dicho en Moscú cuando dimitió: la reforma debe hacerse en toda la URSS, si no será un fracaso. Pero ha añadido un argumento nuevo: según él, los estragos sufridos por la economía soviética debido a la, guerra de los jefes y a la disgregación rampante del país son ya demasiado graves para que la URSS pueda recuperarse sin una ayuda occidental importante.

Sobre el primer punto (que concierne a la unidad del país), los presidentes de las nueve repúblicas principales, incluido Borís Yeltsin, han llegado ya a la misma conclusión que Yavlinski. El 23 de abril firmaron en Novo-Ogarevo, cerca de Moscú, un acuerdo de principio con Mijaíl Gorbachov sobre la fundación de una nueva Unión. Desde esta fecha se esfuerzan por superar sus divergencias para formular un programa de salvación nacional, válido para el conjunto del país. Hace unos días, otras cuatro repúblicas (Lituania, Letonia, Moldavia y Armenia) que rechazan la nueva Unión han aceptado al menos participar en la discusión de este programa anticrisis. Como resultado de ello, sea cual sea la estructura política de la URSS en un futuro próximo, su economía formará un mercado común integrado, como el de la Comunidad Europea, y saldrán perdiendo aquellos que quieran separarse de ella.

El acuerdo histórico de Novo-Ogarevo ha vaciado así de contenido en gran medida el debate entre occidentales sobre la utilidad de apostar por una de las dos partes (Gorbachov lo Yeltsin). Uno y otro juran fidelidad al acuerdo del 23 de abril. Por tanto, Occidente ya no tiene que temer que su ayuda beneficie más a un bando que a otro. ¿Bajo qué condiciones están dispuestos los occidentales a suministrar esta ayuda una vez superado este escollo? ¿Y de qué forma?

Grigori Yavlinski ha revelado a su regreso de Washington que los expertos del G-7 han aceptado sus argumentos, pero le han pedido que los haga aprobar de forma oficial por los dirigentes de su país. Gorbachov y Yeltsin le han dado su aval sin demasiadas dificultades. ¿A qué exactamente? El joven mensajero, más bien prolijo en cuanto a las peripecias de sus relaciones con los grandes, no ha revelado la sustancia de su plan de ayuda a la URSS.

En líneas generales, se sabe que Yavlinski está estudiando un fuerte aumento de las inversiones occidentales directas por medio de los joint ventures (negocios conjuntos) e incluso la creación de empresas con un ciento por ciento de capital extranjero. La dirección de este sector estaría asegurada por los propios occidentales y constituiría el modelo de funcionamiento de un auténtico mercado. En pocas palabras, se trataría de inspirarse en el ejemplo de China, que ha encontrado en poco tiempo los medios para atraer casi 10.000 millones de dólares de inversiones extranjeras. Desde luego, la URSS solicita igualmente para estabilizar su mercado créditos americanos para la compra de productos agrícolas. Pero esto forma parte de un paquete de medidas dirigidas a poner en marcha, en las mejores condiciones, una verdadera reforma de la economía soviética. Objetivo último: la integración en el mercado mundial. Gorbachov quería hacerse invitar a la cumbre de los siete en julio para discutir los detalles de este gran proyecto. Su decisión de cambiar el sistema económico de la URSS no data de este año. Pero la experiencia le ha demostrado que podría realizarlo más rápido y de forma más segura si las potencias industriales interesadas por el enorme mercado soviético le apoyaran de forma considerable. Como ha escrito un economista en Pravda, la URSS podría entonces atravesar el rubicón que le separa del nuevo sistema de forma segura y con un salvavidas sólido en lugar de dar un salto peligroso.

¿Pero no hay en ello un optimismo un poco forzado? No parece muy fácil que el capital occidental fluya a un país en plena crisis. El Kremlin no tiene solución para los conflictos interétnicos que se enconan. Los dramáticos acontecimientos en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán lo prueban hasta la evidencia. Pero en las cuatro esquinas del país se incuban otros focos de propagación. Es un obstáculo terrible para la reforma económica. Exactamente igual que lasfallas del sistema

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La URSS: pactos y ayudas

es periodista francés especializado en temas del Este de Europa.Traducción: Daniel Sarasola.

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