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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fronteras abiertas

POR FIN, el Sóviet Supremo de la URSS ha aprobado la ley sobre la llamada "libertad de movimiento", que autoriza a los ciudadanos soviéticos a viajar al extranjero, bien para estancias cortas, bien para emigrar de manera permanente. El que un derecho tan elemental haya tardado tanto tiempo en ser reconocido de forma legal pone de relieve la fuerza considerable que tienen aún los sectores conservadores, incluso en la Administración gorbachoviana.El trámite de discusión de la ley se había iniciado hace casi dos años. En varias ocasiones, y con toda clase de pretextos, su votación fue aplazada, y en su texto definitivo se han incluido enmiendas que rebajen su efecto liberalizador. Al final, el propio Gorbachov ha tenido que entrar en liza, siendo necesarias sus presiones para conseguir la aprobación parlamentaria. Sin embargo, la entrada en vigor de la misma ha sido aplazada: sólo se aplicará a partir de 1993. Este plazo de más de año y medio ha sido justificado por las medidas prácticas -ampliación de puestos fronterizos, pasaportes, etcétera- que son imprescindibles para que pueda funcionar el nuevo sistema. En todo caso, parece obvio que ha sido una concesión ante las reticencias conservadoras.

En Occidente, esta decisión del Parlamento soviético suscita reacciones de diversos generos. Por un lado, se reconoce el acercamiento que implica al pleno respeto de los derechos humanos. Estados Unidos considera que facilitará la concesión de créditos y ayudas, clave en esta etapa de grave crisis de la economía soviética. Una medida posible es que la URSS obtenga la condición de "país más favorecido" en materia de comercio exterior. Pero también existe en Europa occidental una preocupación ante la perspectiva de una emigración masiva de ciudadanos soviéticos -se habla de 15 a 20 millones en cinco años- -deseosos de escapar a la miseria y de encontrar una nueva forma de vida. Tal emigración plantearía problemas complejos, sobre todo porque sería un factor más a añadir a los que ya generan otros países del este de Europa y del norte de África. En ese sentido, el aplazamiento hasta 1993 de la aplicación de la ley ha sido recibido con cierto alivio.

La apertura de las fronteras -rompiendo una tradición anclada durante décadas- podrá ejercer una influencia considerable sobre la evolución de la sociedad soviética, enraizando y divulgando en ella el talante democrático. La filosofía del rechazo y de la sospecha hacia todo lo extranjero -"nosotros contra ellos" ha sido un instrumento ideológico esencial de la dictadura comunista. Sólo resta esperar que las tensiones económicas, políticas y nacionalistas permitan recorrer el camino sin grandes sobresaltos.

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